Había transcurrido cierto tiempo desde que su hermano había partido. Desde entonces, la convivencia familiar en casa no había sido un lecho de rosas.
Si algunos de los rumores habían calificado al padre de la niña como borracho, ahora tenían base para hacerlo. Desde la pérdida de su hijo el hombre había cambiado. No solo era distante de su mujer y de su hija, sino que se había dedicado a la bebida. Y si esto no bastara, cuando se hallaba en pleno delirio del alcohol, todas sus culpas salían. Gritos y discusiones, insultos y reproches, eran el denominador común en los meses que siguieron desde aquel fatídico hecho, provocando que el duelo de la niña no fuera algo fácil de llevar.
Con la madre la situación tampoco era distinta. Entre la culpa que se recordaba diariamente, los reproches continuos del marido y el trato frío hacia ella -sin olvidar mencionar que de cuando en cuando le decía que nunca debió dejarla a cargo de su "guagua"(1)-, la niña sintió que la culpa sobre su ser crecía cada vez más.
Así, viendo cómo la relación de sus padres se resquebrajaba, viendo cómo era apartada del cariño paterno que alguna vez conoció, y viendo cómo el calor familiar desaparecía para dar paso a la fría temperatura, que ahora se colaba en cada una de las paredes de su pequeña choza, ella quiso salir a pasear. Odiaba esa estación del año porque le recordaba aquella fatídica noche en la que su hermanito había partido. Sin embargo, no estaba muy segura de que afuera haría más frío que adentro. Tanto en casa como fuera de ella, desde aquel trágico hecho, el hielo de la altura de la sierra peruana se había cernido sobre su piel, quemando sus mejillas y volviéndolas rojas, así como llenando su joven alma de viejas cicatrices difíciles de borrar.
Luego de caminar durante un buen tramo, quiso hacer una pausa. El cielo frente a ella se veía hermoso. Por primera vez, en muchos días, las nubes habían decidido dar una tregua y dejar de llorar por ese día. Y el cielo, llamando a la niña, quería ser merecedor de ser contemplado en todo su esplendor. De este modo, siguiendo a sus impulsos, decidió que para eso lo mejor era echarse sobre el pastizal.
No solo estaba cansada por el largo camino que había hecho, no. Sobre su infantil espalda pesaba una gran carga que ni un adulto se veía capaz de llevar. Sólo por ahora decidió que era tiempo de descansar. Ya habría momento para seguir llorando. Ya habría momento para seguirse lamentando. Ya habría momento para seguir recordando. Si sus impulsos querían obligarla a que, sólo por hoy, descansase de aquella carga, ¿por qué no dejarse llevar por ellos? Total, ya había llorado durante los últimos meses.
Al extender sus brazos y apoyar su cabeza sobre ellos, pensó en todo y en nada. No obstante, la belleza del paisaje que tenía frente a sí la tenía embelesada. Lo majestuoso del cielo, el esplendor de la vegetación y las montañas níveas que a lo lejos contemplaba exponían frente a ella las mejores de sus formas. Hubo una en especial que capturó su atención: el Huascarán, aquel fantástico nevado de la Cordillera Blanca(2), que se imponía sobre los demás, y cuya cumbre no sabía en dónde terminaba, porque se escondía con las nubes para danzar junto a estas sin parar.
‹‹¿Cuánto medirá?››, pensó la niña. ‹‹Quizá algún día le pida a mi padre que me lleve a visitarlo con él››, fue lo último que se dijo mientras sus ojos se perdían en aquel lejano paisaje, antes de acomodarse en los brazos de Morfeo.
(1) Guagua: Bebé.
(2) Cordillera Blanca: Es una cadena de montañas nevadas ubicada en la Región de Ancash, en el Perú.
*****
Gracias por leer. No te olvides de votar, comentar y recomendar <3
Mis redes sociales:
✿ http://www.facebook.com/CinthyaHuertaEscritora
✿Twitter: CinthyaHuerta_
✿ Instagram: cinthyahuerta_
✿ Grupo de Facebook de mis lectores: http://www.facebook.com/groups/SagaPoesías/