Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO XXII: EN LA GUERRA SIEMPRE HAY BAJAS DE AMBOS BANDOS

- Puede que ya están dentro del edificio. - Temió Dionisio.

- No podrán abrir esa puerta con facilidad. - Aseguró Blanco.

- Padre, ¿qué has hecho? - Preguntó Gris sinceramente decepcionado. Según decía esto la puerta se abrió y dos mujeres entraron en la habitación.

- ¿Cómo es posible? - Se sorprendió Bryce. - ¿Cómo habéis podido llegar hasta aquí? - Dijo anonadado.

- No es difícil cuando has creado la mayor parte de los mecanismos de seguridad de éste lugar. - Anunció Harley.

- Y el lugar en sí. - Añadió Christie. Tras ellas entró una tercera mujer.

- Suéltalos Bryce. - Ordenó Antares mientras le apuntaba con su Beretta. - Y aún así no te aseguro que salgas con vida.

- Y tienes todo el derecho a matarme, Rosalind. Pero ¿le has preguntado a Blanco si quieres ser salvado por ti? - Había cambiado su expresión de sorpresa por un rostro completamente inexpresivo. - ¿Tú qué opinas, Blanco?

- ¿De qué está hablando? - Preguntó Harley.

- Me temo que nos confundimos dejando a Blanco al cargo de este lugar. - Observó Christie. - Tú eres Gris. ¿Verdad? - El muchacho asintió con los ojos empañados. - Pues sal de aquí chico.

- No tan deprisa. - Dijo el sacerdote. Y acto seguido Bryce sacó a la velocidad del rayo su propia arma y apuntó a Gris. - No sois las única que van armadas, señoritas.

- Déjame adivinar. - Empezó Christie. - Eres Dionisio Fournier. Harley. - Dijo dirigiéndose a su compañera. - Ve a poner a "la fundición" en marcha para salir después. Nosotras nos encargamos de esto. Harley asintió y se marchó, sin dudar si su compañera sería capaz de encargarse de ese asunto. - Si disparas a Gris. No solo Antares podrá poner una bala en tu cabeza sino que el propio general Blanco se lanzará contra ti.

- Todavía no lo has entendido ¿verdad?. - Dijo Bryce. - La lealtad de Blanco está con nosotros.

- Oh. Parece que eres tú el que no lo ha entendido, general Bryce Rolan Jenkins. Se presentó bien claro para mí en cuanto entre en la habitación. - Dijo muy segura. - La verdadera lealtad del general no está con vosotros, ni con nosotros, está con su hijo. - Aseguró. - Blanco presidió muy bien este lugar durante mucho tiempo. Durante el tiempo que estuvo a salvo. Ahora que todo se ha ido al traste quiso asegurarse de poder salvar a su hijo. En cierto modo no puedo culparle, no puedo asegurar que yo hubiera hecho algo distinto es su situación. Somos humanos al fin y al cabo. Hasta Pedro negó a Jesús tres veces para salvar su propio pellejo.

- ¿Ha leído usted la Biblia? - Preguntó Dionisio con indiferencia para no mostrar su sorpresa.

- Mucho más de lo que lo han hecho el noventa por ciento de sus feligreses, incluido el mismísimo "Humilde siervo", ese escritor tan querido por su líder. Los evangélicos tenemos más en cuenta la palabra de Dios que ustedes los católicos.

- Blasfemia. - Espetó en un susurro.

- No se sulfure, padre. A pesar de todo, usted y yo compartimos el mismo Dios. - Argumentó Christie. - Pero no nos desviemos del tema. Le contaré algo, hay quien dice que tengo una especie de... don. Yo no diría tanto, pero lo que sí es cierto es que me fijo mucho en las personas y en los pequeños detalles. Incluso inconscientemente las personas expresan más de lo que quieren decir. Y el subconsciente nunca miente. Yo sencillamente capto esos detalles y los interpreto. Ahora bien. Sé que tú sabes que ahora mismo no hay nada que puedas hacer porque si matas a Gris, Antares te mata y si la matas a ella, intuyes que yo tendré la velocidad suficiente como para sacar mi arma y matarte a ti. En ambos casos estás muerto y también el hombre que te crió cuando tu padre perdió la cabeza al morir tu hermano y tu madre. - No era difícil encontrarse con alguien que conociera sus nombres, pues eran de dominio público, pero no era tan fácil saber toda esa historia. - Oh, sí. No os lo había dicho. - Dijo tras ver la cara de asombro de los dos hombres. - Soy periodista. Saber la verdad es mi trabajo. - Anunció sonriendo.

- Ahora suelta el arma, Bryce. Somos dos personas armadas contra ti. Pase lo que pase, estás muerto.

- Pero hay algo más. ¿No es así? - Percibió Christie entrecerrando los ojos. - No crees que ella vaya a dispararte. - Apreció sacando el arma de su funda. - No es difícil ver que vosotros dos tenéis una historia anterior. Quizá... ¿un romance durante vuestros años en el campamento? - Especuló y volvió a observar sus imperceptibles gestos. - He dado en el clavo. - Aseguró a pesar de que apenas habían cambiado sus expresiones. - Pero ella tiene razón en algo, general. - Dijo mientras caminaba hacia el sacerdote y le ponía su arma contra la sien. - Debería bajar el arma.

- Antares. - Sonó una voz por el altavoz de ambas mujeres. - ¿Sabes si alguien ha encontrado ya a Bryce? - Rosalind se llevó la mano al oído como gesto instintivo para responder.

- Le tengo aquí mismo, Vega. - Le informó.

- Pues pásamelo. Tengo algo que va a encantarle. - Antares se sacó el auricular de la oreja y lo puso en modo altavoz. - Habla clérigo.

- ¿Bryce? - La voz temblorosa de Saulo dejó helado al general y al sacerdote presente en la sala. No hacía falta tener la percepción de Christie para vislumbrar lo que le pasaba a Bryce por la cabeza.

- Creo que ahora sí va a hacer lo que le digamos. ¿Verdad general? - Notificó la periodista. - Bien. Para empezar dame tus armas. No sólo la que sostienes sino también la del tobillo. - Bryce empezó a obedecer. - Despacio, general. No querrá que haya sesos de cura en la pared. En verdad he de confesar que no sería de mi agrado. No me gusta ver sangre.

- Gris. Vete de aquí. - Ordenó Antares. - Reúnete con los demás y ayúdales.

- ¿Qué pasará con mi padre, Antares? - Preguntó el joven mientras se levantaba de su silla para irse. Antares miró a Christie buscando una respuesta.

- A mí no me mires. - Expresó Christie. - Nosotros creamos el CES, pero no lo lideramos. Ya no. ¿Recuerdas? - Explicó. - Me temo que ahora, en tiempo de guerra, sois los altos cargos de la División Armada los que dais las órdenes. Erais veinticinco en el inicio y ahora sólo quedáis seis. Dos por cada uno de los tres campamentos supervivientes. Cuando esto acabe tendréis que elegir a uno que os dirija a los que quedáis. Eso ya lo hablaremos más tarde. Nosotros sólo podemos aconsejar, pero como ya sabes tenemos nuestra propia misión.




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