Capítulo 1: Lo suficiente para ti
Y bien, no sé por dónde empezar. ¿Cómo debería hacerlo?
Emre, mi suegris; murió.
Se me parte el corazón de tan solo decirlo.
Ese día, antes de que se supiera la noticia de su doloroso fallecimiento, todos en la manada se mostraban apagados. Me chocó bastante verlos tristes considerando lo enérgicos que son. Inclusive los lobos de la cocina no se gritaron en ningún momento, y eso es mucho decir.
Nunca conocí a Emre en su mejor momento. La primera vez que lo vi, él no se mostraba interesado en interactuar con nadie a excepción de los cachorros. Luego intentó acercarse más a sus lobos cuando se dio cuenta de que su maniobra por alejarlos ocasionaba el efecto contrario.
Me pregunto cómo habría sido de conocerlo antes.
«Lamento que no hubiésemos tenido más tiempo para conocernos. Habría sido estupendo. Te agradezco por querer a mi hijo y a mi nieto; si no es mucho pedir, por favor cuídalos. Los días próximos serán difíciles y necesitarán a alguien que les brinde todo el amor posible.
Yo... les deseo muchos años juntos, y espero que sean felices. Recuerda que esta siempre será tu manada, y que te aprecio. Gracias por todo, y perdóname por haberte obligado a guardar mi secreto. Quiero que sepas que no te guardo ningún tipo de resentimiento porque se lo hayas contado a Imri. No creas eso».
Im le llegó a mencionar que no me sentía bien por pensar que él estaba molesto conmigo por revelar su secreto.
Recuerdo que muchas veces llegué a considerar a Emre como un poco insoportable por su nulo interés en responder algo más que un monosílabo en una conversación. Por ese motivo, admito que me desconcertó escucharlo hablar tanto; sentí miedo. Él se estaba despidiendo. Solo en una despedida enunciaría tantas palabras, y el que lo hiciera me devastó.
Mi suegris sabía que no le quedaba mucho, pero nunca supuse que partiría tan pronto.
O sea, me pasé la mitad del año pasado ideando muchas maneras para que él y su hijo hablen, y ya cuando por fin parecía que las cosas cambiarían, yo me quedo con las manos vacías y con miles de ilusiones a la deriva.
Es como haber escuchado un chiste por horas hasta darte cuenta de que su final no tiene remate, haciendo que uno se pregunte: «¿Se acabó?».
¿En serio se acabó? ¿Emre se fue? ¿Ya no habrá más «suegris»?
«¿Cuál es tu color favorito?»
«Depende de qué hablemos. Hmp, en general: serían todos menos el verde. ¿Y el suyo?».
«El verde».
«Qué pésimo gusto tiene».
Recuerdo esa conversación, que en ese entonces era un tanto extraña para mí, y ahora significa mucho. Lo peor es que Emre me confesó que no la recordaba.
Jum, me acuerdo de la vez en la que me aferré a su espalda como una pulga con tal de que escuche a Imri. No estaba dispuesta a soltarlo, incluso cuando él me pidió que lo dejara, seguía insistiéndole.
La versión de Emre que conocí era cerrada. Siempre había una gran línea divisoria en medio de él y del resto, pero a pesar de la distancia, yo me sentía con la suficiente confianza como para acercarme. Mi suegris era cálido, lo era tanto que permitía que la que, hasta ese momento, era una completa extraña, lo abrazara decidida.
«Oiga, alfa. Ser un lobato hace que también sea mi papá, ¿no es así?», recuerdo que le pregunté mientras lo abrazaba. Ese día tejí su pelo para la festividad de Año Nuevo.
No ha pasado mucho tiempo y ya extraño el aroma a vainilla que desprendía. Yo... nuevamente he perdido a alguien especial para mí. De nuevo tengo este vacío en el pecho.
—Imri...— no ha salido de la habitación en estos cuatro días. Él se la ha pasado tirado en la cama y arropado de pies a cabeza.
He querido darle espacio, pero comienza a preocuparme. No dice nada, no ha comido, ni tampoco lo he oído llorando. Solo está ahí, derrumbado desde la noche en que supo que su papá se había ido, mucho antes de que Ariangely lo diera a conocer.
En primer lugar, Imri siempre me habló del vínculo que tenía con su manada. Y como es de esperarse, yo nunca lo comprendí del todo debido a mi naturaleza humana, pero ese día lo vi con mis propios ojos.
—No, gracias. No tengo hambre— me rechazó un plato de comida. Imri se encontraba sentado debajo de un árbol, mientras que yo me situaba de cuclillas frente a él.
No importó la cantidad de veces en que le pedí que por lo menos le diera una mordida al sándwich que yo misma preparé para él; si yo se lo ofrecía mil veces, Imri se negaba mil y una veces.
—Imri, por favor, tienes que comer algo.
Es irónico, yo tampoco comí nada cuando mi mamá murió. Ahora entiendo cómo se sentía Marien cuando ella hacía lo mismo que hice con Imri. Pero es que... ¡Tiene que comer!
—¿Hum?— Fabio levantó las cejas al verme extendiéndole el plato después de que me rindiera con Imri. Esperaba que por lo menos él lo aceptara —Gracias, Lúa. Pero no— negó con la cabeza.
Sí, Lúa. Han sido muy pocas las veces en las que Fabio me ha llamado por mi nombre sin más, y esa fue una de ellas.
—Imri, ¿sabes quién falta por hablar con el alfa?— le preguntó.
—Creí que ayer había terminado con todos.
—No, no es así— dijo Breilin, su hermana gemela. Ella se acercó a nosotros —Falta Onil.
—Ya veo— Fabio respiró profundo —¿Qué creen que pase ahora? Él se despidió de todos, ¿piensa continuar con normalidad después de esto?
—Tengo un mal presentimiento— susurró Imri —Creo que nunca más lo volveremos a ver con un aspecto humanoide.
—Casi no puede moverse...— los ojos de Breilin se llenaron de lágrimas —¿Con ustedes... también se desangró?
—¿Y qué tal si solo es una medida preventiva?— intervine con todo el optimismo del mundo —A ninguno le mencionó nada de eso, tal vez solo se haya despedido porque hoy se encuentra más estable comparado a los últimos días, y no porque sienta que no vaya a regresar.
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Editado: 29.05.2025