En el cielo de Francia, yendo a la Ciudad Rosa
estaba la Manzana con sus formas de cuerpo celeste;
llevaba por delante al Buey.
Era esa Manzana, de la India, la más preciosa;
la que igualaba a la del pecado, y a la Eva de este,
el camino marcaba el Buey.
Sobre una simple carreta iba:
en los brazos del celoso e infinito universo,
poseída por el mutismo de los números y su nombre.
Delante de ella iba la vida:
Iba el animal movido por inercia o esfuerzo,
Iba el simple animal buscando alejarse del hombre.
Pero al llegar ya no estaba en su Francia, el pobre,
llegó a la selva y ahí dejó a la Manzana noble.
La manzana se fue ya hace años en su viaje solitario,
y aquí sigue, ya viejo, el Buey. ¡Qué existir tan solitario!