"Nunca en la historia ha resultado fácil gobernar un país, pero es mucho más difícil cuando ese país lo constituye el mundo entero. Una gran nación. Unir a gente de distintas razas y costumbres no es sencillo, pero el Reverendo Hatefiel lo consiguió. Y para lograrlo sólo utilizó la palabra y un medio de comunicación, abriéndose paso entre todos los demás programas, cadenas de televisión y medios de comunicación del mundo. Hatefiel no inventó la incultura y la sumisión de la sociedad, sólo se aprovechó de ellas para hacerse un hueco, y las aumentó para conseguir el control total. El absolutismo final. Pero cuando hay una persona que destaca, cuando una idea se coloca en la sociedad, siempre hay detractores, personas que no están de acuerdo. Ni si quiera Dios ha podido gustar a todos. Estas personas no detuvieron a Hatefiel, sino que las identificó, las rodeó y las eliminó. Alguien debió decirle a Hatefiel, alguna vez, que era un iluso por intentar unificar a todo el mundo debajo de un mismo credo. Hatefiel debió crecerse al oír aquello y en vez de rendirse, puso todo tu empeño en hacerla real. Por todos los que no creían en él, se levantó y pasó por encima de todos aquellos, que en un principio, le llamaron loco. Sus críticas, su odio, le hicieron fuerte. Superarse a sí mismo está bien, siempre habrá gente que quiera hundir tus propósitos y no debes rendirte por ello. El problema, en mi opinión, es el enfoque. El verdadero sueño no debería haber sido unir a todos los pueblos bajo un mismo ideal, sino que todos, cada uno de nosotros, aun con ideales distinto, respetáramos a los demás por ser quienes quieran ser. El respeto es un concepto complicado y el respeto absoluto parece ser nada más que una idea imposible de realizar. Durante siglos, durante toda la humanidad, no hemos sido capaz de respetarnos completamente. Parece que una vez íbamos a conseguirlo y de repente, una nueva guerra se inició en un lugar del mundo y todo se fue al garete. Una y otra vez, el ser humano parece tener ganas de buscar motivos para odiar y separar. Entonces, a veces pierdo la perspectiva y pienso que, quizá Hatefiel ya había pensado en todo esto y que lo que hace es la única solución, un mal menor para unir al mundo. Luego duermo, dormir siempre me ayuda a aclarar las ideas, y una vez más me doy cuenta de que el ideal de Hatefiel está equivocado. E igual que él, que empezó de cero y superó todas las críticas, yo seguiré ese ejemplo y me elevaré para crear mi propio sueño, el que creo que nos dará la verdadera libertad."
Fragmento del libro "Mi sueño de libertad", por Apóstata.
- Debería llamar a mi hermana. – Dijo de repente Lise. Arne la miró sin estar seguro de si le hablaba a él. La mayoría de los miembros del ejército de la "La Capital" y los prisioneros de Ivalo ya habían empezado a ser trasladados a sus respectivos países, pero Arne había decidido quedarse un tiempo más para apoyar y ayudar en lo que pudiese a sus superiores y compañeros. Se habían alojado en las pertenencias que "La Capital" tenía en Helsinki. Habían decidido no volver aun a Singapur, antes debían contactar con Rosalind y Matt para saber cuál era el siguiente paso. El cadáver de Héctor había sido trasladado con inmediatez a Singapur. Además, Ian había pasado todo el tiempo encerrado con su hermana en una habitación, y apenas había intercambiado palabras con Lise. Por su parte, Nath se había pasado la mayor parte del tiempo descansando, tal y como le había aconsejado Lise, por lo visto, era un enfermo mucho más obediente que Erik, el cual sólo se había separado de su lado alguna vez para estar pendiente del resto de sus compañeros. – Quiero saber si ha encontrado a Franz.
- Señorita. – Empezó Arne descolgándose de la barra que estaba usando para hacer dominadas. Entendía porque Lise le había seguido hasta el gimnasio y se había sentado en el suelo en silencio, todos tenían sus propios problemas y ella no sabía exactamente donde quedarse y que hacer. – No tengo idea de que está hablado, pero si tiene que llamar a alguien, hágalo.
- Es que... sin... - Tuvo que pensar en cómo llamarles. - ...Azor y sin el líder... - Intentó expresarse. – Bueno... yo no tengo mucho que decirle. –Él la miró extrañado.
- ¿No ha dicho que tenía que llamar a su hermana? Ni que fuera su jefe.
- La verdad es que ha sido más tiempo mi jefa que mi hermana. – Arne le volvió a mirar sin comprender nada, pero no hizo pregunta alguna. – Es una historia muy larga. - Contestó ella a pesar de que, o por respeto o por una total falta de curiosidad, Arne no parecía interesado en dicha historia.
- Aun así, yo creo que, aunque no pueda tomar decisiones sin los jefazos, sí que tiene mucho que contarle. ¿No cree? – Tenía razón, pero aun así, aún se sentía insegura, quizá porque no quería enfrentarse a la posibilidad de que Rosalind no hubiera encontrado a Franz, pero si no llamaba, ¿cómo iba a saberlo? Llevaba toda la vida siendo hija única y ahora que tenía hermanos, después de lo de Héctor, se había dado cuenta de que esos hermanos los podía perder, y eso le daba mucho miedo.
- ¿Tú tienes hermanos? – Le preguntó de repente. Sin que Lise se diera cuenta, Arne había puesto a hacer flexiones con una mano. Lise se preguntó cuántas horas entrenaría para conseguir moverse como lo había hecho en la prisión. Arne se paró a mitad de flexión, aparentemente sin ningún esfuerzo, y la miró para contestarla, aún con un brazo a la espalda.
- Hermanos de sangre no. – Respondió. – Pero llevo desde que era un crío entrenando con mi equipo de Oslo. Ellos son mi familia.
- Entonces, ¿por qué decidiste quedarte aquí si los demás regresaron? – Siguió preguntando. Arne no mostraba ningún gesto de estar molesto por parar cada vez que ella le preguntaba algo, de hecho se mostraba amable, aunque algo distante, Lise supuso que no le debía estar gustando el interrogatorio, pero su curiosidad era mayor. Él pensó un instante antes de contestar.