Estrellas bajo tierra: la fe del pueblo libre

CAPÍTULO XXXIX: BUENOS Y MALOS MUEREN POR IGUAL

El mundo entero estaba conmocionado. Las personas de todo el planeta habían visto el video de Falencio, pero la realidad no había finalizado. Desde Singapur, Ian y Erik habían ordenado el final de los ataques. La mayor parte del ejército enemigo había soltado las armas, los demás estaban convencidos de que todo había sido un ardid, una mentira, pero no tardarían en terminar de convencerse.

Había sido decisión de Matt grabar la escena que estaba ocurriendo en la central de comunicaciones de Hatefiel. Y había puesto el archivo de video en la cola de reproducción, para que el mundo entero pudiera ver la conversación entre Falencio Warchen y la buscada Rosalind Elsie Dakim, justo después de que acabase el video familiar que mostraba las atrocidades de su líder y salvador.

Bryce abrió mucho los ojos al encontrarse con la imagen de Rosalind en la pantalla, pero fue aún peor al ver que Hatefiel la apuntaba con su arma.

- Sabía que al final nos encontraríamos, pequeña Rosalind. - Pronunció con voz seca y casi gutural.

- Tienes razón. Esto es el final. - En un movimiento brusco se abalanzó sobre el botón que apagaba el estudio de grabación, de ese modo, Matt podría reproducir el video al mundo entero. Sólo faltaba dar a un botón. - Voy a mostrar tu video a todo el planeta, Falencio, y tu reinado de absolución, corrupción y esclavitud, llegará a su fin. - Dijo ella convencida, sin quitar la mirada del cañón que la apuntaba. De repente, Falencio se echó a reír.

- Eres exactamente igual que tus padres. – Comentó sin poder dejar de reírse burlonamente. - Aunque él ni si quiera era tu padre.

- Sólo somos la mezcla exacta de quienes nos han educado y de lo que hemos vivido.

- Tienes tanta fe como ellos. ¡Sí, cuánta fe! Crees de verdad que él apretará el botón. - Rosalind le miró entrecerrando los ojos. - Sé quién está en la sala de control principal. Lleva a tu lado media vida, siguiéndote y cuidando de ti, y ahora tiene tu vida en sus manos. - Rosalind apretó los puños al ser consciente de que Falencio debía haber estado observándoles desde que habían entrado en el edificio. - ¿Nos escucha, verdad? - Preguntó sin pretender obtener respuesta pues segundos antes había oído como se comunicaban los dos por el interfono del edificio. - Mathew O'Connor. - Dijo mirando hacia la cámara que les grababa. - El perrito faldero de una chica tonta. Qué destino tan deprimente. – Dijo Hatefiel con desprecio. – Lo explicaré claramente, para que, incluso una niña estúpida como tú pueda entenderme. – Aseguró dirigiéndose de nuevo a Rosalind. – Si él reproduce el video, tú mueres. Y si él no reproduce el video, os dejo salir de aquí, completamente ilesos.

- ¿Y quedarte sin tu venganza? – Preguntó ella. – Sé que me odias, Reverendo Hatefiel. – Empezó con retintín. – Durante todo este tiempo me has buscado porque, incluso con la cantidad de atrocidades que has cometido, yo he sido el único motivo que no te ha dejado dormir por las noches. ¿Verdad? Me temes. – Le sonrió.

- ¿Yo? – Falencio rio y Rosalind tuvo que reprimir una arcada. Estaba tan cerca del hombre que había mandado matar a sus padres que casi no podía soportar el hedor que desprendía. - ¿Temerte? No, Rosalind. No lo has entendido. Ese chico te ama, ¿verdad? Hará lo imposible por salvarte y no apretará el botón del que depende tu vida. Saldréis de aquí ilesos y yo habré ganado y tú seguirás luchando por tu causa perdida, pero, puesto que tu existencia me ha torturado durante todos estos años, recibirás igualmente tu castigo. Un castigo que tus padres también tuvieron, pero personalmente me supo a poco. – Aseguró.

- ¿De qué estás hablando? – Preguntó intrigada, pero furiosa.

- De la desesperanza, querida. – Ver el rostro de satisfacción del hombre que se alzaba ante ella le producía una sensación de tremenda repulsión.

- Mis padres nunca perdieron la esperanza. Yo soy la prueba de eso. Ellos tenían su fe puesta en mí, en que yo lograría llevar a cabo la misión que me encomendaron. Es algo que nunca pudiste quitarles. – Explicó ella con las manos aferradas al tablero de la mesa que tenía a su espalda.

- A no ser... que yo les dijera que te habíamos encontrado. A ti y a tus pequeños hermanos. – Las palabras puñales en el pecho de Rosalind. Hay muchas formas de morir, pero hacerlo sin esperanza, debe ser la más horrible de todas. No, había algo peor. Morir creyendo que tus hijos estaban en manos de un psicópata que, si había matado a su propia hermana, qué no haría con los hijos de otros.

- No es cierto. – La sonrisa de Falencio se hizo aún más grande, pero nada comparado al dolor de Rosalind.

- Tus padres sólo tuvieron ese sentimiento por unos pocos momentos de su vida, pero tú vivirás con ese mismo sentimiento hasta el día de tu muerte. – Sentenció Hatefiel. Rosalind cayó de rodillas frente a su enemigo.

- ¿Así acaba todo? – Preguntó sin levantar el rostro. – Después de todo este tiempo, después de todo el sufrimiento, de todas las personas que han muerto por estos ideales... ¿No quedará ningún recuerdo de ellos y su sacrificio habrá sido en vano? – Cerró los ojos un instante, y no le costó encontrar los recuerdos de las personas que habían luchado a su lado y muerto para defender la causa. Spica, Sirio, Agena, Samara, Herby, Tábira y tantos otros hermanos que habían sido asesinados cuando sus campamentos fueron bombardeados. - Yo les metí la idea en la cabeza de que había una oportunidad de ganar, una esperanza, y ellos me siguieron.

- En la guerra, niña, la gente muere y su nombre se olvida con el paso del tiempo. – Casi parecía que tenía un ápice de compasión. – Lo único que podemos hacer es intentar que el tiempo que nuestro nombre perdura se alargue un poco. Mi nombre será recordado Rosalind, más que el de los grandes reyes de la antigüedad. Soy el único hombre en la historia que ha conquistado el mundo en toda su inmensidad y la verdad, pequeña, es que no lo he hecho por mí. – Afirmó el hombre. – Dios me encomendó la misión de guiar al mundo, como hizo con su hijo.




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