Ana no era de ese tipo de personas a las que todo le salía bien, solía decir que era "yeta" por naturaleza, es decir que cargaba con la mala suerte. Una tarde de enero su padre la llevó a un extraño lugar donde las personas no parecían ser muy felices. Ella los asoció con su madre la cual se había suicidado el verano pasado, realmente este hecho no le afectaba, pero su hermana menor era ahora una muda de 8 años.
Simplemente era pésima para todo, tal vez debido al hecho de que nada le importaba realmente y por más que se esforzara o esmerara en algo siempre acababa terminando mal.
El curioso grupo de autoayuda que conoció esa noche parecía haber terminado por derrumbar a su padre, pero él estaba dispuesto a ir dos veces por semana llevando consigo a Ana.
Ana veía cómo su mundo se iba derrumbando, estaba convencida de que uno a uno los miembros de su familia irían muriendo y así fue.
Durante una de las reuniones semanales su pequeña hermana falleció, por qué además de no poder hablar tampoco comía. Después de esto su padre sufrió otra recaída y volvió a beber.
Ana fue a parar con una tía adoptiva la cual tenía aspecto de bruja, ella solía decir que la chica estaba maldita. Una noche intento bañarla con agua bendita, pero al escuchar los gritos de Ana los vecinos la auxiliaron. La tía fue considerada loca y llevada a una institución mental. Su padre más recuperado volvió a hacerse cargo de ella, durante la octava sesión de reingreso le dieron el alta.
Pero a la salida los asaltaron y al no haber nada que robarles le dieron un tiro a su padre.
Esa noche acostada en la cama podía oír las voces de sus familiares, todos la llamaban. Ana estaba segura de una cosa, que no iría con ellos, puesto que había heredado una gran fortuna.
Tal vez era un fracaso para muchas cosas pero pudo acabar con su familia sin errores ni remordimientos.
Y así sentada en la cama con una sonrisa en el rostro, una fuga de gas y las llamas que devoraron lentamente su hogar pusieron fin a su pecado.