Vorágine
Cuando las personas afirman que los preparativos de una boda son eventos que conllevan pasar por mucho estrés, jamás han tenido que organizar una celebración de cumpleaños junto a una pequeña hada demente, como era Amapola por aquel entonces.
Tan solo faltaba una semana para la fiesta y todos corrían de allí para allá. Nadie quería dirigirle la palabra por miedo a que le diera una rabieta y comenzara a morder a las personas. El ambiente era tenso todo el tiempo. Aún no sé cómo hemos sobrevivido a tal semana.
El martes, ella había decidido que los chicos debían mudarse a las habitaciones de la planta superior. Creía que no sería bueno para nuestra reputación que se supiera que ellos habían vivido todo ese tiempo en un, según sus palabras, “mugroso” sótano. Como si el vecindario donde se encontraba la casa no fuera de por si extraño o sospechoso.
Su decisión había implicado que los matones tuvieran más trabajo. Lo cual los enfureció, y mucho. Piénsenlo: de pasarse ocasionalmente (o nunca) por una sola habitación, ahora debían seguirlos como si fueran su sombra las veinticuatro horas del día. Eso implicaba ser asignado al cuidado de uno de ellos y hasta tener que permanecer en el baño cuando se encontraran allí. Creo que incluso en las prisiones se tiene más espacio personal que lo que esos jóvenes tuvieron durante esa semana.
Por alguna razón que desconocía, Ama había informado a todos los matones que los miembros de la banda no tenían permitido comunicarse entre ellos, salvo que fuera en el horario de sus comidas; como tampoco se les permitía acercarse a la cocina.
Debo admitir que esa última decisión fue de las que más odié. Durante una semana tuve que cocinar sus comidas, si es que a eso se le podía denominar con ese nombre, y detesto hacerlo. Ellos las consumían sin chistar, pero todos sabíamos que les resultaba asqueroso. No estaban acostumbrados a los platos vegetarianos occidentales.
Cala y Elián solían pasearse por la residencia y traerles alimentos coreanos a escondidas de Amapola. Pero eso se terminó cuando el hada demente determinó que Cala seria la pastelera de la fiesta. Así que ella se vio prisionera de la cocina de la casa.
Aquello era un desastre y rogaba al universo para que terminara pronto. Necesitaba volver a probar los manjares que Grumpy cocinaba, escuchar sus conversaciones en coreano, que Joker me hiciera bromas, reír ante sus ocurrencias, ver a Dancer bailar… Lo que más extrañaba era verlos felices. Allí estaban hundiéndose en un hoyo negro del cual, si la situación se sostenía, no serían capaces de ver la salida.
¿Cuál era mi trabajo? ¿No ha oído cuando decía que cocinaba para ellos? Bueno, no solo cocinaba. Era su sirvienta personal: aseaba su ropa, compraba lo que me pidieran, me encargada de pasar las notas que los permitía mantenerse el contacto, aseaba la casa, dormía en el pasillo para asegurarme de que los matones no los dañaran, entre otras cosas. En cuanto a la fiesta, me encargaba de hacer el listado de invitados y ayudaba a Cala en la cocina. Ama no dejaba que me involucrara demasiado en las cuestiones de la fiesta, por eso se encargaba de darme pequeñas tareas insignificantes para hacer. Es típico de ella querer llevarse el crédito.
El sábado a la noche creí que todos desfallecerían. Había conseguido que su captora les otorgara unas horas en el sótano para que ensayaran algunas canciones que interpretarían en la fiesta. Al verse otra vez sin matones a su alrededor, comenzaron a abrazarse y a hablar animadamente en coreano. Suspirando, me quedé en un costado y los observé practicar, disfrutando de las sonrisas que volvían a surcar sus rostros.
Para el domingo a la mañana, el día de la fiesta, sus energías habían sido reforzadas. Al ver a los estilistas que Ama había contratado para prepararlos correctamente, su alegría se hizo más palpable.
Algunos obtuvieron solo un corte de cabello y otros cambiaron su color. Todos recibieron tratamientos faciales, masajes y ropa nueva de diseñador. Al ver todo el despliegue, me encontraba fascinada. Hasta ese momento, jamás había presenciado cómo se los trataba como las estrellas que eran.
Cuando los estilistas se tomaron un descanso, Eli decidió ingresar a la habitación en la que nos encontrábamos. Me sonrió al verlos tan felices y luego me recorrió con la mirada.
—¿No quieres un corte? —Su pregunta ocasionó que riera con ganas— ¿Qué?
—Quizás luego, ¿necesitas algo? —pregunté negando con mi cabeza, pero perteneciendo recostada sobre la pared.
—Quiero contarles algo —al decir esto, captó la atención de todos los presentes. ¿Qué sería lo que quería?—. Sé que todos aprecian mucho a Aitana, al igual que yo. Por eso creo que debería aclarar el malentendido que tuvimos aquel día que nos vieron en el vestíbulo —Hizo una pausa para tomas valor—. Tany no es mi novia y nunca lo fue. Estuvo enamorada de mí cuando nos conocimos, pero yo no podía corresponderle… —Sentí sus miradas sobre mí a la vez que mis mejillas se tornaban coloradas—. Soy lo que las personas denominan “homosexual”… Tany, lo siento. El viernes me topé con el señor Mason y se disculpó por el beso que te dio… Le he aclarado la situación a él también, junto al porqué lo hicimos. Siento que hayas perdido una oportunidad con él por mi culpa—Percibí cómo ahora mi cara se tornaba rojiza a la vez que abría mis ojos de par en par.
—Estás demente —Las palabras escaparon de mi boca sin previo aviso—. ¿No podías avisarme que esto sucedería? —Cubrí mi rostro con mis manos en un gesto de desesperación.
—¿Qué sucede? —Dancer, que nadie había notado que se había salido de la sala antes de que Elián entrara, me observó preocupado. Tenía una de las galletas que Cala había horneado con la forma del logo del grupo en su boca. Ese maldito glotón nunca dejaría de comer.
Alguien le tradujo lo que Elián le había dicho, pero tiempo después descubriría que nadie le había dicho que él era gay. Era su castigo por irse sin avisar de una reunión que ellos consideraban importante.