Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO III: UN CISNE Y UN DIOS

El teclado de Matt resonaba por todo el búnker. Hoy le había dado por imitar el sonido de un piano antiguo y tocaba algo suave y mañanero. Era mucho mejor que despertarse con un sonido electrónico y estridente. Seguramente estaría cantando algo, pero eso ya no se oía desde el comedor.

Los nuevos reclutas eran integrados rápidamente en tareas cotidianas. Una manera rápida y eficaz de aprender cómo se organizaba el campamento y de que se socializaran con algunos miembros. Vega y Antares estaban ya fuera del búnker. Habían sacado algunas armas fuera de él y se afanaban en limpiarlas bien. No se utilizaban en gran medida más que para practicar, pero no sería del agrado de nadie que se encasquillaran en un momento de necesitad.

Ese día había más cosas que hacer que nunca. Cada vez que venían un grupo de reclutas esa misma noche se organizaba un pequeño banquete y una pequeña fiesta. No todos los días eran así, pero no viene mal de vez en cuando. Era una buena excusa para divertirse y entablar amistad con los nuevos.

Tan atareadas estaban las dos muchachas en su tarea que ni se dieron cuenta de que alguien las observaba interesado, casi embobado.

- Son hermosas ¿Verdad? - Preguntó Rigel dando un susto de muerte a Altair, quien miraba en dirección a las dos chicas. Spica, que estaba sentada cerca de la escena, levantó la mirada del libro un instante y volvió a bajarla en cuanto se dio cuenta de que no estaban dirigiéndose a ella.

- Sin duda. Me encantaría tener una de ellas. - Respondió una vez recuperado del susto.

- ¿Cómo dices? - Rigel le miró entre enfadado y desconcertado. O aquel chico era un descarado o un poco imbécil.

- Sí. - Respondió el muchacho con toda la tranquilidad del mundo. - He usado muchas virtuales pero esas son tan reales y bonitas. Me encantaría cogerlas.

- ¿Pero de qué demonios estás hablando? - Rugió Rigel cogiendo al chico de la pechera, haciendo que muchos presentes, incluso Vega y Antares, se giraran.

- De las armas, señor. Sólo digo que son bonitas y que me gustaría coger una de ellas alguna vez. - Spica, que había estado escuchando toda la conversación empezó a reírse a carcajadas. El muchacho siguió hablando acelerado y asustado entre trompicones. - Pero... está... está bien, señor. No cogeré nunca ningún arma. - Spica no podía para de reír y desde ese ángulo, a Antares, la escena le parecía la de una comedia mala. Donnie soltó al chico desconcertado y se fue a paso ligero al interior del búnker sin decir una palabra.

- ¿Qué le has dicho? - Preguntó Antares desde la lejanía.

- Sólo le he dicho que siempre había querido aprender a usar un arma. - Las dos chicas se miraron extrañadas. Dejaron que Altair se acercara, aún temeroso de que Rigel le viera. Le enseñaron lo básico de un arma y le dejaron coger todas y cada una de ellas. Pero hoy no dispararía, hoy no. No fue hasta que le preguntaron a Spica que descubrieron el malentendido del asunto. Desde entonces estuvieron recordándoselo a Rigel cada vez que pudieron durante una semana.

- ¿Decoración exterior?

- Lista

- ¿Música?

- Lista

- ¿Hoguera?

- Lista

- ¿Comida?

- Casi lista.

- ¿Qué quieres decir con casi lista? - Le preguntó Vega a Spica.

- Quiero decir que sólo falta que los ingenieros sepan encender la barbacoa. - Vega se paró de repente.

- No hace falta ser ingeniero para encender una barbacoa. - Observó.

- Lo sé. Pero son como gallos en un corral muy pequeño, todos pavoneándose.

- ¿Cómo es posible que la hoguera esté encendida y la barbacoa no? - Preguntó Tábira mientras sujetaba la puerta del búnker para que pasaran dos personas con bandejas de carne, aún cruda.

- Porque la hoguera la han hecho los artistas. - Era una de las muchas maneras de hacer referencia a los hermanos O'Connor. - Por lo visto llevan más de una hoguera a sus espaldas.

- Sí, más de una. - Contestó Tábira recordando, por un segundo, viejos tiempos. Cuando salieron vieron el espectáculo. Cuatro personas alrededor de la barbacoa y los hermanos sentados en la lejanía observando su obra maestra que chisporroteaba felizmente, y a la vez que se reían y hacían comentarios entre dientes, seguramente referidos al grupo de ingenieros.

- ¿Por qué no estáis ayudándoles? - Preguntó Tábira.

- Porque no sería divertido si la encendemos nosotros. - Empezó Matt

- Además. - Continuó Dann. - Nos han dicho que podían ellos solitos.

- Ya lo veo. - Dijo ella mirándoles un poco preocupada. - ¿Eso que tienen en la mano es gasolina?

- No te preocupes Vega, Adhara está vigilando por si tiene que entrar en acción. - Explicó Matt provocando la risa de su hermano menor. Adhara era la única de todos los del campamento que había estudiado medicina. Aunque había otros dos enfermeros: Ácrux y Shaula.

Vieron como Deneb salía decidida del búnker, llevaba un par de periódicos antiguos bajo el brazo y se dirigía directamente a aquel gallinero. Les apartó suavemente y utilizó los periódicos para avivar las ascuas de la barbacoa. Tardó tres minutos, contados, en encender del todo las brasas y poner el primer trozo de carne en la parrilla. Pólux y Gacrux salieron del búnker y contemplaron un momento la escena.

- Deneb ha venido a pedirme periódicos viejos para la barbacoa. Dijo que los muy brutos estaban intentando avivar las ascuas con hojas del suelo porque no encontraban otra cosa. - Spica cogió un par de hojas del suelo, el clima de montaña es frío y húmedo, las hojas estaban completamente empapadas. Luego vieron como Deneb se dirigía hacia ellos y se sentaba junto a la hoguera.

- Deneb. - Dijo Matt llamando su atención. - ¿Qué estudiabas en la universidad?

- Traducción e idiomas diversos. Este país global se regirá por una única religión pero no por un solo idioma. Por mucho que intenten evitarlo, cada uno en su casa habla como quiere y no todos tienen acceso a la educación para aprender un idioma que no sea el que les enseñan en su casa y en su barrio. - Explicó muy convencida de ello.




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