Al llegar de nuevo al salón. Nath sintió como que todo había vuelto atrás en el tiempo. Al tiempo en el que no había ido aún a la universidad. Lo vio en los rostros de sus padres y el de su hermana. Tenían los mismos gestos que él recordaba de antaño, pero no entendía que había cambiado.
- ¿Cuáles son vuestras verdaderas intenciones al venir aquí? - Preguntó el señor Craig directamente.
- ¿Intenciones? - Se extrañó Nath. - ¿De qué diablos estás hablando? - Su madre se escandalizó por la expresión que había utilizado.
- ¿Qué quieres de tu hermana? ¿Qué clase de gentuza sois en el CES? - Le espetó su madre. Ninguno de los dos tenía idea alguna de lo que estaban hablando. - Os he oído. Habéis dicho que estáis planeando hacerle algo perverso a Johanna. - Ambos se miraron desconcertados. - ¿Has venido para entregarle tu hermana a tu jefe? ¿Pero qué clase de persona...? - No pudo acabar la frase pues Nath no aguantó más la risa.
- Mamá. Sólo estábamos bromeando. Nadie ha venido para llevarse a Johanna. ¿De acuerdo? - Intentó tranquilizar aquella disparatada situación. - Sólo estábamos riéndonos de ello porque ella no ha parado de mirar a Erik desde que entró por la puerta.
- ¡Eso no es cierto! - Exclamó la joven indignada.
- ¿Ahora intentas difamar a tu hermana? - Dijo la madre defendiendo a su hija. - Ha sido él quien no ha parado de mirar a mi niña.
- Vale, madre. Esto es una locura. - Dijo Nath llevándose las manos a la cabeza sin saber si volver a empezar a reír o a llorar. - No hay posibilidad alguna de que Erik haya mirado a Johanna de esa forma.
- Señora Craig. De verdad que yo no tengo ninguna intención oculta para con su hija.
- Os he oído alto y claro, muchacho. Has dicho que tenías el propósito de mancillar a mi hija. - Dijo la madre. - Yo no soy tonta, ¿sabes? Sé distinguir entre las bromas y lo que no lo son.
- Espera. ¿Y por qué estabas escuchando nuestra conversación? - Se escandalizó Nath.
- ¿Lo reconoces? - Dijo su padre muy calmado. - ¿Reconoces que habéis dicho esas palabras?
- ¿Qué? - Dijo Nath confuso. Su padre seguía mirándole firmemente esperando una respuesta. - Sí. Hemos dicho algo similar. Pero está completamente fuera de contexto. Padre, ¿cómo iba a traer a nadie hasta aquí para hacer algo así?
- No lo sé, hijo. - Sollozó su madre. - Nosotros ya no te conocemos. - Eso enfureció a Nath, quien se sintió de nuevo como si tuviera quince años.
- No, mamá. Es que nunca me habéis conocido porque nunca habéis querido conocerme.
- Si está fuera de contexto tendrás alguna excusa. - Expresó su padre ignorando el comentario. - Alguna manera de poner las cosas en su contexto. - Claro que la había, pensó Nath. - Te escuchamos. - Pero no estaba seguro de que fuera buena idea explicarla. Pero si sus padres no le conocían, él tampoco podía decir que conociese a sus padres. No sabía cuál era su forma de pensar respecto a nada. Si habían aceptado lo del CES, ¿también aceptarían lo demás? Quizá no ahora, pero con el tiempo... - Estoy esperando, Henry. - Miró a Erik, eso siempre le daba seguridad. Sus padres no debían llevarse muchos años con los de Erik, quizá fuera para ellos más normal de lo que era para sí mismo. Al fin y al cabo, cuando ellos nacieron Hatefiel no he había hecho con el control de todo y la ley era muy distinta. La gente como él era libre de hacer lo que quisiera. Dirigió la mirada a sus padres y rozó la mano de Erik con el meñique. Quisiera escapar de allí, desaparecer sin más, pensó.
- Está bien. - Se atrevió a decir. - No nos referíamos a Johanna. Yo... me refería... - Erik cogió su mano y él la apretó con fuerza. No pudo evitar que algunas lágrimas cayeran, aunque no entendía por qué. Lágrimas de miedo, de alegría o simplemente de alivio. Pero las lágrimas no pudieron parar sus palabras. - Me refería a mí mismo. Erik y yo estamos juntos. - Vio los ojos de su madre y de su hermana abrirse como platos. - Soy gay. - Sabía que no habría podido soltarlo si Erik no hubiera estado allí sosteniendo su mano. Todo quedó en silencio por un largo y tedioso momento. Lo que ocurriese a continuación ya no estaría en sus manos, ahora era libre de esa carga. Pasara lo que pasara no tenía que seguir escuchando a sus padres diciéndole que debía encontrar una novia. No tenía que seguir fingiendo y mintiendo. Ya no tendría que soportar como su hermana miraba a Erik. Se había librado de ese gran peso y recordó una frase que debía haber oído en algún lugar, el cual no recordaba. "El amor es triste cuando es clandestino". Al menos en esa casa, ya no lo sería más. Su madre cayó a plomo sobre el sofá, como si se sintiera derrotada. Johanna no podía cerrar la boca del asombro. Nath miró a su padre que parecía haber quedado congelado.
- Sólo... yo... dame... dame sólo un minuto. Disculpadme. - Logró pronunciar el hombre muy entrecortadamente y salió de la habitación.
- Demasiado de golpe, quizá. - Le susurró a Erik.
- Sólo está un poco abrumado. - Opinó el archivista.
- Así que... - Intentó empezar la madre. - Era "eso". - Dijo pronunciando la última palabra con mayor intensidad. Nath asintió despacio. - Por eso todas las conversaciones esquivas, por eso te negabas a presentarnos a nadie. - Ella pareció recordar algo. - ¿Y aquella chica?
- Sólo una amiga que me echó un cable. - Admitió.
- Lo siento. - Sollozó la hermana. - He sido tan estúpida.
- No tienes porqué... - Comenzó a decir Nath.
- Lo siento tanto por vosotros. - Dijo ella terminando la frase. Los dos chicos se miraron el uno al otro.
- ¿Por nosotros? - Preguntó su hermano.
- Claro. - Dijo levantando la cabeza. - Eres mi hermano, Henry. Nunca he querido que te ocurriera nada malo. Nunca he querido eso para ti.
- Espera. - Pidió intentando explicarse. - Johanna, yo estoy bien con esto. ¿Entiendes? - Ella le miraba con gesto de no comprender en absoluto. - Estoy bien. - Repitió. De pronto escuchó como su madre se echaba a llorar, eso le produjo un nudo en la boca del estómago. - Mamá, por favor. No llores. No es nada malo.