Aunque la bruja se vista como un ángel, bruja se queda… ¿No?
Luego de asegurar a todo el mundo que estaría bien y que mi aterrizaje forzoso sobre mi trasero no había dejado más que algunos rasguños y moretones, me encaminé hacia la planta superior siguiendo el recorrido que estaba segura que La Madrina había hecho.
Me dirigí hacia la cocina dado que, por alguna extraña razón, era el lugar preferido de Amapola en esa casa. Un intenso aroma a café me invadió. Me recordaba a la casa de mis padres. Siempre que tienen algún visitante, mi madre suele ofrecer café luego del postre. Por eso, cuando el trabajo de mi padre lo volvió más popular, era común sentir ese aroma cerca de la cocina.
Ama se encontraba de pie detrás de la barra de la cocina utilizando una cafetera último modelo. Me aproximé a ella para treparme sobre uno de los taburetes que se encontraban del otro lado de la barra. Sobre ella, una taza de té me daba la bienvenida.
Rodeé con mis manos la cálida taza para calentarlas. Odio tener mis manos frías. Si eso sucede, suelo tener frío en todo mi cuerpo. Sin embargo, por el otro lado, amo la sensación de placer que me transmitía tomar una cálida taza entre mis gélidas manos. Sé lo que están pensando: “eso proviene de sus raíces inglesas”.
—Es té de jazmín. Tu preferido —La voz de Amapola sonaba demasiado sedosa y delicada para mi gusto. Lo que quería decir que necesitaba algo de mí y acababa de ingresar en una zona de negociación. Uno de sus puntos fuertes—. Le he pedido a mi tío que lo trajera especialmente de china. Ya sabes lo que él ama el té y también sé cómo tú adoras este en especial.
Sin añadir algún comentario, tomé la taza más firmemente entre mis manos, para acercarla hacia mi nariz e inspirar su delicado aroma. Los tés que los padres de Amapola acostumbraban a obsequiarles a los míos solían ser muy aromáticos, ya que algunos de ellos con su vapor lograban despejar las vías respiratorias en caso de que la persona padeciera un resfriado. Ese té en especial, no poseía nada extraño.
—Sigues con esa costumbre —Ama me dedicó una de sus hermosas sonrisas. Ella sabía que amaba cuando sonreía. El mundo era más bello si la hermosa hada llamada Amapola Zaragoza sonreía. Su belleza era de otro mundo—. Recuerdo cuando éramos pequeñas…, siempre has amado sumergir tu nariz en una rica taza de té de jazmín.
—Sí, es verdad —Acoté dando un sorbo a ese exquisito brebaje. No tenía miedo que Ama o alguna persona allí me drogara. Sabía que el té estaba limpio, lo había revisado antes de olerlo. Como dije, no soy ilusa. No caería en sus retorcidos juegos—. Está delicioso.
—Y espera a probar el sabroso pastel que Cala ha preparado para celebrar los treinta días de los chicos en la casa —Ella caminó hasta el refrigerador y tomó dos trozos de pastel de fresas para luego colocar uno frente a mí—. Pruébalo, es un manjar como pocos de los que he tenido la oportunidad de comer.
—No lo dudo —Comenté sonriéndole. Me mordí la lengua para no agregar algún comentario malicioso, como por ejemplo: “¿Qué tienen que celebrar? ¿Que han estado retenidos contra su voluntad por treinta días? ¿Que no le han permitido tener contacto con nadie del mundo exterior en ese tiempo? ¿O que les has permitido seguir con vida durante todo ese tiempo?”… En algunas situaciones, tenia ganas de asesinar a cierta hadita que conocía.
Por otra parte, Cala era una de las mejores reposteras que había tenido el gusto de conocer. Lo había heredado de su madre y de su abuela. Cuando ambas estaban con vida, ellas cocinaban para toda la comunidad en la que vivían. Eso había sido cuando Cala solo tenía cuatro años edad, antes de que su abuela muriera y su madre huyera con ella de las garras de su abusivo padre.
Cala amaba cocinar, pero rara vez lo hacía. Le recordaba a su infancia…, cuando todo había sido feliz he inocente para sus ojos. Cuando su héroe no era, en realidad, el villano de otra historia. Ella solía cocinar cuando creía que la situación lo ameritaba. Por lo que creo que los miembros de la banda habían estado peor de lo que imaginaba.
—Tany, yo… —Ama comenzó su oración, pero se detuvo por un instante. Su rostro reflejaba pesar. No parecía la libre, independiente, feliz y fuerte Amapola que conocía. Parecía una niña perdida que se había dado cuenta que quien creía que iba a ser su Peter Pan, no era realmente quien decía ser. O quien ella creía que iba a ser—. Perdóname por lo que sucedió. No estaba pensando… Estaba celosa de la relación que has creado con ellos. Pero mi tío me explicó y… —Al oír la mención de su tío, no le permití terminar.
—No quiero saberlo —La fulminé con la mirada. No estaba realmente enojada, ya que en mi mente ella solo era un títere. Era el rostro bonito de una organización, un rostro que desconocía las verdaderas intenciones de la misma. Ella pensaba que mantenía el control de la situación, pero la realidad era otra y se llevaría una gran decepción al enterarse—. ¿Sabes? Comienzo a pensar que tú no tienes control sobre esto, Ama. Y lo sabes. Tu tío te “aconseja”, pero… últimamente solo haces lo que él te dice. ¿Por qué? ¿Estás amenazada? —A.M. desvió su mirada hacia el gran arco que conectaba el comedor con la cocina. No había nadie allí— ¿A.M.? ¿Te encuentras bien?
—No es nada. Sigo los consejos de mi tío porque me parecen correctos. Él jamás haría nada para dañarnos. Lo juro —Ama se extendió en busca de mis manos. Sin embargo, las aparté.
—No jures en vano. Ambas sabemos que esto se te ha salido de control —Percibí cómo su cuerpo se tensionaba mientras llevaba sus manos hacia su taza—. No sé qué sucede aquí, salvo que hay ocho personas de nacionalidad coreana en el sótano… y que con solo saber eso, junto con no haber llamado a la policía, me hace tu cómplice. Solo sé eso.
—Solo sabes que no sabes nada —Concretó ella intentando provocar una sonrisa al utilizar una referencia a una frase de un filósofo griego.