Nada es lo que parece
Dancer dormía pacíficamente por debajo de mí en la oscuridad. Pude apreciar su rostro ya que la luz del patio trasero se filtraba por debajo de uno de los tablones de la pequeña ventana que se encontraba muy alto sobre nosotros. Por unos instantes me perdí en la belleza de sus rasgos. Era una imagen tan pacífica. Podría quedarme horas observando aquella escena. “¿Como ha sucedido esto?” preguntó una vocecita en mi mente. ¿Que estaba sucediendo allí? ¿Qué hora era? ¿Qué estaba haciendo allí? Las preguntas se aglomeraban en mi cerebro.
Con mucha delicadeza estiré mis brazos que habían estado flexionados debajo de mi cuerpo como si, inconscientemente, quisiera marcar una distancia entre nosotros. Al hacerlo sentí como si algo presionara mi muñeca. El dolor era insoportable, lágrimas acudieron a mis ojos y pestañeé rápido para quitarlas, sin mucho éxito ya que algunas se derramaron sobre mi rostro.
Intenté incorporarme, pero no lo conseguí. Lo que sea que me sujetara a él estaba haciendo más presión y agregaba más calor a mi cuerpo. Deslicé mi mano izquierda por mi torso hasta que me encontré con sus manos entrelazadas en mi cintura. Con cada movimiento su presión crecía. Era peor que un par de cadenas.
Cada vez que intentaba soltarme la temperatura ambiental aumentaba. Algo duro presionaba contra la cara interna de mi muslo. Sentía que me sofocaba. Decidí ir por el lado brusco.
Tomé sus hombros, a pesar de mi dolor, y comencé a sacudirlos de a poco. Oí quejidos y protestas de su parte. Luego lo vi abrir sus ojos de par en par junto con el miedo reflejado en ellos. Gritando algo en coreano, me empujó muy fuerte lo que provocó que terminara cayendo bruscamente al suelo, sobre mi trasero. Para mi suerte, o mi mala suerte, no intenté apoyar mi mano lastimada en el suelo para evitar la caída.
–¿Qué te sucede?– pregunté enojada. Ahora no solo mi muñeca aullaba de dolor, sino que mi cabeza había decidido unirse a la fiesta. Dancer siguió gritando cosas en coreano inentendibles para mí.
¿Dónde estaban los demás? Mi sexto sentido me hizo notar que algo no estaba bien. Busqué mi teléfono con desesperación y lo encontré en mi bolsillo delantero de mi pantalón. Así que no era lo que yo creía lo que había sentido contra mi pierna. Ni modo. Mi pequeña yo estaba feliz con la ironía.
Una vez que desbloqueé el celular abrí una aplicación para traducir, que solía tener para cuando Elián me insultaba en chino. La abrí y comencé a grabar lo que él decía.
–Depravada, sin vergüenza. Sé que soy sexy pero nos han secuestrado. Eso no quiere decir que puedas aprovecharte de la situación...– Cambié los idiomas, ya había escuchado suficiente, y dije a mi teléfono.
–Lo lamento, pero tú eras el que no me dejaba ir. Tus manos por poco no estaban en mi trasero.
El celular hizo su trabajo y fui testigo, con la poca luz que había en el recinto, más la de la pantalla de mi teléfono, de cómo un color bordo inundaba su rostro. Me levanté del suelo con mucho cuidado haciendo, inevitablemente, un gesto de dolor.
–¿Cómo está tu mano?– Sin previo aviso mi aplicación había escuchado lo que él decía y lo había traducido. Era genial, jamás la había usado.
–Bien, gracias por preguntar ¿Tu pierna?– La señalé– ¿No es horario de uno de tus medicamentos o algo así?
–Dímelo tú, no tengo… – La app falló pero supuse que quiso decir “reloj”. Observé el mío y luego le dije la hora: las 2:00 a.m. Había dormido alrededor de doce horas corridas. Asintió agradeciéndome en coreano.
Busqué con mi mirada a los demás y los encontré a todos en sus respectivas camas, con las esposas en los lugares de siempre. Por su pierna, Dancer ya no usaba esposas. Sin querer, mi mirada se dirigió a su herida; seguía vendada, pero ya no sangraba.
Lo ayudé a sentarse, percatándome de las muecas de dolor que realizaba con cada movimiento. Sin dudarlo encendí la linterna de mi teléfono y fui en búsqueda de los analgésicos. Tomé el frasco, que había visto guardar a Grumpy en la cocina, y un vaso con agua.
Volví a su lado y se lo extendí. Abrió el frasco, tomó una de las pastillas y la ingirió para luego darme una a mí. Tomé el pequeño analgésico de su mano, intentando en vano que nuestros dedos no se tocaran, pero cuando las puntas de mis dedos rozaron con los suyos, y una corriente eléctrica nos recorrió, nuestras miradas se encontraron. Su rostro podría no expresar lo que sentía pero sus ojos me estaban diciendo todo: terror, pesar, cansancio, dolor, tristeza y depresión. Una profunda tristeza.
Le dediqué la sonrisa más tranquilizadora que pude. Le pregunté a través de la app si necesitaba algo más, como ir al baño, por ejemplo, y él solo negó. Se volvió a recostar y cerró sus ojos.