Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO VI: EL TOPO

Una vez que llegaron a un cuarto privado Pólux empezó a hablar. Y se notaba que no tenía ganas de andarse con rodeos.

- Alguien ha estado revolviendo mis cosas. - Antares se le quedó mirando extrañada unos instantes, como esperando a que él le contase algo más, pero no lo hizo.

- Pero... - Empezó dubitativa. - ¿Te han robado algo o...?

- No. No se han llevado nada. - Se le veía muy alterado, más de lo que hubiese esperado teniendo en cuanta de que el único problema era que alguien le había desorganizado quizá carpetas de su ordenador personal o algunas otras cosas. Antares sabía que él era muy organizado por eso, entre otras cosas, tenía el cargo de archivista, pero no esperaba que fuese tan maniático. Empezó a hablar muy rápido. - Pero quizá han copiado la información de los discos duros. Lo cual veo muy improbable porque están bien cifrados. Pero hay mucha información que no está bien oculta, ya que es información que uso a diario y sería complicado trabajar con ella estando cifrada. Sólo han tenido que encontrar la contraseña del ordenador principal y de un par de carpetas.

- Espera, espera. - Los ojos se le habían empezado a salírsele de las cuencas. - No estás hablando de tu habitación y objetos personales, ¿verdad?

- ¿¡No me estás escuchando, Antares!? Me estoy refiriendo a los archivos secretos del bunker. Todas nuestras identidades, nuestro puntos débiles. Todo ha podido estar expuesto. - Ninguno de los dos quería oírlo, pero Pólux no pudo contener sus palabras. - Antares... - Comenzó intentando relajarse un poco para poder explicarse. - ...Tenemos un topo en el campamento.- Rosalind puso los codos sobre la mesa y apoyó la cabeza en sus manos. Cerró los ojos un instante intentando calmarse y pensar en el siguiente paso. "Rosalind, ¿Cuál es el siguiente paso?" Siempre que ocurría algo pensaba en las palabras que su padre le decía cuando le explicaba el plan de huida una y otra vez. Oía sus propias palabras en su cabeza, pero sonaban tan lejanas. "Coger a mis hermanos. Coger el libro. Y..." "¿Cuál es el siguiente paso, Rosalind?". Respiró hondo, intentó calmarse. "Cuando te pones nervioso tu cerebro deja de funcionar correctamente, se bloquea", le había dicho una vez su padre. - Seguramente uno de los nuevos. Han tenido que ser ellos. No habíamos tenido ningún problema parecido antes. Ha tenido que ser uno de los nuevos. - Pólux hablaba con rapidez, alterado.

- Cálmate. Así no conseguirás nada. Piensa, no tiene porque ser uno de los nuevos. Quizá simplemente alguien ha esperado a que ellos llegaran para que sospecháramos de otros. Además para abrir la puerta de esa sala hacen falta dos cosas: La contraseña y la llave. No es tan fácil engañar al sistema. - Ambos se quedaron en silencio un momento. - No le digas nada a nadie de momento. Llama a Rigel y se lo contaré. Él sabrá mejor que yo qué hacer. - Rigel no era el líder de la División de Inteligencia campamento por nada. No sólo su coeficiente intelectual era muy superior a la media sino que tenía una gran capacidad de análisis.

El invierno de 2125 fue inesperadamente caluroso. Por aquel entonces su madre estaba ya muy embaraza, le quedaban un par de meses para dar a luz mellizos. Su padrastro acababa de sacar del horno un bizcocho de chocolate, él y Rosalind compartían la afición por el dulce, les encantaba y a menudo preparaban juntos gran variedad de postres. Pero cada vez había menos humor para postres ese era el único que habían hecho en meses. Rosalind tenía sólo trece años pero ya sabía que algo empezaba a ir mal. Veía a sus padres que leían todas las mañanas los periódicos con ansia, como esperando a que sucediese algo en cualquier momento. Parecían asustados. Fue por esa época que empezaron a decirle que si algún día ocurría algo, si alguien desconocido intentaba entrar en la casa, ella tenía que esconderse y no salir. Poco a poco la idea de tener que esconderse en cualquier momento pareció hacerse más real. Según pasaron los días y los meses el plan para que no la descubrieran se iba haciendo más elaborado y ella repetía una y otra vez: Pero mamá en ese agujero no cabemos los cinco. Pero entonces ellos no respondían y volvían a repasar juntos el plan "¿Cuál es el siguiente paso, Rosalind?"

Los primeros cuatro meses tras el nacimiento de sus hermanos fueron los peores. Sus padres no dormían bien porque lo niños lloraba y porque las ideas que pasaban por sus cabezas eran cada vez más aterradoras y lo que es peor, más probables. Recordó un día, cuando era algo más pequeña, su padrastro la cogió en sus rodillas y le dijo:

- ¿Sabes quién era Rosalind Elsie?

- Rosalind Elsie soy yo, papá. - Le respondió sonriente.

- Sí. Pero hubo una Rosalind Elsie antes que tú. Y tú llevas ese nombre en su honor. - La niña le miró expectante. - Era una científica. Una química. ¿Recuerdas la escultura en forma de espiral que tengo en el despacho?

- Eso es el ADN. - Contestó rápidamente la pequeña haciendo uso de su memoria para recordar lo que él mismo le había explicado una vez.

- Exacto. Pues aquella mujer fue una pionera en la investigación de la estructura del ADN. Dio el primer paso para entender la parte más importante, la base, del ser humano. Imagina la de principios que eso generó. La de enfermedades que se han curado con su trabajo, y con el de otros muchos científicos, claro.

- ¡Científicos como tú! - Exclamó la pequeña, levantando los brazos y haciendo rebotar sus coletas. Eso provocó la sonrisa vergonzosa de aquel hombre.

- Bueno...sí. Pero yo no soy tan bueno como ella. - Rio el hombre.

- ¿Por qué no? ¿Es que no quieres ser tan bueno como ella? - Preguntó sólo con la inocencia que un niño conserva.

- Claro que sí. Quisiera ser lo suficientemente bueno como para devolverle al mundo todo lo que ha hecho por mí. - Se quedó mirando un segundo a la niña en silencio. Su preciosa y dulce carita, sus mofletes hinchados típicos de su edad. - Pero cada uno tiene sus... - Buscó la palabra adecuada. - ...limitaciones. - Entonces fue la niña quien se le quedó mirando. Aquel rostro marcado por el cansancio de llevar todo el día trabajando. Aquellos ojos que la miraban por encima de las gafas que usaba para leer. En el tiempo en el que estaban ya podría haberse operado para no tener que llevarlas, pero la operación era costosa y además su madre siempre decía que le hacían parecer más enigmático y seductor, fuera lo que fuese lo que quisiera decir con esas palabras. A ella sólo le parecía que le hacían los ojos muy grandes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.