Tirado bocarriba en la cama de la suite del hotel Bryce se preguntaba para que serviría tener un espejo en el techo. Todo parecía tan tranquilo allí. El Reverendo Hatefiel había dispuesto toda la última planta del hotel para alojarlos a él, a Saulo, al padre Dionisio, a Lucas y Evan y a Magdalena, a la que Bryce se había empeñado en traer. En el reflejo del espejo vio que su rostro ya no parecía tan cansado, había dormido allí tirado casi todo el día desde la entrevista con el Reverendo Hatefiel por la mañana, giró la cabeza, ya casi caía la noche. No había comido, pero no tenía hambre. Estaban él solo y su reflejo. Todo parecía tan tranquilo allí, y esperaba que fuese así durante algo más de tiempo.
No sabía cuánto tiempo llevaba dormido cuando llamaron a la puerta. Ya era de noche, pero no debía ser excesivamente tarde porque todavía podía oír el ajetreo de la calle incluso desde esa altura.
- ¿Señor Rolan? - Era la voz de Lena, pero sonaba preocupada. - Señor Rolan. ¿Está despierto? - Giró su cabeza mirando a la puerta, esperando que la voz de Lena y todas las voces del mundo desaparecieran igual que cuando estaba dormido. ¿Desde cuándo me gusta tanto dormir?, se preguntó a sí mismo. ¡Ah, sí! Desde que a penas puedo levantarme de la cama sin sentir ganas de vomitar, pensó. - ¿Señor Rolan? - La voz de la joven sonaba incluso urgente.
- Sí, Lena. - Contestó finalmente. - ¿Qué ocurre?
- Es...esto... - Tartamudeó la chica.
- ¡Lena! - Apremió Bryce que estaba empezando a cansarse de sus titubeos.
- Es el señor Warchen. Carlo Warchen, señor. - De repente entendió perfectamente sus vacilaciones. - Está subiendo. Quiere verle. - Se levantó de un salto y voló hacia la puerta. Si él veía a Lena haría preguntas que no quería responder, abrió la puerta y tiró de ella hacia el interior de la habitación, ya estaba cerrando la puerta cuando:
- ¡Bryce! No te escondas, mujeriego. - Se escuchó la voz de Carlo resonando la voz por todo el pasillo desde el ascensor. - No la ocultes. - Pidió sin dejar de gritar mientras caminaba. - Compártela con tu viejo amigo, bribón. - Dijo riendo. Si ya había visto a Lena no tenía sentido alguno esconderla. Abrió la puerta de la habitación, no tenía otra opción. Se puso firme para saludar al pequeño de los Warchen, pero cuando fue a inclinarse Carlo se rio en su cara. - Siempre tan formal, Bryce. No. Ahora es general Bryce. - Rectificó. - Según tengo entendido.
- Así es, señor Warchen. - Contestó Bryce.
- Oye. Está muy bien que guardes las formas cuando hay gente pero aquí sólo estamos yo, tú y la señorita que intentaste ocultar tras la puerta. - Volvió a reír escandalosamente. - Muéstrate muchacha. - Lena salió lentamente. Bryce pudo ver que temblaba disimuladamente al inclinarse hacia Carlo. Mientras la miraba, este parecía estar haciendo memoria. - ¡Anda! ¿Esta no es la chica que envié para ti?
- Sí, así es Carlo. - Como él mismo había dicho las formas estaban de más mientras estaban juntos. Una cosa es que Bryce no le considerara un amigo y otra muy distinta es que no se conocieran lo suficiente como para tutearse, incluso siendo quien era.
- Te gustó el regalo ¿eh?. - Dijo dándole una fuerte palmada en la espalda y volviendo a reír. Bryce le devolvió una sonrisa de medio lado. - Tengo buen gusto para las chicas que saco del convento. - Bryce tuvo que agarrarse al marco de la puerta tras esa confesión, intentó disimular su sorpresa, pero no pudo. - ¿No lo sabías? ¿No te lo ha contado ella? - Bryce negó con la cabeza y miró a Lena que estaba mirando al suelo para que ninguno de los dos viera su rostro, más bien para que no lo viera Bryce, poco le importaba si el señor Warchen lo veía. - Entiendo, ¿Para qué perder el tiempo hablando? - Sentenció Carlo por cuenta propia, mientras golpeaba de nuevo la espalda de Bryce. Entonces se dio cuenta de algo, sí que se había preguntado de donde había sacado Carlo a Lena, había querido saber cuál era su historia, pero no se lo había preguntado a ella. - Vamos. - Anunció de repente. - Te voy a llevar a un sitio genial. - Explicó tirando del brazo de Bryce.
- Carlo, estoy cansado. - Se excusó. - He tenido un día duro. - Era una de las mentiras más grandes que había contado en su vida, no había hecho nada más después de su entrevista con el Reverendo Hatefiel, y en silencio pidió perdón por ello.
- Lo sé. - Admitió Carlo. - Mi hermano suele causar ese efecto. Pero no me puedes decir que no, mañana me voy a Manchester y hoy quiero pasarlo bien contigo.
- Carlo, te lo agradezco pero...
- Ni pero, ni nada. Nos vamos. - Cómo discutir con alguien tan tozudo como él.
En el coche oficial de los Warchen, Bryce se arrepentía a cada segundo que pasaba de haber aceptado finalmente, pero se arrepintió del todo cuando llegaron al garito al que Carlo le llevaba. Pasaron por la puerta de atrás y por un pasillo directos a la zona vip. Con un poco de suerte esperaba poder tomarse una copa y volver al hotel, pensó. Pero había aprendido una cosa estando en el campamento: los planes nunca salen exactamente como los planeas. A pesar de ser la zona vip el antro era de lo más indeseable. ¿Cómo podía haber un lugar así en el centro de una ciudad tan respetable y hermosa como Florencia? No era Roma, así que la sucia sociedad que vivía en los bajos fondos de cada capital, no tenía cabida allí. Ese no era un sitio ilegal, pero aún así sus actividades dejaban mucho que desear de las propias de devotos cristianos.
- ¿Por qué venir a un lugar como este cuando hay cientos de lugares respetables a los que ir a tomar una copa? - Le preguntó Bryce a su reencontrado "amigo", quien volvió a reír.
- Porque no tengo intención de beberme una copa sin más, Bryce. - Anunció él. - Y porque este lugar tiene algo que los demás no. Algo muy importante en mi vida.- Bryce observó la sala, era circular y todas las mesas estaban rodeando un escenario central, eran mesas grandes e individuales, que estaban separadas por pantallas unas de otras. Eran pantallas opacas vistas desde el lado del escenario y traslúcidas desde el otro lado. En otras palabras que quien estuviera sentado en una de esas mesas podía ver lo que ocurría en el escenario, pero nadie podía ver a las personas que estaban al otro lado de la pantalla de grafeno.