Entró en el coche, era pequeño y sin los cristales tintados por lo que tuvo que poner ambos en el maletero. Sabía que no era lo más adecuado, pero no había otra opción. Tener dos bultos tapados con una sábana en el asiento de atrás habría sido aún más sospechoso. Se puso unas gafas de sol grandes y un pañuelo que le tapaba la boca. Si alguien se hubiera parado a contemplarla se habría dado cuenta de que tenía algo que ocultar. Pero aunque pareciera sospechoso lo que más debía ocultar era su edad. Tenía solo catorce años y, por supuesto, no podía conducir un coche. Hacía tiempo que sabía conducir, desde siempre le habían gustado los coches y le había insistido tanto a su madre, que esta había terminado por enseñarla. Además ahora los coches prácticamente se conducen solos. En la mano tenía los nombres y direcciones de todos los contactos en una hoja de papel que había arrancado de un cuaderno en blanco. El miedo había invadido su cuerpo durante dos días enteros. Había estado encerrada en una trampilla oculta en su casa. Era un lugar pequeño y tenía que compartirlo con sus dos hermanos pequeños, los dos bultos que ahora estaban en el maletero. También había un libro, un libro del cual había sacado los nombres y los había apuntados en un papel.
Su madre le había tenido siendo muy joven. Jamás había sabido quien era su padre. Su padrastro era un hombre con el que se había casado su madre cuando ella tenía siete años. Anteriormente había tenido varios novios, pero la mayoría al saber que tenía una hija pequeña habían salido corriendo, poniendo la excusa de que esa era demasiada responsabilidad. Sin embargo, este hombre no puso ninguna pega, sino todo lo contrario, se encariñó de ella enseguida. Ese fue un buen comienzo para los tres. Hasta que llego la guerra.
Año 2126. Hacía dos días que sus padres habían sido retenidos por la policía. Pero ellos estaban preparados, ya sabían que tarde o temprano vendrían a por ellos y por esa razón también le habían preparado a ella. Nadie tenía que saber que ella seguía en la casa. Y durante meses así fue, nadie lo supo. Estaban seguros de que registrarían la casa, seguramente más de una vez, pero ellos ya estaban preparados. Cada vez que ocurría ella se metía con sus hermanos en un pequeño habitáculo oculto que habían preparado con anterioridad, y también metían dentro algunos libros, cada vez que hacían un registro eran menos libros lo que escondían allí. Aquel día sus padres no estaban en casa, de hecho hacía ya dos días que no aparecían por allí, la policía había terminado por arrestarles. No lo pensó dos veces, lo tenía muy ensayado. Cogió a sus dos hermanos y un libro muy concreto, un libro que su padrastro le había leído y explicado miles de veces y aun así había cosas que no entendía de él. Sus hermanos sólo eran dos bebés, se podrían haber puesto a llorar en cualquier momento durante el registro y entonces les habrían descubierto, pero no lo hicieron, estuvieron en silencio. Por alguna razón, hasta ellos que sólo eran dos bebés parecían conocer la importancia de la situación. Pasaron varias horas hasta que registraron todos los rincones de la casa. Cada libro era inspeccionado al detalle, sus padres habían ocultado durante varios registros libros prohibidos en carcasas de otros libros aceptados por la nueva ideología que se había implantado a la fuerza. Tomaron la idea de una frase que una vez escucharon en una película, una película ahora prohibida. La frase decía algo parecido a: "si quieres ocultar algo, déjalo a la vista." Y durante bastante tiempo la idea funcionó. Pero esta vez el registro fue mucho más eficiente y todos los libros ocultos habían sido descubiertos. Eso haría que sus padres fueran condenados y castigados, seguramente asesinados. Siguió las instrucciones al pie de la letra. Pasados dos días del registro salió de su escondite. Habían sido los dos peores días de su vida, prácticamente no había movido ni un músculo durante el tiempo que estuvo encerrada. Allí, parada, la soledad y la oscuridad se había convertido en sus peores enemigos. Sabía que ese último registro a su casa les costaría más que un par de días en el calabozo a sus padres, sabía que jamás volvería a verlos, y que dentro de poco lo más posible es que tampoco volviera a ver a sus hermanos, ni se volverían a ver entre ellos. Aún no entendía al completo todas las razones, pero no fallaría a sus padres. Defendería ese libro bajo cualquier circunstancia. Debilitada y con los huesos y los músculos atrofiados, sacó de aquel agujero a sus dos hermanos y los puso sobre el sofá. Colocó el libro sobre una mesa. Sus padres guardaban en uno de los armarios una guillotina para cortar papel, ahora dicha guillotina estaba tirada sobre la cama junto con una cantidad ingente de ropa y otros cachivaches a causa del violento registro. La cogió y la puso sobre la mesa del salón, se arrodilló y situó el libro en la máquina. Era un libro realmente gordo, pero al no haber sido publicado, no tenía tapas elaboradas y gruesas. De esa manera era más sencillo hacer dos cortes paralelos, perpendiculares al lomo del libro, por lo que quedaba dividido en tres partes y no tenía ninguna página completa. Envolvió cada fragmento del libro con algo diferente. El primero lo envolvió en trozo de papel de aluminio, el segundo lo envolvió con el plástico negro de una bolsa de basura y el tercero lo metió en un sobre de papel grande y de color marrón. Después cogió una cesta de mimbre sin asa donde solían poner la fruta, también cogió de debajo de la pila del fregadero un barreño azul de plástico y puso ambos recipientes sobre la mesa. En cada uno puso a un bebé y una de las partes del libro. Después los cubrió con una manta y los puso con sumo cuidado en el maletero del coche, los ató todo lo bien que supo. Los bebés se habían quedado dormidos, en ningún momento dieron ningún problema. Y allí estaba, conduciendo el coche aunque sólo tenía catorce años. Colocó el tercer fragmento del libro, el que estaba dentro del sobre de papel, en la guantera del coche. Pronto llegó a su destino, aparco el coche, no se quitó las gafas ni el pañuelo hasta que entró en la librería. Rápidamente cogió el libro que necesitaba, ni si quiera era un libro como tal, era una guía telefónica.