Eternal Romance

VI.- Una confusa velada

Había pasado una semana desde la extraña visita de Frederick, y Josephine no podía quitar de su cabeza la triste mirada del tenor al despedirse. Una serie de sentimientos se mezclaban con torpeza en su interior, sentimientos que no lograba comprender, pero que siempre la llevaban al pasado, a aquellos tiempos desbordantes de alegrías y satisfacciones, y que de un momento a otro se vio obligada a dejar atrás.

Ahora, un anhelo persistente agitaba su corazón lastimado, un fuerte grito silenciado por su orgullo, que inútilmente trataba de enmascarar con el sonido del clavicordio que tocaba.

Intentaba esconder las emociones que la invadían, pero eran tan intensas, que incluso sus propios compañeros pudieron notar que algo andaba mal. Se mostraba inusualmente distraída y distante, ignorando errores que en el cotidiano jamás se habría permitido dejar pasar.

Josephine, no solía hablar de sus sentimientos y menos de sus miedos, desde la muerte de su tío se prometió a sí misma nunca mostrar debilidad, no permitiría que las emociones nublaran su juicio, ya que había sido testigo de las fatales consecuencias que esto acarreaba.  Por eso, si de algo estaba orgullosa, era del fuerte control que había logrado sobre sí misma, control que le había permitido sobrevivir a ella y a la compañía por casi doscientos años. Por lo que no lograba comprender por qué aquella visita la había desestabilizado de tal manera, por qué no podía superar ese encuentro… Podría ser que acaso «¿Siguiera amando a Frederick?», a aquel hombre que un día echó de su lado para proteger aquello que más amaba. «¡No!», se respondió con rapidez, nunca arriesgaría su sueño.

Pero, y si todo este tiempo sólo disfrazó lo que sentía en un odio intenso que le permitió olvidar, porque tal vez odiarlo era más fácil que reconocer su traición. Pero ahora que ese odio se había ido, resurgían nuevamente los afectos…

Mientras se perdía en recuerdos y divagaciones, sus dedos comenzaron a deslizarse a través de las teclas para interpretar la última canción que compuso con Frederick. Sorprendida, se detuvo abruptamente al ser consciente de la pieza que tocaba... Quizá, sólo añoraba ese sentimiento de unidad, de amistad, que se había perdido por la tragedia en que se vieron envueltos, después de todo, ella más que nadie sabía que, aunque las heridas sanen, las cicatrices jamás desaparecen.

 

***

 

Las horas transcurrieron con rapidez, hasta que sin darse cuenta terminó pasando la noche en el teatro, sumergida en recuerdos y melodías que parecían fundirse con el antiguo telón de terciopelo. Observaba el escenario que tantas veces pisó, las viejas tablas recientemente pulidas junto al hermoso decorado del fondo, un sombrío bosque coronado por la luna... Cual licor, su mente se embriagaba de emociones y anhelos de un célebre pasado que se negaba a dejar atrás.

De pronto, una idea pareció brotar en sus pensamientos reconfortándola. Tal vez lo que necesitaba era sentir que su familia seguía unida, que aquellas veladas que tanto extrañaba y disfrutaba, podían volver a ser una realidad.

Se levantó de la butaca y tomó el reloj que había dejado sobre el clavicordio, abrió la tapa finamente decorada en oro, y como suponía, ya estaba próximo a iniciar el ensayo, lo que significaba que en cualquier momento comenzarían a llegar el resto de los miembros.  

Y así fue, ya que en tan sólo pocos minutos, las inconfundibles siluetas de Sebastien y Gerard se dibujaron en la puerta.

—¡Hoy cenaremos juntos!  —exclamó entusiasmada fijando la vista en sus compañeros—. Será una pequeña velada.

Los artistas se miraron extrañados, ya que, desde la muerte de William, Josephine jamás quiso asistir a ningún tipo de reunión que tuviese por fin celebrar, por lo que asintieron sorprendidos, pero a la vez aliviados.

—Ambrose, tú también estás invitado —agregó dirigiéndose al tenor que acababa de entrar.

«¿Habían escuchado bien?»

Como si coordinaran sus pensamientos, una serie de interrogantes y preocupaciones comenzaron a invadir las cabezas de Sebastien y Gerard. Definitivamente sonaba inquietante «¿Por qué iría Ambrose a la cena?».

Pero antes de darles tiempo de asimilar sus palabras, la señorita Josephine se puso de pie y comenzó a caminar.

—¿A dónde vas hermana? —se apresuró a alcanzarla.

—A preparar todo —respondió sonriendo—.  Deseo hacer un platillo especial ¡Quedas a cargo Sebastien! —y diciendo esto, tomó su abrigo y salió del lugar.

—¿No crees que la señorita Josephine actúa extraño? —comentó el barítono confundido— Ella nunca hubiese dejado el teatro antes de concluir un ensayo.

—Lo sé —reconoció preocupado—. No entiendo qué es lo que pasa, pero es mejor no hacer preguntas. Josephine es así, pronto volverá a la normalidad, por ahora lo mejor será hacer lo que dice, así que ¡A trabajar!

Ambrose escuchaba aquella conversación, y aunque él no llevaba tanto tiempo en el teatro, conocía lo suficiente a la artista, para saber que aquella actitud no era normal «¿Qué le habrá pasado?», se preguntó. Hubiese deseado ser más cercano para poder ayudarla, pero al oír hablar a Sebastien, comprendió que lo mejor era seguir su consejo, después de todo, él era su hermano y la conocía mejor que nadie.




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