Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO XXVI: VUELTA A CASA

Bogotá. Edificada al pie de los cerros orientales, que crean una muralla natural para la ciudad. Una capital, llena de ajetreo, como cualquier otra. Edificios nuevos y de materiales brillantes que se mezclan a su vez con construcciones antiguas de piedra. En uno de esos inmuebles, que pareciera ser viejo y nuevo al mismo tiempo. Vivía el matrimonio Valdea, jefes europeos de la empresa de alimentación mundial. Pensareis que si ellos dirigen la franja europea de la empresa de alimentación mundial o EAM, sería más propicio que viviesen en Europa. Pero esa es la ventaja de ser el jefe y, en consecuencia, de ser millonario, que puedes vivir donde quieras y viajar todo lo que quieras.

Era casi de noche cuando llegaron allí. Herby no sabía cuál iba a ser la reacción de sus padres, pero lo más importante era que si alguna otra persona de la casa le reconocía podía ser peligroso. Sus padres no informarían de que estaba allí si él se lo pedía, pero no podía estar seguro de que todos los miembros del servicio hiciera lo mismo. Desde antes de salir de Cabo Verde Nagore ya se había quitado el pañuelo de la cabeza. Si alguien descubría su religión entonces sí que tendrían grandes problemas. Herby optó por usar la puerta de atrás, la que daba a la cocina, para entrar. Pero luego lo pensó mejor, hace no mucho que habría sido la hora de cenar y seguramente aún estarían terminando de recogerlo todo. Como había pensado en primer lugar entrar por la puerta principal era demasiado directo y había demasiada gente. No podía llegar sin más y llamar al timbre, sus padres no abrirían la puerta, eso era seguro. Al final concluyó que lo mejor sería subir directamente a su habitación, que estaba en la primera planta. Caminaron por un sitio escondido, bastante seguro, hasta la parte de atrás. Al fin y al cabo, quién no sabría burlar la seguridad de su propia casa.

- Cuando era un niño solía descender por las tuberías de la fachada cuando me castigaban mis padres. - Afirmó. - No nos resultará difícil subir por ellas. Casi ningún sirviente sube al piso de arriba y mucho menos a estas horas. - Era una casa grande y no vivía mucha gente en ella, cuando terminaban su jornada de trabajo la mayoría volvían a sus casas. En la casa vivían sólo sus padres y algunos pocos miembros del servicio: el ama de llaves, el mayordomo, un chofer y una doncella, todos ellos de la misma familia. Escalar por aquella tubería resultó, para Herby, más fácil de lo que recordaba. Quizá era porque había crecido en altura o quizá era por el entrenamiento recibido. En ese momento fue consciente de algo: el tiempo que había pasado en el campamento había sido, como mínimo, productivo y educativo. Le había hecho más fuerte, no sólo físicamente, sino también mentalmente. Lo había sentido así desde que había decidido acudir a aquella, ahora tan lejana, reunión de reclutamiento del CES.

La ventana de su habitación estaba completamente cerrada, pero recordó que la ventana de la estancia contigua estaba rota desde hacía mucho y que nunca encontraban el momento para repararla ya que, como muchas otras habitaciones, aquella también estaba en desuso. No sería difícil abrirla si sus padres no la habían arreglado aún. Se desplazó por la pared y la ventana cedió nada más empujarla. Se coló en el cuarto seguido de cerca por Nagore. Abrió la puerta, no se le ocurrió pensar que pudiera estar cerrada, aunque fuera una habitación que no se utilizara sus padres nunca cerraban ninguna puerta. Había instantes en los que se sentía estúpido entrando en su casa como un infiltrado, aunque sabía que era necesario seguía resultándole extraño. Como había supuesto el piso de arriba estaba despejado, cruzaron los pocos pasos que les separaban del dormitorio de Herby y esperaron hasta oír a sus padres caminar por el pasillo. No sabía cómo iban a reaccionar al verle, pero eran sus padres, le querían y él lo sabía. Estaba convencido de que pensaban que estaba muerto y no podía dejar que eso siguiese así. Mientras pensaba en esto miró a Nagore y se dio cuenta de que era la primera vez que una chica había subido a su habitación. Había invitado a alguna chica a la casa en unas pocas ocasiones, pero nunca ninguna había subido a su habitación y se había sentado en su cama. Se sintió tan diferente en aquel lugar, como si sus vivencias en el campamento hubieran sido la historia de un videojuego. Era como volver a un mundo completamente distinto, donde la gente se comportaba de forma totalmente diferente y Nagore, sentada en su cama, era la única prueba que tenía para darse cuenta de que todo había sido real.

De repente escuchó unos pasos al otro lado de la puerta. Eran pisadas fuertes y enérgicas, podrían pasar por las de una persona joven, pero Herby sabía que no era así. Reconocería ese sonido, ese ritmo, en cualquier parte y su reacción primaria fue abalanzarse sobre el picaporte. De pronto se paró, si salía sin más le daría un infarto a la persona que estaba al otro lado. Así que en vez de eso, y más por instinto que por otra cosa, dio unos golpecitos en la madera como si estuviera llamando a su propia puerta. En ese momento de nerviosismo no se le había ocurrido nada mejor. La señora se paró en seco al otro lado de la pared, pensó que no sería más que el viento haciendo de las suyas, quizá alguna ventana abierta. Por ello, entró en la habitación sin pensárselo mucho. No emitió ningún sonido al ver a Herby, pero la bandeja que llevaba en las manos se precipitó contra el suelo, debido a la estupefacción de la anciana, sin que nadie tuviera tiempo a reaccionar para cogerla.

- ¿¡Qué ocurre Nana!? - Se escuchó una voz de mujer, apremiante, preocupada y lejana. Herby, tras oír la voz de su madre, miró suplicante a la anciana con un dedo sobre los labios y pidiéndole que no dijera nada sobre ellos.

- Na...nada, señora. Sólo se me cayó la bandeja. - Pudo articular ella.

- ¿Pero estás bien, Nana? - Se oyó, procedente del mismo sitio que la anterior, una voz de varón. Herby la reconoció esta vez como la de su padre.




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