En lo corto
del ciclo de vida
de un abrazo
de despedida,
la mente
suele agregar
rápidos siglos de gozo
y unos eternos segundos
de adiós silencioso.
Tú, vigía,
¿qué tenías
la última vez
que te vi?
Yo no tengo nada.
Ni personas
ni los puntos
de mi cicatriz
ni los años que perdí
pensando en
segundos eternos.