Saqué mis cuentas en un ábaco:
noté que me faltaba el color en la vida.
Se me abalanzó un terror bellaco
y brilló con fulgor el gris del alma mía.
Me transformé al abandonismo absoluto
y de lombrices hice los cimientos de mi abadía.
A mí llegaron y llegan impíos de luto
y santos regocijándose todos los días.
A mí llegan guías molestos,
los hago llorar a su partida.
Yo solo enseño las cosas que protesto
y en mi protesta solo está mi voz dolida.
Abad de mi iglesia soy: la iglesia del luto.
¿Qué lugar habrá más feliz en el mundo?