Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO XIII: EL AMOR COMO ESTRATEGIA

Fue al girar sobre sí mismo, para dar una orden a un grupo de soldados, cuando sintió un fuerte golpe en el pecho. Una figura cálida se apegaba a su cuerpo y lo abrazaba con firmeza, tanta que parecía no querer soltarle nunca. La sentía respirar violentamente contra su pecho, como si ese hubiera sido su primer aliento en días. Unas manos tan dulces y ansiosas abrazaban su espalda. Era como revivir un recuerdo. Un recuerdo que resultaba tan lejano y doloroso.

- Estás bien. - Susurró en su cuello. Y puso sus labios sobre los de él con urgencia. Parecía no haberse dado cuenta de la situación, del elevado grupo de personas que Donnie tenía a su lado y que les miraban pasmados. Por una vez, no había pensado en sus actos y se había lanzado hacia él sin poder pensar en nada más. Sin embargo, Régulo y Adhara que se habían quedado unos metros atrás miraba todo el panorama desde otra perspectiva y el corazón se les encogió. Bryce hizo una señal, casi imperceptible, para que los militares no se movieran. Colocó sus manos en los brazos de Rosalind y la separó con suavidad. Quiso empezar a hablar, pero ella se adelantó. - ¿Estás bien? - Le preguntó esta vez. Puso sus manos en la nuca del chico que ella creía que seguía siendo su novio. Le miró de arriba abajo y descendió las manos a su pecho comprobando su estado. - Estás bien. - Sentenció unilateralmente dedicándole una sonrisa. - Vámonos de aquí. - Dijo finalmente mientras los ojos se le llenaron de lágrimas, le cogió de la mano y se giró para caminar hacia sus amigos. Pero algo la impidió avanzar. Su hombro dio un tirón cuando Donnie no se movió para seguirle, pero ella no le soltó. Adhara se preguntó si estaba totalmente ciega ante lo que ocurría o lo veía pero simplemente no podía asimilarlo. - Vamos. - Le apremió.

- Elsie. No. No puedo. - Bryce habló despacio, más de lo que ella le había oído nunca.

- No tienes nada de qué preocuparte. Hemos liberado a Pólux. Se pondrá bien. - Hablaba deprisa. - Vámonos a casa. - Dijo, aunque ahora mismo no había casa a la que volver. Hay quien dice que el hogar está donde estás tus seres queridos, donde está tu corazón, entonces su hogar estaba allí. Si él se sentía tan tranquilo allí, ella también, no importaba quienes fueran las personas que les rodeaban.

- Yo... - Empezó con una solemnidad no muy propia del joven al que Rosalind conocía. Le vio mirar al grupo de personas que había junto a él y luego volver la cabeza de nuevo hacia ella. - Yo ya estoy en casa, Elsie. - Explicó.

- ¿Qué? ¿De qué estás hablando, mi amor? - No podía apartar la mirada de él, el resto del mundo parecía no existir. Tiró una vez más, pero Donnie no se movió. Estaba desconcertada. Ese no era el hombre al que ella conocía, tenía su mismo rostro, su misma voz, pero algo le decía en su interior, que no era él. - ¿Qué te han hecho? - Murmuró.

- ¿Amor? ¿Qué estrategia tan perturbable y a la vez tan útil, Bryce? - Había hablado un hombre mayor, con túnica de sacerdote, que se acercaba lentamente a ellos. Un niño pequeño con traje de cadete militar caminaba a su lado con una pistola en la mano.

- ¿Estrategia? ¿Bryce? - Dijo ella muy despacio. En un tono de voz tan bajo que sólo ellos dos pudieron oírlo. - ¿Qué? ¿Qué ocurre? - Le miraba intentando buscar a su novio en el rostro de aquel muchacho.

De repente, los soldados se hicieron a un lado y dejaron salir a un pequeño grupo de personas de la puerta principal del edificio. Dann apuntaba con su arma a un niño. Al verlo, Régulo se preguntó de qué manera podían haber ocurrido los hecho para terminar haciendo algo así. Conocía a Tor, jamás le haría daño a un niño. Gacrux corrió a su encuentro y cayó al suelo con Pólux en sus brazos cuando Régulo le entrego su cuerpo, inmóvil aún por el efecto del sedante. No sirvió de nada que Adhara le dijera que estaba estable, el muchacho no pudo evitar llorar. Dann y Agena se acercaban a ellos lentamente.

- No podías simplemente huir y esconderte. ¿Verdad? - Dijo Bryce tras ver de refilón la escena que estaban protagonizado sus antiguos compañeros. - No deberías haber venido, Elsie. Esto no tenía que pasar. - Régulo no pudo aguantar por más tiempo aquel espectáculo grotesco. Podía ver paso a paso como el corazón de aquella mujer a la que llamaba capitana se rompía en mil pedazos. Como la imagen de un espejo que se rompe a cámara lenta. Se acercó a ella tan sigilosamente que sus pasos apenas se escucharon. La cogió por los hombros y tiró suavemente de ella hacia atrás. Rosalind intentó revolverse de los brazos de Régulo sin mucha energía, por lo que no consiguió nada, excepto entrar poco a poco en razón. Miró a su alrededor y luego volvió a mirarle con expresión de terror.

- Tú. - Dijo finalmente sin poder dejar de mirarle. - Tú eras el topo. - Las palabras le ardía en la garganta según salían. - Lo has sido todo el tiempo. Todos estos años. - Sus ojos se abrieron de par en par. Donnie, Bryce, como se llamase, la miraba muy quieto, como si quisiera apartar la mirada de ella, pero sin poder hacerlo. Mientras, Régulo tiraba de los hombros de ella pesadamente, pero con delicadeza, hacia atrás, donde se agrupaban sus amigos. Notó las piernas flaquear, pero por suerte Régulo también lo advirtió y la cogió fuertemente por las costillas para evitar que se derrumbara.

- Tenemos que irnos de aquí. - Le susurró al oído. Cuando ya estaban junto a sus compañeros cogió el Walkie-talkie de cinturón de Antares, sin dejar de agarrarla con el otro brazo. Podía notar que estaba en estado de shock, si la soltaba podía caer y eso no lo permitiría. Se puso el transmisor a la altura de la boca. - Capitán. ¿Podría sacarnos de aquí?

- Bryce dijo que nos quedáramos aquí. - Insistió por enésima vez la muchacha. - Fue una orden.

- No voy a meterme en problemas. Sólo quiero encontrar a Evan y a Lucas. Sólo son unos niños, estarán asustados. Buscaré por los alrededores, no me acercaré a los intrusos y volveré con ellos antes de que vuelva Bryce. - No estaba muy seguro de poder cumplir todo lo que había dicho, pero había salido igualmente de la habitación desobedeciendo a su hermano mayor y ahora se encontraba corriendo por el recinto de las instalaciones buscando a los dos pequeños mientras evitaba los grupos de soldados. Estaba buscando detrás del edificio principal cuando se paró en seco al ver a una mujer saltando al suelo de una cuerda que colgaba de la fachada del edificio. Otro hombre joven la esperaba abajo. Ambos sacaron sus armas y le apuntaron. El sacerdote alzó ambos brazos como acto reflejo. - Voy desarmado. Por favor, no me maten. Soy un siervo de Dios y voy desarmado. - Repitió sintiéndose completamente indefenso.




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