Habían pasado unos pocos años desde que había salido de Escocia, pero todo seguía igual. Su tierra seguía siendo de un intenso verde, su ambiente fresco y el aire puro. Pero había algo que tampoco había cambiado, la gente. Glasgow era lo suficientemente grande como para que nadie pudiera reconocerles por la calle. Sólo se cubrirían la cara mientras caminaran por la calle en la que la familia de Gacrux vivía, por el temor a que algún vecino les reconociera. A estas alturas todo el barrio se habría enterado de que él era uno de los desaparecidos de la Universidad de Toulouse. Muchos le habrían dado por muerto y otros sospecharían que se había unido al CES.
Verse frente a la casa de sus padres le producía una extraña sensación, más concretamente le producía muchas sensaciones al mismo tiempo: añoranza, angustia, dolor. Alegría por saber que sus padres estaban bien y miedo por no saber qué es lo que ocurriría a continuación. Todos esos sentimientos se concentraban en su mente produciéndole un horrible dolor de cabeza y un nerviosismo que le hacía sentir sus latidos sin necesidad de llevarse la mano al corazón. Tragó saliva, miró hacía la persona que lo acompañaba y avanzó los últimos pasos que le separaban del timbre de la entrada. Los pocos segundos que se tardó en abrir la puerta le parecieron una eternidad. Pellizcaba la tela de su pantalón y miraba al suelo por la inquietud. Alzó la vista cuando la puerta se abrió de golpe. La mujer que se encontraba en el umbral se quedó pasmada. Con los ojos y la boca muy abiertos.
- Hola, madre. - Ella reaccionó al fin y tiró del brazo de su hijo hacia el interior de la casa, hizo lo mismo con Erik justo después. Sacó la cabeza oteando la calle, comprobando que nadie les hubiera visto. Sin demorarse un instante cerró la puerta y se quedó apoyada sobre ella mirando fijamente a Gacrux, mientras éste esperaba expectante la reacción de su madre. Erik se les quedó mirando alternando a uno y a otro sin entender a que venía tanto misterio, sin duda esa no habría sido la reacción de su madre. De pronto, por la mejilla de la mujer empezaron a caer tímidas lágrimas y se abalanzó sin previo aviso abrazando a su hijo. Esa si era la reacción normal de una madre, pensó Erik sonriendo para sí.
Unos pasos toscos se escucharon en lo alto de la escalera que tenían a sus espaldas. La mujer se separó de su hijo despacio al ver que su esposo se hallaba en el más alto de los escalones. - Hola, padre. - Dijo Gacrux con mucha formalidad. Erik pensó que sólo le faltaba inclinarse ante él. El hombre bajó despacio, como recreándose en cada peldaño. Se colocó frente a Gacrux antes de bajar el último escalón, y aún sin estar subido en él parecía ser algo más alto que su hijo, casi tanto como Erik. La mujer se había situado detrás de ellos y sonreía levemente. Era como si estuviese intentando ocultar la emoción de que su primogénito varón estuviese en casa. Su rostro cambió de repente cuando su marido alzó la mano y golpeó con increíble fuerza a su hijo. Tal fue la energía y la sorpresa de la sacudida que Gacrux cayó al suelo con el labio ensangrentado. Erik, fuera de sí, tuvo como primer impulso abalanzarse sobre el hombre al pie de la escalera, pero si lo hacía sabía que sólo añadiría más hostilidad a la situación. Optó por agacharse para tenderle su ayuda a Gacrux, pero éste la rechazó. Erik entendió el por qué debido a las miradas que se intercambiaba con su padre, y lo respetó aunque no lo compartía. ¿Qué debe demostrarle un hijo a su padre? ¿Qué padre comprobaría de esa forma que su hijo es capaz de levantarse sólo de un puñetazo? ¿Y quién en su sano juicio recibiría así a un hijo al que creía muerto? Erik podría entender miles de razones por las que ese hombre podría estar enfadado con Gacrux, pero todas las razones del mundo no eran suficientes para un castigo como aquel. Erik jamás entendería eso.
- Cómo te atreves a tener a tu madre en vilo durante todo este tiempo. - Gruñó mientras Gacrux se levantaba sin desviar la mirada de la de su padre. Sabía lo que ocurriría si lo hacía, le pegaría de nuevo. - Maldito desagradecido. ¿Crees qué es normal hacer sufrir a una madre de ese modo?
- Lo siento, padre. - Dijo en voz baja pero sin titubear. Parecer débil frente a su padre sería el peor de los remedios. - Puedo explicarlo...
- No te atrevas a decirme nada ahora. - Erik se mantenía en tensión sin saber muy bien qué hacer, estaba preparado para algo, pero no sabía para qué. - Si aún eres capaz de hablar es que no te he dado lo dado lo suficientemente fuerte. - El hombre volvió a alzar la mano y Gacrux no se movió. Erik sabía que habría sido capaz de esquivarla si hubiera querido, pero no parecía tener intención de hacerlo. La mujer suplicó a su marido con un grito ahogado que se detuviese, pero si la escuchó hizo caso omiso. Erik fue el único que no se mantuvo quieto, no importaba quien fuese, no iba a golpearle una segunda vez, no sólo por el hecho de ser Gacrux, sino porque no había necesidad alguna de que lo hiciese. Nada cambiaría con un segundo puñetazo. Por esa razón, detuvo el brazo del ejecutor cerrando la mano sobre la muñeca de éste. Por un instante, el hombre miró a Erik como si acabara de percatarse de su presencia en la casa y Erik le devolvió la mirada serena, pero intimidante. Sin duda el hombre no se esperaba que aquel muchacho fuera más fuerte que él, seguramente porque nunca se había enfrentado a nadie más fuerte que él. A Gacrux le dio la impresión de que iba a empezar la batalla más horrible de su vida. Sin embargo, la habilidad de Erik para la diplomacia evitó un mal mayor.
- Un hombre no debería consentir que una mujer vea como golpean a su hijo una segunda vez. - Afirmó con voz tranquila. El padre de Gacrux cesó la tensión de su brazo y Erik le liberó.
- ¿Quién eres tú, muchacho? - Le preguntó intrigado. Gacrux abrió la boca para responder pero, con un gesto, su padre le detuvo. - Contesta. - Erik no dejó que la imponente presencia del juez le pusiera nervioso y le desconcentrara.