Estrellas en el Ártico

Capítulo 1 - La última sonrisa

La carretera se extendía ante ellos como una cinta interminable, serpenteando entre colinas y pequeños poblados. Emi seguía en silencio en el asiento del pasajero, aún atrapada en la conversación melancólica con su padre, cuando su celular vibró de repente, anunciando un nuevo mensaje.

Tomó el teléfono y vio que era una notificación del grupo de sus amigas.

Ashley: ¿Ya llegaste a San Diego?

Emi: Todavía no. Creo que falta una hora. Mi papá manejando = paradas cada 10 minutos.

Hailey: Necesito pruebas de que no te abdujeron. ¿Dónde están las fotos?

Emi: Tranquilas, sigo entera. Miren. [Foto enviada: cielo anaranjado y carretera vista desde la ventana del auto]

Lauren: Qué hermoso paisaje... pero no te olvides de escribirnos cuando llegues.

Emi: ¡Prometido!

Emi soltó una risa baja, casi imperceptible en el ambiente silencioso. Hiroshi le lanzó una mirada curiosa.

—¿Tus amigas? —preguntó, esbozando una sonrisa.

—Sí. Están más nerviosas que yo —respondió Emi, sin apartar los ojos del celular.

Ashley: ¡Y cuando llegues, dinos si hay chicos guapos!

Emi: ¡Ashley, por favor!

Hailey: Cálmate, Ashley jajaja.

Ashley: ¿Qué? Tengo que adelantarme, capaz Emi encuentra el amor de mi vida allá.

Lauren: Emi apenas llega y ya la quieren de celestina, qué horror.

Emi: ¡Oigan! Yo solo quiero conocer San Diego, no buscarle novio a nadie.

Ashley: ¡Qué mala!

Emi: Bueno, amores, me voy a desconectar un rato... la señal anda mal. Luego les escribo. ¡Besos! (Emi salió del chat)

Guardó el celular y apoyó la frente contra el vidrio, dejando que el viento frío de la mañana acariciara su piel. Respiró hondo, intentando prepararse para lo que la esperaba.

El silencio dentro del coche era ahora apacible, roto apenas por el rumor de los neumáticos sobre el asfalto. Al cabo de unos minutos, Hiroshi habló sin apartar la vista de la carretera:

—Cuando tu madre y yo hicimos este viaje, sentíamos que el mundo entero nos aplastaba. Pero en realidad... fue el inicio de algo maravilloso.

Emi lo miró, sorprendida por la confesión.

—¿Hicieron este viaje juntos?

—Sí. Yo manejaba, ella con el mapa en las piernas, peleando con los nombres de los pueblos. Nos perdimos tres veces —dijo, soltando una risa nostálgica.

Emi sonrió, relajándose un poco.

—Me hubiera gustado conocerla de verdad.

Hiroshi dirigió una mirada breve a su hija antes de enfocarse de nuevo en el camino.

—Le habría encantado verte crecer. Incluso en el poco tiempo que estuvo contigo, ya te amaba profundamente.

Emi permaneció en silencio, observando los paisajes que se desdibujaban a su paso. Las palabras de su padre resonaban en su interior, llenando vacíos que desconocía.

—A veces me pregunto si ella sabía que no estaría mucho tiempo —prosiguió Hiroshi—. Pero aun así, no lloró ni tuvo miedo. Solo te miró... y sonrió.

—¿Y usted? —preguntó Emi, en un susurro.

—Yo sí tuve miedo. Mucho. Pero al verte, supe que debía ser fuerte.

Llevándose una mano al rostro, Hiroshi limpió discretamente las lágrimas.

—Tienes sus ojos. Y tu sonrisa... es como verla regresar.

Emi mordió su labio, conteniendo el llanto.

—Me gustaría recordarla... aunque fuera un poquito.

—Lo sé —dijo Hiroshi, tocándole el hombro con ternura—. Pero a veces recordar no es sólo lo que ves, sino lo que sientes. Y en eso, ella sigue contigo todos los días.

Emi asintió, incapaz de articular palabra. El coche avanzaba en un silencio cargado de emociones.

—A veces pienso... —dijo ella tras una pausa— cómo habría sido todo si se hubiera quedado. Si me hubiera visto crecer...

Hiroshi suspiró, apretándole el hombro con cariño.

—Hubiera estado contigo en cada paso, si pudiera. De algún modo, creo que sigue ahí. En tu risa. En cada decisión que tomas.

Una leve sonrisa asomó en el rostro de Emi, aunque sus ojos seguían empañados.

—¿Cree que estaría orgullosa de mí?

El padre tardó unos segundos en contestar, midiendo bien cada palabra.

—Estaría orgullosa de todo en ti. Hasta de aquello que tú crees que no es suficiente. Eres más fuerte de lo que imaginas... y tan luminosa que a veces me recuerdas cómo ella iluminaba todo a su alrededor.

Emi se recostó en el asiento, dejando que el silencio reinara unos momentos. Sin embargo, el sonido de una bocina la sacó de su breve sosiego.

—¡Maldita sea! —gruñó Hiroshi, tocando su propio claxon.

—¿Papá...? —preguntó Emi, asustada.

—Tranquila, solo un imbécil apurado —intentó tranquilizarla, aunque sus manos tensas en el volante lo delataban.

Emi lo observó unos segundos más, captando la rigidez de su postura.

—¿Está seguro de que todo está bien? —insistió con voz temblorosa.

—Sí, hija. No te preocupes —dijo, forzando una sonrisa.

De repente, un coche apareció a toda velocidad por el lado derecho, cortándoles el paso. El chirrido de las ruedas y un golpe brutal resonaron en el interior.

—¡Cuidado! —gritó Emi, aterrada.

Hiroshi intentó maniobrar, pero fue inútil. El impacto fue seco y desgarrador. Todo se volvió confuso. El dolor invadió el cuerpo de Emi, pero el miedo era aún mayor. Intentó moverse, pero su vista estaba borrosa.

—¡Papá! —gritó, viendo a Hiroshi inconsciente, la cabeza ladeada, ensangrentado.

—¡Papá! —insistió, con el corazón en la garganta.

Una leve presión en su hombro la hizo mirar. Hiroshi, débilmente, la miró.

—Emi... —susurró, con una sonrisa apenas visible—. Sal... el auto va a incendiarse.

—¡No puedo dejarlo aquí! —sollozó Emi.

Con enorme esfuerzo, Hiroshi señaló la salida.

Emi, con manos temblorosas, abrió la puerta. Intentó soltar el cinturón de su padre y arrastrarlo, pero su peso era casi inaguantable.

Con todas sus fuerzas, logró sacarlo del vehículo. El calor abrasador y el humo espeso llenaban el aire. Sus rodillas se rasparon en el asfalto mientras alejaba a su padre.




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