Eternal Romance

III.- La ilusión de una flor

Era una noche fría, sin duda se acercaba el invierno. Acomodó la colcha cubriendo su hombro y cerró sus ojos intentando dormir, pero después de algunos minutos comprendió que sería inútil.

¿Es que acaso era posible conciliar el sueño después de esa experiencia?

Los recuerdos se atropellaban en su cabeza, así como las letras de las canciones que tanto tuvo que ensayar. Hace tan sólo un par de horas había sido su debut como cantante en el más fabuloso teatro que cualquier artista hubiese podido soñar, y a pesar de todo, sus pensamientos se dirigían a una sola pregunta.

¿Por qué lo hizo?...

 

El espectáculo fue un éxito, las críticas y los aplausos así lo confirmaban. El nuevo integrante sorprendió a todos con su imagen imponente y seductora que, unida a la calidad de su voz, fueron la combinación perfecta para una interpretación inesperadamente conmovedora. La prueba de fuego había acabado, finalmente DIES IRAE tenía a su nuevo tenor.

Los rumores y dudas que acechaban con poner en peligro la continuidad del teatro fueron resueltos astutamente con la magistral interpretación de sus artistas. Para los espectadores, era una certeza que el teatro oscuro se encumbraba una vez más a su tercer siglo de existencia. Incluso la sombra de Frederick no logró empañar la impecable presentación.  

Habían transcurrido tres días de aquella memorable función, y Ambrose miraba a Gerard descansar plácidamente sobre el sillón después de haber compartido algunas copas para celebrar su iniciación. Estaba agradecido del apoyo del barítono, era reconfortante sentir que tenía un amigo en la ciudad, alguien con quien poder compartir después de esos duros ensayos. Se preguntó si con el tiempo él también lograría estar así de relajado luego de una presentación, y es que la adrenalina parecía negarse a abandonar su cuerpo. Decidió no interrumpir su descanso y dejarlo dormir, después de todo, los últimos días fueron bastante agitados y al igual que a los demás, le vendrían bastante bien algunas horas de sueño.

Definitivamente ser parte del teatro oscuro no era fácil y Ambrose lo estaba experimentando, pero a pesar de las largas jornadas y elevados parámetros a los que sus integrantes debían dar respuesta, un dulce sentimiento de orgullo llenaba sus corazones después de cada presentación. Como decía Gerard «No hay como la satisfacción de un trabajo bien hecho para curar todo cansancio y frustración», y el tenor así lo sentía, ya que cuando escuchaba el aplauso espontáneo, olvidaba la fatiga y comprendía que cada segundo de su esfuerzo tuvo un propósito, que cada gota de sudor valió la pena.

Había bebido bastante y empezaba a sentirse mareado. Apoyó el vaso que sostenía sobre la mesa de bronce frente a él, aún con alcohol en su interior. No quería acostarse con el característico malestar en sus sienes, ya que sabía perfectamente que al otro día lo resentiría.

Miró el reloj comprobando que ya había pasado la medianoche, por lo que decidió que era momento de partir. Se puso de pie y tomó el abrigo que había dejado en la silla junto a la puerta envolviéndose en él. Pensaba que quizá si salía a tomar aire fresco se sentiría mejor y de paso, ayudaría a calmar su ansiedad. No le había sido posible conciliar el sueño las noches anteriores, así que caminar se veía como una buena alternativa para cansar sus músculos antes de dirigirse a su residencia.

Cerró suavemente la puerta de la habitación para evitar despertar a su compañero y salió sin rumbo fijo a recorrer las calles de la ciudad.

A esta hora se sentía gran paz, apenas se veía gente en las calles y sólo unos pocos carruajes se escuchaban a lo lejos. Apoyó sus manos frías sobre el antiguo puente de Westminster mientras veía el agua fluir.

Era una noche hermosa, el cielo lucía despejado lo que hacía destacar las decenas de estrellas en el firmamento, aquella vista inevitablemente le recordó a su hogar, a Inverness. Por algunos segundos cerró sus ojos y se imaginó de niño tumbado sobre la hierba, incluso pudo sentir la textura del pasto en sus manos. Extrañaba su tierra, a su familia, extrañaba el sabor de las comidas de su madre y a los amigos que debió dejar atrás con la promesa de ir tras su sueño.

Parecía que había transcurrido demasiado tiempo desde que empacó sus maletas, y no tan sólo algunos meses.

Se quitó el sombrero para sentir por unos instantes la brisa fría enredarse en sus cabellos, deseaba que con ella también se fuesen sus inseguridades. Respiró profundamente dejando que la vista del Támesis lo relajara. Miró el reflejo de la luna formando pequeñas y escurridizas pinceladas en aquel caudal lleno de historias…

Y sin tener una razón, comenzó a pensar en ella.

En su mente la veía luciendo ese hermoso traje de encaje blanco que llevaba el día de la función y que advertía respetuosamente su silueta, su largo cabello del color de la miel decorado con un lazo rojo con pequeñas perlas…

Acercó los dedos a sus labios, como tratando de rememorar aquel inesperado beso que secretamente le había sido robado, mientras una extraña sensación parecía invadirlo.

—Vaya, tampoco puedes dormir —escuchó una voz tras él.

Ambrose volteó rápidamente dudando del origen de aquellas palabras.

—¡Señorita Josephine, es usted! —exclamó conmocionado.




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