Estrellas Fugaces

Estrella Tres

Situación: Universo Alternativo.

AU: Dioses griegos.

Mito elegido: Artemisa y Orión (se hace mención al mito de Dafne y Apolo, y al mito de Zeus y Calixto).

Personajes: Itsuka Kendo, Tetsutetsu Tetsutetsu y Monoma Neito.

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El olor a aserrín fresco inundaba mis narices, junto a la sensación fresca y un poco húmeda de la mañana naciente. Esa ocasión decidí salir a cazar sola, sin la compañía de mis ninfas pues podrían ahuyentar a mis presas con sus cuchicheos inoportunos. El ruido de un tronco siendo golpeado por algún pájaro carpintero me pareció extrañamente peculiar, y entonces escuché el minúsculo ruido de una rama al ser aplastada.

Velozmente me puse alerta, apuntando mi flecha y mi arco hacia el conejo que había, desafortunadamente, llamado mi atención. Esperé hasta el momento preciso, asegurándome de no fallar como no acostumbro, y solté mi tiro hacia mi presa, terminando anonadada, cuando una segunda flecha alcanzó a perforarle. Abrí los ojos, un tanto ofendida, y busqué con la mirada al que había osado interrumpirme.

—Buen tiro —me elogió el joven de cabellos platinados que salió de entre los arbustos a mi izquierda—, le dio justo en el ojo.

—Gracias —respondí, alzando una ceja al ver que tomaba al conejo y le sacaba el par de flechas de un tirón.

—Parece que no podemos decir cuál flecha fue la más veloz —comentó, extrayendo de su bolso un gran arma filosa.

Fue entonces cuando me percaté de que le acompañaba un perro de pelaje marrón, salpicado de grandes manchas negras. El animal se había acercado a olfatearme un poco, pero se fue al recibir el llamado de su dueño. El joven mortal, de un solo movimiento, partió al conejo por la mitad con su arma, y de un movimiento sacudió la sangre del filo de su cuchillo y lo guardó.

—¿Qué lado quiere? —me preguntó, ofreciéndome ambas partes del animal.

—Puede conservarlas, los mortales necesitan comer bien.

—Una Diosa —intuyó subiendo y bajando las cejas—. Es muy considerado que se preocupe por los mortales, pero usted se ha ganado su parte del conejo, gracias a esa veloz flecha que guarda ahí. Así que, insisto —sonreí rendida, y tomé la parte de arriba—. Generosa generosa, eligió la cabeza —cantareó un poco—. No había escuchado hablar de ninguna diosa tan generosa. ¿Puedo preguntar por su nombre?

—Soy Kendo de Artemisa —respondí tras reír un poco—. ¿Usted?

—Soy Tetsutetsu de Orión —hizo una reverencia—, y él es Sirio —apuntó al perro—. No la había visto por aquí antes, yo suelo cazar por estos lados muy a menudo.

—En ese caso me retiraré, no quisiera interrumpir algo tan sagrado como la caza de otro.

—Oh no, puede quedarse, insisto —me dijo, en un tono gentil y sonrió—. Su compañía podría traerme suerte —entonces, me ofreció mi flecha, la cual había conservado hasta entonces.

No sé qué era, tal vez su forma tan natural de hablarme, como una persona normal, lo que me impulsó a quedarme con él. Pero a su vez, me respetaba como la divinidad que soy, recordándome que Tetsutetsu de Orión no era más que un mortal. Eso me hizo valorar bastante sus grandes habilidades de rastreo y caza. Era un joven ordinario como todos los jóvenes ordinarios que habitan fuera del Olimpo. Sin embargo, él parecía ser diferente de algún modo.

Día tras día me reunía todas las mañanas con él, y cazábamos juntos por tanto tiempo, que perdía la cuenta. «Sólo veinte minutos» me decía a mí misma antes de encontrarme en nuestro punto de costumbre. Pero la magia que albergaba en mi corazón me hacía olvidarme de las horas y de los minutos, los segundos eran eternos y mi felicidad plena. ¿Qué clase de persona era esa? Siendo que me hacía sentir como nunca antes ningún dios pudo hacer.  Pero yo, que sabía perfectamente el escándalo que ocasionaría que todos en el Olimpo se enteran de Orión, reservé celosamente nuestra camadería en secreto.

Pero claro, sólo hay una cosa que es imposible en el Olimpo: guardar un secreto. Lo sé de primera mano.

El rumor de lo que pasaba en mis excursiones de caza llegó distorsionado a los oídos de mi celoso mellizo: Monoma de Apolo.

—El simple hecho de pensar en que tú, una diosa perfecta, hermosa y virgen se case con un mortal, me provoca náuseas —me dijo horrorizado crispando los labios.

—¿Y qué me dices de esa ninfa de la que te habías enamorado? —cuestioné, cansada de escuchar sus reclamos—. Ella también era mortal, no tenía posesiones en las cuales caerse muerta, y cuando le confesaste tu amor tan… Extravagantemente, ella huyó de ti y se convirtió en un árbol.

—Esto es totalmente diferente. Yo estaba enamorado de ella, pero tú no amas a Tetsutetsu de Orión. ¿O sí?

Guardé silencio, indignada, y dando media vuelta me dispuse a alejarme de él. Me llamó un par de veces, las cuales ignoré pues debía reunirme con Tetsutetsu. No tenía en claro mis sentimientos por él aún, no quería atreverme a siquiera pensar en romper mi voto de castidad. Pero ese sentir que albergaba en mi corazón era tan grande, no podía ignorarlo simplemente. Palpitaba con fuerza, reclamando la atención de aquel chico de cabellos platinados. Su sonrisa me robaba el aliento y su voz acaloraba mis mejillas.

Tal vez hayas leído en algunos mitos que ninguno de los dioses despreciaban a Orión, y es verdad, todo lo que podrás encontrar era que ese muchacho era irrelevante, irrespetuoso y confiado de que Artemisa lo protegería de la furia de ellos. Pero eso no es verdad, al menos no por completo. Por que sí, todos los dioses le repudiaban con fuerza, pero pienso que así era porque Orión, incluso siendo un mortal, poseía algo que los dioses jamás podrían adquirir: decencia.

Él pensaba con asco al saber de la descendencia tan grande que estaban dejando los dioses por ahí, en especial mi padre, Zeus, que siempre buscaba apareamiento con las doncellas que llamaban su atención. Incluso con una de mis musas, Calixto, pero esa es otra historia.



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Editado: 23.12.2020

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