Por primera vez, en años, no me quiero levantar de la cama. Anoche terminé durmiéndome a una hora bastante insana por culpa de mis pensamientos, los cuales estaban alborotados debido a una sola cosa, o, mejor dicho, por una sola persona: Joaquín.
Las interrogantes que dan vueltas en mi cabeza amenazan con bombardear de nuevo, por lo que decido tomar mi libreta y escribir algunos versos:
Ideas locas, sueltas,
en la selva de mi cabeza.
Intento correr pero no puedo,
estoy atrapada en la incertidumbre,
y los escucho venir.
Rugen, rugen como enormes leones.
Chillan, chillan como pequeños ratones.
Él, ¿por qué él?
Tiene dos caras, como una moneda.
Vi su furia, sus explosiones,
y vi su dolor, sus penas.
No es uno ni otro,
es ambos.
Él, extrañamente él.
Él, quien ocupa mi mente,
quien me ha dejado preguntas
y no respuestas.
Pensamientos que me enredan,
en la selva de mi cabeza.
¡Déjenme, déjenme salir!
Ya pronto vendrá el fuego,
pero, mientras tanto,
sigo luchando.
Enredada, confundida,
en la incertidumbre atrapada.
Soy arrancada ferozmente de mis palabras por tres golpes en la puerta del apartamento. ¿Quién podría ser? No conozco a nadie en Montevideo, excepto a don Ernesto, Joaquín y el mesero, y solo dos de ellos saben mi dirección. Con gran pereza decido levantarme y acabar de una vez con este misterio, el cual me intriga, pero, a su vez, me asusta.
Me llevo una gran sorpresa al descubrir lo que se encuentra en el pasillo del edificio. Miro hacia cada lado, por las dudas de que se hubiesen equivocado con la entrega. Sin embargo, el sobre dentro del canasto lleva mi nombre. Con él hay un ramo fresco de lirios amarillos, un libro titulado La margarita. Historia de amor en 25 sonetos y un paquete al que le desconozco el contenido.
Entro al apartamento con el regalo entre manos y lo coloco sobre la mesa del comedor, para luego tomar la carta, abrirla y revelar quién fue el autor de semejante cosa:
No sé cómo empezar cartas, perdón, nunca tuve que hacer una como en los tiempos de cuando mi abuelo era joven (y son muchos años atrás, ¿sabés?).
Me dijiste que amás las flores amarillas, pero no especificaste cuáles, así que te compré un ramo de lirios (o algo así me dijo el vendedor, la verdad no tengo ni idea de flores).
El libro es de Mauricio Rosencof, un tipo que nació en Florida al igual que vos, y como me dijiste que te gustaba la poesía, investigué en internet y encontré que un soneto es una composición poética... Así que es más o menos lo mismo, ¿no?
El paquete tiene galletitas caseras con chispas de chocolate, igual que las que comiste en la cafetería. Le pedí al cocinero que hiciera varias para una cliente especial y tranqui que pagué por ellas.
Todo esto tiene una razón, querida Estrella, y es que me encantaría conocerte más. No di la mejor primera impresión cuando me viste en la cafetería puteando a Carlos, así que quiero una segunda chance para presentarme mejor. Espero tu llamada.
Atentamente: Joaquín (aunque para vos soy Joaco).
Mis labios se curvan en una sonrisa. Sin embargo, algo dentro de mí no se termina de convencer con la situación. O, tal vez, el problema es que no sé quién es Joaquín en verdad, pero para eso quiere presentarse mejor, ¿no?
Suspiro. Había olvidado lo difícil que es tratar con otro ser humano...
