Estrellas Sobre Nosotros

7: OCEAN

OCEAN

Genial, ahí está él.

Tengo un periodo libre el martes y como mi hermano está ahora mismo en clase, ocupado y sin intenciones de hacerme compañía aun si también tuviera también periodo libre, decidí rondar por la escuela.

Es demasiado grande como para no perderse aquí y eso es justamente lo que me ha sucedido, me he perdido. La forma en que pasó fue cuando tomé una muy inteligente decisión de salir por la puerta que atraviesa el jardín y un camino con una pasarela de cristal (todo parece ser de cristal aquí) me dirige al segundo edificio, el que tiene los salones de química y biología.

Pero no me bastó explorar esta área, subí unas escaleras y crucé hacia un área abierta, abrí una puerta donde parece que es un área para relajarse pues hay sofás y mesas pequeñas, salí por otra puerta y bajé otras escaleras pero estas escaleras no estaban conectadas al otro lugar. Estas son para un vivero y bueno, decidí entrar.

Había dos personas con uniformes, dos hombres como de cincuenta años pero no me regañaron cuando crucé el lugar, solo levantaron la cara y luego siguieron con su charla. Salí por otra puerta que al moverla hizo un “clic” y ¡Sorpresa! Estoy en un área sin salidas, ventanas, cerrada con muros altos y sin techo, además de eso, solitaria. Muevo mis ojos y en la esquina noto que hay una persona aquí.

Barrett Andrews.

Está en una esquina, sentado sobre el suelo y la espalda recostada en el muro de atrás. Cuando lo veo él levanta su rostro de su libro y junta las cejas. — ¿Qué rayos haces aquí? —su tono de voz me molestó.

—Oh lo siento, esta es tu propiedad seguramente —respondí enojada.

Barrett tiene algo, ese algo que me transforma en una persona completamente diferente. Una que se enoja con facilidad y cada cosa que escucha proveniente de su boca le causa malestar en todo su cuerpo.

No soy tímida pero siempre intento ser amable. Creo que es imposible para mí ser amable con un Andrews, mis padres estarían orgullosos si me vieran ahora, no dejándome intimidar por el hijo de sus enemigos.

El clima de hoy es más frío que el de ayer y hay muchas nubes, evitando que el sol ilumine como siempre y todo esto luzca opaco y aburrido. Y bueno, que Barrett Andrews sea lo que descubrí al final de mi aventura no me emociona para nada.

Cierra el libro pero por la forma en que mira el separador a un lado de sus piernas me demuestra que se le olvidó colocarlo antes. —No es mi propiedad pero no deberías estar aquí.

Ahora quiero acampar aquí y hacer de este mi hogar con tal de hacerlo enojar. —Um, ¿Por qué no?

Suspira y coloca el libro a un lado. —Porque no.

Bufo. Este espacio no es muy grande, si tuviera que sacar un cálculo mental diría que mide unos ocho metros o tal vez un poco más. No sé, nunca he sido buena con los cálculos mentales pero diré que serviría de espacio para guardar dos camionetas grandes horizontalmente y una verticalmente.

— ¿Por qué estas tu aquí? —Ruedo los ojos—. ¿Privilegios?

Aprieta su mandíbula, se levanta y se inclina para tomar el libro. —Ya me voy, no puedo leer contigo aquí.

—Que te vaya bien —contesto.

Barrett camina hacia mí y se detiene a una distancia prudente. —No deberías estar aquí porque allá hay dos trabajadores —señala a través de la puerta que es mitad de madera y tiene una ventana transparente algo sucia, desencaja completamente con el resto del lugar.

— ¿Estas juzgándolos? —Reclamo—. Por  supuesto que lo haces, debería desconfiar de ellos pero no de personas como tú.

Abre los ojos, como si ya lo tengo harto. Bien, punto para los Palmers, vamos mejorando. —Haz lo que se te dé la gana, que rara eres.

Lo miro frunciendo el ceño. — ¿Por qué soy rara?

Levanta la mirada al cielo. —Porque si, o vives amargada.

Miro el libro que estaba leyendo “Un plato a la vez” me pregunto sobre qué será. — ¿Y tú eres el más amigable de toda la escuela, no?

Barrett baja la mirada hacia mí. —No me interesa ser amigable.

Coloca mi mano sobre mi pecho. —Y a mí no me interesa ser amigable contigo.

Rueda los ojos. —Como quieras, te recuerdo de nuevo que esas personas son extraños y tú eres una chica —coloca su mano en la puerta—. Si hay un poco de sentido común en ti, no te quedaras a averiguar si son buenos o no.

Entiendo su punto pero no necesito que finja ser amable conmigo. —Entonces, ¿Ya te ibas, no?

Sus cejas se juntan. —Sí, ya me voy —bufa—. Aunque yo estaba aquí primero.

Resoplo cruzándome de brazos. — ¿Tengo que pedirte permiso para estar aquí?

Barrett me da una mirada, llena de irritación pero luego toma la manecilla de la puerta y se tarda en abrir, mueve varias veces haciendo que el vidrio tiemble un poco. Parece que empujar una simple puerta es muy difícil para él.

Escucho que deja salir un suspiro largo. —Oye, tú —volteo y tiene el rostro tenso—. ¿Te aseguraste que no se bajara la palanca antes de entrar?

¿Había siquiera una palanca? — ¿Qué?

Pero no debo decir nada más porque él comprende que he hecho algo equivocado aunque yo no estoy segura de qué. —Ay, Dios —cierra los ojos—. ¿Hablas en serio? ¿Te metes en lugares desconocidos y ni siquiera notas que hay una palanca que se cierra si no la ajustas?

— ¿Qué palanca? —pregunto cruzando los brazos.

El viento sopla un poco más, las nubes se acumulan. —En la puerta —pronuncia las palabras con molestia, como si cada letra le causara dolor—. Hay una cosa larga que tienes que subir y ajustarla en un gancho, si no lo haces sirve como seguro y cierra la puerta.

— ¿Por qué harían una puerta así? —reclamo, no tiene sentido.

Suspira y mira a través de la pequeña ventana. —Porque aquí guardan costales de tierra cuando lo necesitan, la tierra no tiene miedo de quedarse encerrada —lo dice con un tono burlón.




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