Estrellas Sobre Nosotros

2: BARRETT

BARRETT:

—Barrett, deja eso —Luisa me da una palmada en el brazo—. Tienes que ir a la escuela.

Limpio mis manos con la toalla de la cocina. —Sí, ya me voy —señalo el sartén—. Pero tienes que probarlo, está casi listo.

Ella me mira haciendo un gesto. Desde que soy niño tiene esa misma expresión cuando me tardo en obedecerle, porque siempre le obedezco pero no tan rápido como le gustaría.

Mi abuelo entra a la cocina aun vestido con su pijama. — ¿Me preparaste el desayuno de nuevo?

Mi abuelo es un amante de la comida, no de cocinarla sino de comerla. Él puede comer cualquier cosa sin pensarlo dos veces. No tiene una comida favorita, su comida favorita es la comida en general. Él es mi mejor crítico hasta el momento porque nadie sabe más de algo que aquel que no se limita a nada.

Luisa suspira y se acerca a mí para estirar mi camiseta cuando me deshago del delantal. —En realidad, preparó para todos a pesar que ya se tiene que ir.

Mi abuelo se acerca riéndose y coloca su mano en mi espalda. —Ve hijo, llegaras tarde —No llegaré tarde, y si lo hiciera no me importaría mucho. No hay nada en ese lugar que me motive a pasar horas de mi vida desperdiciadas aprendiendo sobre cosas que olvidaré en unos años.

Pero solo queda un año más y al menos me iré de este lugar. —Aún hay tiempo —respondo.

Luisa se cruza de brazos. —Barrett Andrews, si no te mueves ahora mismo le diré a Jeffrey que saque el auto y te lleve a la fuerza, sabes que no puedes perderte ni un solo día.

Sé que mis padres no quieren que me pierda ni un solo día de clases, eso sería ser “mediocre” según ellos. — ¡Me rindo! —Miro el reloj, aún tengo unos diez minutos libres pero Luisa es una mujer que ama el orden y las reglas, no hay forma que discuta con ella ahora—. Ya me voy, los veo después.

—Gracias por la comida —Luisa responde suavizando la expresión en su rostro —. Pero hay gente que puede prepararte lo que quieras.

Levanto mi dedo. —Lo sé pero tú sabes que…

Ella me interrumpe: —Estas practicando, lo sé muchacho.

Luisa ya está acostumbrada a que esté en la cocina aunque ha intentado que lo deje. Ella me conoce desde siempre y sabe que no es más que un pasatiempo pues no hay forma que abandone todo lo demás. Lo que sí vale la pena diría papá.

Levanto mi mano y le doy un abrazo rápido a mi abuelo. Siempre desde temprano tiene un olor entre gel para el cabello y perfume de su marca favorita, el que mi abuela le regala cada aniversario desde hace veinte años. —Adiós.

—Salúdame a Tam —eleva la voz mientras tomo mis cosas y camino a la puerta de la salida, veo que Daniela una mujer joven está a punto de abrirme la puerta pero le hago una seña con la mano para que no lo haga. Es nueva y aun no se ha dado cuenta que me incomoda cuando las personas me abren las puertas viéndome como si fuera yo la celebridad.

Soy solo el hijo de las celebridades.

Tomo el teléfono mientras camino hasta los autos, entro a mi preferido y cierro la puerta cuando escucho la voz de Tam. — ¿Qué hay?

— ¿Lista? —Dejo mis cosas al lado—. Ya voy por ti.

—Gracias chofer, te espero aquí —ríe y me cuelga.

Salgo de ahí y conduzco mientras pienso en lo aburridos que serán los próximos meses. Ya no puedo esperar a graduarme de la escuela y ser parcialmente libre.

Digo que seré parcialmente libre porque luego sigue la universidad, iré a una de las mejores del país y continuaré con el plan pre-elaborado de mis padres aunque al menos sentiré como finalmente algo cambiará en mi vida.

No se trata de viajes ni cosas que se puedan comprar, es como si me faltara algo pero aun no sé qué. Básicamente lo tengo todo pero al mismo tiempo siento como si no tuviera nada. Como si me faltara la pieza del centro en el rompecabezas. Aun si tengo todo lo demás, ese pequeño espacio siempre estará ahí y evidencia que no sirve de nada el resto si no tienes cada pieza en su lugar.

Tam golpea la ventana del pasajero cuando se acerca, la bajo y ella sonríe. Su piel se ve más bronceada por pasar dos semanas en Tailandia con su familia —Hola, hola, ¿me extrañaste?

Ruedo los ojos. —Nos hemos estado enviando mensajes todos los días. —Ella se aseguró de mostrarme cada lugar que visitaba, cuando estaba nadando en la piscina del hotel y el paisaje.

Abre la puerta y empuja mis cosas a un lado, yo las tiro hacia atrás. —Si pero desde que nacimos hemos estado siempre juntos, debiste venir con nosotros.

Resoplo por su afirmación. —Te conocí cuando teníamos cinco años —le recuerdo—. No desde que nacimos.

He acompañado a su familia a algunos viajes y se suponía que también lo haría este verano pero mis padres lograron coordinar una semana libre así que viajamos a Las Bahamas para pasar unos días ahí.

No fue tan divertido como suena. Nadé un rato en la playa, tomé varios jugos naturales y vi programas extranjeros en la televisión. La única actividad familiar que hicimos fue cenar en ese restaurante del hotel la primera y última noche, las otras noches en el medio ellos salieron a lugares cercanos pero yo dije que me quedaría en el hotel y pediría servicio a la habitación.

Por la diferencia de horarios no hablé mucho con Tam así que cuando me aburría, salía a pasear por la arena. Varias chicas se me acercaban y todas ellas eran atractivas pero como siempre, no tenía nada de interés en nada. Ni siquiera en hablar con ellas así que me daba la vuelta y seguía con mí asunto.

Ajusta el asiento y cierra los ojos. —Ahora conduce, voy a repetir mis afirmaciones diarias y no quiero que me interrumpas —se coloca el cinturón de seguridad—. Um, por cierto, ya no me respondiste el último mensaje.

La miro, no recuerdo qué fue lo último que me envió. — ¿Sobre qué era?

Rueda los ojos. —Sobre si habías tenido algún romance de verano, nunca me cuentas nada de eso.




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