Decido desenvolver el paquete con las galletas y comer una, mientras que, con la mano libre, tomo el ramo y busco algún recipiente que sea similar a un florero. Sé que fue tierna la intención del muchacho, y voy a agradecerle en algún momento, pero las flores no se arrancan, son más bellas cuando se las puede cuidar y ver crecer, al igual que las personas que amamos. ¿Qué estará haciendo mi familia allá en Florida? Ya extraño estar con ellos. Extraño el campo, los atardeceres (sin edificios que impidan la vista), los animales que viven en hectáreas de pastizales... Quiero volver a casa. Y quiero, ahora más que nunca, florecitas amarillas. Es más fácil hablar con ellas, son plantas que escuchan atentamente y no juzgan tus acciones. No es que odie a las personas, pero, siendo sincera, no puedo lidiar con la complejidad que encierra al ser humano. Tal vez en una anterior vida fui planta, fui una hermosa flor amarilla...
Acaricio los pétalos de los lirios, antes de colocarlos en un jarrón, y vuelvo a la interrogante principal: ¿debería aceptar la oportunidad de conocer más a fondo a Joaquín?
Suspiro. A papá no le habría agradado el chico, estoy segura que diría algo como «el que no valora las plantas, no puede valorar a las personas», y, en cierto modo, tendría razón. Sin embargo, tampoco hay que juzgar a un libro por su portada. Entonces, ¿por qué no llamarlo? Hasta mamá estaría de acuerdo en que conociera a una persona e intentaría enseñarme a conversar con caballeros, como ya lo hizo una vez en el pasado. Por un momento imagino a mi familia durante la cena: mis primos cuchicheando y haciendo algún comentario inapropiado sobre el tema, mis tíos exclamarían algo como «¡por fin se comporta como una señorita!», y mi madre, con la mirada, se sentiría satisfecha de que yo fuese un poco más normal. Bueno, normal entre muchas comillas...
Y así, sonriendo con cierta nostalgia, decido tomar mi teléfono y hacer la llamada que podría, o no, cambiar mi vida. Cada tonada que escucho me pone más nerviosa: ¿y si elegí un mal momento para aceptar?, ¿y si ya se arrepintió?, ¿y si...?
—¿Estrella? —La voz del otro lado me devuelve a la realidad.
—No necesitas ser cursi para llamar la atención de una desastrosa poeta, ¿sabías?
—¿Eso es un sí?
—Es un por supuesto que sí —sonrío—. ¿Estás libre el sábado? Te invito un café, aunque te dejo elegir el sitio.
Él se queda en silencio por un momento.
—Sábado, a las cuatro, te paso a buscar y vamos a Flor de Primavera, dicen por ahí que tienen las mejores galletitas con chispas de chocolate de todo Montevideo... —contesta burlón, a lo que yo respondo con una pequeña carcajada—. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto. Nos vemos el sábado, entonces.
Cuando estoy a punto de terminar la llamada, Joaco me detiene.
—Estrella, ¿puedo preguntarte algo? —Asiento y los nervios vuelven a recorrer mi cuerpo—. ¿Cuáles son las flores amarillas que te gustan?
—Las que no son arrancadas de la tierra y se marchitan con el tiempo, no por la crueldad humana.
—Entonces las que te regalé no te gustaron... —dice con tono triste, arrepentido.
—Te agradezco igualmente que las hayas escogido, son hermosas —aclaro rápidamente, sintiéndome culpable por la forma en la que le hablé—. Fue muy tierna tu intención, gracias, en serio, son unos lirios amarillos muy lindos y... —De pronto soy interrumpida por la risa de Joaco—. ¿Te estás burlando de mí?
—¿Qué? ¡No, no, no! Perdón, perdón, es que... me causó ternura tu reacción, no sé. Mejor hablamos el sábado, ¿sí? Gracias por la oportunidad. —Y, sin dejarme responder, acaba con la conversación.
Así que el sábado, a las cuatro de la tarde, tengo una salida con Joaquín. Sí, el mismo que al principio me ignoró olímpicamente y el mismo al que yo preferí evitar. ¿Quién habría creído que Montevideo, a pesar de ser una ciudad lejos de casa, tendría tantas sorpresas para mí? Tal vez, después de todo, esta nueva experiencia no sea tan mala. Ojalá que más cosas estén por suceder, porque, aunque ahora no tenga a quién contarle mis aventuras, sé que al regresar a casa estarán esperándome mis florecitas amarillas.
Fin.