- Buscad por ahí. Tiene que haber alguna información que nos pueda ser útil. Tiene que haber algún informe sobre la incursión en el campamento. - Dijo Rosalind según cerraron la puerta. Esperaban que nadie que les hubiera visto entrar sospechara lo suficiente como avisar a alguien. - Adhara busca en el portátil. - Le pidió. Mientras Régulo, en la estantería leía carpetas y archivos buscando algo que les ayudara a encontrar a los suyos. Rosalind cogió el Walkie-talkie y seleccionó el canal que quería. - Altair. - Llamó. - Estamos en el despacho del comandante.
- Lo sé. Acabo de veros entrar. - Contestó él.- El comandante está distraído en la 3º planta de pero no tardará en subir hasta allí. Os avisaré cuando esté subiendo o si veo algo sospechoso.
Eso era lo que ella quería oír cuando cogió el transmisor. Ahora podrían busca con más tranquilidad. Fue al escritorio y abrió el primer cajón. Había papeles, papeles por doquier. Y ella que pensaba que ya casi nadie usaba el papel y usarían sólo el ordenador. Empezó a rebuscar en ellos.
- No puedo entrar en el ordenador. - Anunció Adhara. - Necesito una contraseña. - Antares levantó la cabeza hacia la joven. Ellos no eran informáticos y Altair estaba demasiado lejos. - He intentado con su nombre, su rango y algunas cosas más. Nada sirve.
- Aquí no hay más que informes sin importancia. Reclutamientos y nuevos ingresos. - Sacó otra carpeta y leyó. - "Formularios de contratación de armamento y material" y no mucho más. -Añadió. Giró la cabeza hacia Antares, preguntándose porque no decía nada. Tenía algo en la mano. - ¿Qué es eso? - Adhara apartó la mirada de la pantalla y giró la cabeza hacia la chica que se inclinaba sobre uno de los cajones. Había sacado todos los papeles y los había dejado en el suelo con cuidado para no descolocarlos.
- Es el móvil de Rigel. - Contestó ella. - Apenas lo usaba en el campamento. - Se quedó quieta un instante. Lo encendió. Qué importancia podía tener para ella el contenido del móvil. - Seguramente le registraron en el helicóptero y el comandante se lo quitó. - Aún así miró a contra luz y las huellas impresas en el grafeno quedaron a la vista. Deslizó el dedo sobre la pantalla y después de un par de intentos lo desbloqueó. Quizá pudo hacer una foto o hacer algo que les indicara el lugar donde estaba, pensó. Aunque sabía que era realmente improbable. Pero antes de poder abrir la galería de fotos se percató de algo. - ¿Por qué está conectado a la red?
- ¿Cómo? - Preguntó Régulo dándose la vuelta de nuevo, había seguido leyendo títulos de carpetas, no tenían tiempo para perder.
- El móvil de Rigel. Está conectado al wi-fi de este lugar. - Comprobó que no fuera de acceso público. Efectivamente no lo era, se necesitaba una contraseña para entrar. ¿Eso significaba que Donnie había estado allí antes? Eso no tiene sentido.
- Probablemente el comandante lo quiso usar y lo conectó a la red para hacer algo. - Propuso Adhara. - Qué podría ser si no. - Adhara tenía razón, era la única opción posible y la más lógica. Se metió el teléfono en el bolsillo, volvió a dejar los papales en su sitio y se dispuso a abrir el segundo cajón.
- Está cerrado. - Lo observó un momento. - Necesita de una contraseña o de huellas dactilares. Además de tener una cerradura.
- Demasiada seguridad para un simple cajón. - Opinó Régulo. Sin duda merece la pena perder algo de tiempo en abrir algo que alguien se ha molestado en cerrar, que buscar en todos los papeles que están a la vista. - Lo cajones cerrados siempre tienen cosas interesantes.
- Si tuviera mi taladro aquí. - Murmuró Rosalind.
- ¿Qué hay de vuestras ganzúas? ¿No puede abrirlo? - Preguntó Adhara.
- Esto no es como abrir una taquilla o una puerta. Tardaríamos demasiado tiempo y aunque consiguiéramos forzar la cerradura aún quedaría el problema de la contraseña. - Explicó Régulo. - Déjalo. No merece la pena. Será mejor que salgamos de aquí antes de que nos pillen y sigamos buscando al líder y al archivista. - Cada uno tiene sus manías, la de Régulo era no llamar a casi nadie por su nombre. Rosalind estaba a punto de hacer caso a Régulo y retirarse cuando se apoyó en la mesa, de una forma extraña, para levantarse y tocó por casualidad algo que sobresalía por debajo de la tabla de la mesa.
- ¿Qué es esto? - Dijo palpándolo. Volvió a agacharse para mirarlo mejor.
- Vamos capitana. - Apremió Régulo que ya se había dirigido hacia la puerta de salida. - No perdamos más el tiempo. Era un interruptor de dos posiciones fijas, encendido y apagado. Pensó en que si fuera un botón que activase una alarma no tendría mucho sentido que tuviera dos posiciones fijas, menudo incordio si te lo dejas activado. Además para que iba a tener un botón de alarma un jefe militar. ¿Quién socorre a un jefe militar? Normalmente se socorre a sí mismo. Quizá era un riesgo innecesario, pero pulsó el botón. No sonó ninguna alarma y pudo respirar profundamente. Habría sido una grata sorpresa que se hubiera abierto el cajón del escritorio, pero no caería esa breva. Esperó unos segundo en silencio para averiguar qué pasaba. Quizá era un interruptor que no estaba conectado a nada por algún motivo o quizá activaba una alarma silenciosa. Mientras esas ideas pasaban por su cabeza algo se movió a su espalda. - ¿Qué diablos? - A la espalda del escritorio la pared se agitó. Un trozo de pared se deslizó, primero hacia dentro luego a un lado dejando lo que parecía una puerta. Antares se asomó mientras Régulo y Adhara se acercaban a ella para curiosear. Había una escalera de bajada y muy poca luz. Entonces sonó el transmisor de Antares y esta pegó un bote de la sorpresa.
- ¡Salid de ahí ya! - Se oyó. - El comandante va directo a su despacho, si no salís ya os verá salir. Adhara se encaminó hacia la puerta de salida, pero Régulo la cogió por el brazo y la detuvo.
- Si esa puesta está tan bien oculta es porque hay algo importante detrás de ella. No podemos pasar de largo sin más. - Dijo Régulo. - No es como pasar de un cajón cerrado, los nuestros no van a estar dentro de ese cajón, pero pueden estar al final de esa escalera. - Nadie tuvo que convencer a Antares y Adhara seguiría las instrucciones de sus compañeros sin dudarlo. Cuando los tres habían atravesado el umbral de la extraña puerta, Antares pulso un interruptor, en la pared, idéntico al que había encontrado bajo la mesa. En unos pocos segundos la puerta volvió a cerrarse. Esperaron unos segundos más en absoluto silencio y oyeron como alguien abría la puerta del despacho del comandante. Ya no había vuelta atrás, la escalera era el único camino posible. Bajaron despacio. Rosalind se adelantó sin luz alguna palpando las paredes. Si alguien al final de la escalera veía la luz de una linterna podía ser su fin. Adhara le seguía unos cuantos pasos más atrás, con Régulo pisándole los talones.