Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO XXXVI: BIENVENIDOS A LA GUERRA

Bryce había pasado la noche buscando un lugar del que nadie sospechase y lo suficiente cómodo y seguro como para alojar a la familia del Reverendo Hatefiel. Y después de comprobar muchas cosas, creía haber encontrado lo que el Reverendo Hatefiel buscaba. Era un edificio protegido por las montañas e indetectable. Hacía muchos años que un rey lo había construido para esconderse allí de sus enemigos. Sólo aquellos que sabían dónde estaba, eran capaces de llegar hasta él. A Bryce no le había sido fácil encontrarlo, pero tras dos noches casi sin dormir, lo había conseguido. Sin embargo, esa no fue la primera propuesta que le entregó al líder. Su primera opción fue era un refugio nuclear. La familia estaría mucho más protegida pero no tendría tantos lujos. Hatefiel estaba convencido de que el CES y "La Capital" no tenía ese tipo de armas. Él mismo las había destruido y se había asegurado de acabar con todos aquellos que sabían fabricar bombas nucleares. Eliminar esa atrocidad del mundo fue una de sus campañas políticas más voluntariamente aplaudidas. Por esa razón, al ver las propuestas de Bryce, y a pesar de que él recomendaba el refugio nuclear. El Reverendo Hatefiel se decantó por el edificio del rey. De igual forma, si el Reverendo Hatefiel estaba tan convencido, puede que fuera el lugar propicio, más que el refugio nuclear, pensó Bryce después.

Las limusinas no tardaron en llegar para recoger a los distintos miembros de la familia Warchen.

- Vamos cariño. – Apremió Anna a su hijo.

- ¡No quiero! – Chilló el niño que se había encaramado a una de las columnas de la entrada. – No quiero irme de casa.

- Marco. – Intentó lidiar su madre. – No vamos a irnos para siempre, sólo son unos días. Como unas vacaciones.

- Pero mañana hay torneo de baloncesto en el colegio y quiero ir. – Explicó con lágrimas en los ojos. Porque para un niño, el mundo sólo gira entorno a un partido de baloncesto o el recreo o pasar las tardes con un mejor amigo. El mundo sería un mejor lugar si los adultos sólo tuvieran que preocuparse de ser felices, igual que los niños, pero el mundo no es así.

- Ayúdame, por favor, Diego. – Le rogó a su esposo que ya estaba dentro de la limusina. Tenía la cabeza echada para atrás y los ojos cerrados. Si estaba despierto y de verdad la había escuchado, la ignoró por completo.

- ¿Me permite, señora Warchen? – Pidió el militar que les acompañaba. Ella le mostró un gesto de súplica y el general se acercó al niño. Tiró de los pantalones para acomodárselos al ponerse a la altura del pequeño, que rodeó la columna con más fuerza. – Eres Marco, ¿verdad? – El niño sólo asintió manteniendo los labios apretados. - Yo me llamo Bryce. Tú tío, el Reverendo Hatefiel, me ha pedido que os lleve a tus padres y a ti a un lugar en el que pasarás unos días con toda la familia. ¿No querrás decepcionar a tu buen tío? – El niño negó rápidamente con la cabeza, pero no parecía del todo convencido.

- Pero el baloncesto... - Susurró.

- Cuando vuelvas... prometo que organizaré algo muy chulo para que tus amigos y tú juguéis al baloncesto o a cualquier otra cosa hasta que os canséis. – Le garantizó. Marco le miró con los ojos muy abiertos y brillantes.

- ¿Me lo promete? – Preguntó enjuagándose los ojos con las manos.

- Se lo prometo, señorito Warchen. – Él sonrió y Bryce le devolvió la sonrisa. – Pero ahora tiene que hacer lo que su madre le diga. ¿De acuerdo? – El pequeño asintió enérgicamente y se levantó para correr hacia la mujer que le esperaba.

- ¡Mamá! ¡Mamá! – Gritó cuando ya estaba junto a ella, tirando de su falda para llamar su atención. – El señor Bryce me ha dicho que cuando vuelva va a hacer algo para que pueda jugar mucho, mucho al baloncesto con mis amigos.

- ¡Sí! ¡Qué bien! – Exclamó mientras esperaba a que se subiese al coche. Luego levantó la cabeza hacia el general. - ¿Tiene usted hijos? – Preguntó sonriendo.

- La verdad es que... - Dudó un momento antes de responder. – Desde hace no mucho, pero sí. – Concluyó finalmente devolviéndole la sonrisa. – Seguro que será un buen padre.

- Eso se lo demostraré cuando cumpla la promesa que le he hecho a su hijo.

- Me conformo con que le mantenga con vida. – Aseguró ella. Seguía sonriendo, pero era distinta, era una sonrisa triste.

El chofer condujo a la familia y al general a un aeropuerto privado. Una vez allí, el avión despegó con toda la familia Warchen a bordo. Todos menos el mayor de los hermanos, Falencio Warchen, que como soberbio capitán, no dejaría que su imagen se mancillara. Podría manipular los medios, pero si huía, no sólo correría el riesgo de que todos sus fieles le viesen abandonar el barco, sino que golpearía su propio orgullo y eso, Hatefiel, jamás lo consentiría.

Cuando llegaron al edificio del rey, Bryce subió a la habitación que se había preparado para él. Había muy pocas personas de servicio en el secreto edificio, todos ciegamente fieles a la familia Warchen. Hasta el punto de morir por ellos sin hacer preguntas, si fuera necesario. Consideraban un orgullo estar sirviéndoles allí. Bryce, aun estando de servicio, con mucho que organizar y mucho de lo que preocuparse allí, se sentía impotente en aquel inhóspito páramo. Su lugar era la guerra y casi tenía miedo de que la guerra no llegara hasta él. La batalla era lo único que le hacía no pensar en la realidad del mundo en el que vivía y eso era lo que necesitaba, ahora más que nunca. Todo era más fácil cuando llevaba un arma entre las manos y mantenerse con vida era todo lo que ocupaba sus pensamientos. Cuando no diriges tú y te ordenan hacer las cosas, todo se vuelve más sencillo. No piensas en las consecuencias, sólo aprietas el gatillo y cuando llegas a casa, agotado, sólo sientes que has hecho lo que tenías que hacer y te alegras de seguir con vida. Ahora, con tiempo para pensar, se le hacía más duro. Lena, Lucas y Evan dependía en él. La familia Warchen, dependía de él. Una y otra vez la muerte de Saulo volvía a su cabeza, al igual que la imagen de Tábira, ahorcada en su celda, y sus palabras. El bando correcto. Mas no podía permitir que la duda asaltase su mente y le hiciera tropezar. Sólo un esfuerzo más y todo habrá acabado, pensó para sí. Pero a quien quieres engañar, Bryce, las guerras nunca acaban. Pase lo que pase siempre habrá alguien con ganas de pelea. Pues en palabras de Platón: "Lo muertos son los único que ven el final de la guerra".




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