Martes, 3 de enero de 2023
Emi estaba sentada en la mesa de la cocina, absorta en sus pensamientos sobre el viaje que haría en pocas horas. Revolvía lentamente el café ya frío con una cucharita, mientras la luz matinal entraba por la ventana, bañando el lugar en tonos suaves. El olor a pan tostado impregnaba el aire. Fue entonces cuando escuchó que la llamaban.
—¡Emi! —La voz de su padre, Hiroshi, resonó por toda la casa.
Desde la sala, donde acomodaba algunas cosas para la salida, añadió:
—¿Vas a quedarte ahí sentada o vas a prepararte?
Ella reaccionó con un leve sobresalto, interrumpida en meio a suas divagaciones.
—Ah... sí, el viaje... —murmuró, levantándose. Caminó hasta su maleta, la mente aún ocupada con la incertidumbre de lo que vendría. Arrastró el equipaje hasta el baño, donde se acomodó el flequillo y alisó el cabello que le llegaba al mentón. Se observó en el espejo, intentando ignorar esa inquietud que no sabía nombrar. Suspiró y apartó un mechón rebelde del rostro.
Dio una última mirada al reflejo y salió del baño, llevando su maleta de regreso al salón. Inspiró profundamente, buscando serenidad. Al entrar, vio a su padre, ya listo. Él la notó y dijo:
—¿Nos vamos? —preguntó Hiroshi, tomando su equipaje y dirigiéndose al garaje.
—Sí —respondió Emi, con una mezcla de duda y calma.
Hiroshi abrió el maletero y colocó el equipaje dentro. Luego tomó el volante, mientras Emi se sentaba a su lado. Durante varios minutos, solo se escuchaban el zumbido del motor y la respiración contenida de la joven, que observaba en silencio el paisaje pasar.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Hiroshi, lanzándole una mirada rápida.
—Un poco —admitió ella en voz baja—. Me cuesta imaginar cómo será todo allá.
—Todo irá bien —afirmó él con una sonrisa serena—. San Diego es distinta, pero no es otro mundo. Y no estarás sola.
En el trayecto, Hiroshi encendió la radio, buscando suavizar el ambiente cargado. Una melodía tranquila llenó el auto, mezclándose con el ruido de la carretera. Por unos instantes, Emi se dejó llevar, marcando el ritmo con los pies y chasqueando los dedos.
—A tu madre le encantaba esta canción —comentó Hiroshi, con la voz quebrada y los ojos vidriosos, intentando controlar la emoción.
Seguía con la vista fija en el camino, pero su mente parecía perdida en memorias lejanas.
—Me habría gustado conocerla... —susurró Emi, sin apartar la mirada de la ventana.
Su voz apenas se oía, casi absorbida por la música de fondo.
—Si siguiera con nosotros, estaría tan orgullosa de ti —dijo Hiroshi con ternura, lanzándole una mirada lateral.
Hizo una breve pausa, eligiendo con cuidado sus palabras.
—Y no solo por lo que has logrado… sino por la persona en la que te has convertido. Amable. Valiente. Sorprendentemente parecida a ella, incluso sin haberla conocido.
Emi apretó los labios, sintiendo un nudo en la garganta. No respondió enseguida. Solo asintió con suavidad, los ojos húmedos fijos en el horizonte.
En ese instante, no hacían falta palabras: la ausencia lo decía todo.