Estrella quiere florecitas amarillas

Capítulo 4: El otro Joaquín

     El ambiente dentro del vehículo es bastante tenso. Joaquín mira hacia el frente, concentrado, y en su expresión no hay rastros del ceño fruncido que tuvo durante toda la tarde. Dirijo mi visión a la ventanilla, para luego soltar un suspiro de cansancio.
     —Mi abuelo me dijo que venís de Florida... —dice de pronto—. ¿Es lindo allá?
     —¿Comparado con Montevideo? Por supuesto que sí. —Mis labios forman una pequeña curva—. Donde vivo es puro campo, me encanta, y está lleno de florecitas amarillas... Amo las florecitas amarillas... —¿Por qué lo admití en voz alta?
     —Yo solía regalarle flores a una persona que amaba y a la cual yo mismo alejé —comenta, algo nostálgico, y agrega—: ¿Sabés qué es lo peor? Que fue por culpa de unos amigos que me alentaron a terminar con ella, me dijeron que tendría más libertad estando soltero y yo me dejé influenciar por ellos. A los pocos meses dejé de juntarme con esa gente, bueno... —De reojo, veo cómo tuerce su boca—. Ellos dejaron de juntarse conmigo, en realidad... Ya no me invitaban a ningún lado y, cuando yo los invitaba, me mentían diciendo que justo estaban ocupados o qué sé yo, alguna excusa estúpida e ilógica. Y después subían fotos tomando vino o se grababan fumando marihuana.
     —Qué horrible... —es lo único que se me ocurre decir. Realmente me acaba de dejar sin palabras, ya que, siendo sincera, no me esperaba que revelara tanta información de sí mismo. Incluso, al mirarlo ahora, no puedo relacionar al joven irritado que vi en la cafetería con este chico dolido por un amor que arruinó. No puede ser la misma persona, ¿o sí?
     —¿Y a vos cómo te va en el amor?
     —¿A mí?
     —Que yo sepa no hay nadie más en el auto, ¿o sí? —Me mira por unos segundos, enarcando una ceja, y luego sonríe, mientras su atención vuelve a la calle oscura de Montevideo. Niego ante su pregunta—. Bueno, entonces, ¿te va bien o igual de desastroso que a mí?
     —De lo único que me he enamorado es de la poesía y de las estrellas... Las personas son demasiado difíciles de entender y apenas puedo lidiar con mi propia complejidad como para también tener que lidiar con la complejidad de alguien más.
     —O tal vez todavía no encontraste a la persona correcta, ¿no te parece?
     Suelto una carcajada.
     —Joaquín...
     —Decime Joaco, por favor.
     —Bien... Joaco, ¿te digo algo? —Él asiente—. Es difícil de explicar, pero no creo que exista una persona indicada para otra; algunas, como yo, somos felices entre flores amarillas, poemas y cielos estrellados en una noche de verano.
     Él se queda en silencio, pero el ambiente no se torna tenso de nuevo, sino que, al contrario, es cómodo. Aprovecho a terminar de comer, por fin, la galletita casera que me sobró de la cafetería.
     Dos manzanas más adelante el auto se detiene. Noto entonces la fachada del edificio que tanto estuve buscando. Luego de agradecerle por traerme, salgo del vehículo y él me alcanza la valija.
     —¿Puedo darte mi número? Por si querés seguir en contacto...
     Yo sonrío, para luego buscar en mi bolsillo el viejo celular que me dio mamá antes de irme. Él, juzgando con la mirada el aparato, se dispone a dictarme su número telefónico. Después de despedirse, vuelve al auto y lo veo marcharse por las calles iluminadas de la ciudad.




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