—¿Te has preguntado por qué las rosas son tan bellas? —dijo mientras sostenía un bello botón rojo a punto de abrir—. Sus pétalos son suaves como el terciopelo, siempre me ha gustado observarlas, quizá porque pareciera que no pertenecen a este mundo ¿Cuáles son tus favoritas?
—Rojas —respondió.
—Como la sangre… eso pensé—. Ambrose sonrió levemente sin quitar la mirada de aquella flor, como si quisiese estudiar la belleza contenida en cada una de sus formas.
Josephine se sentó en el sitial junto al librero y observó detenidamente a Ambrose. Por algunos instantes pensó en aquel beso desenfadado que pocos minutos atrás le había sido robado por sus labios.
—Hace algunos meses leí una historia —recordó la artista—. En ella, un pequeño pájaro se abrazaba fuertemente a las espinas de una rosa blanca. Las espinas de la flor atravesaron la piel del ave, absorbiendo lentamente hasta la última gota de su sangre durante una noche entera... Aquel ser nunca se quejó de su destino, y gustoso entregó su vida a cambio de la felicidad de otros. Cuando al fin amaneció, el pájaro yacía inerte sobre la hierba, pero junto a él había una flor magnífica, una bella rosa roja, de un tono intenso y vibrante...
—¿No crees que las rosas son misteriosas? —agregó el tenor repentinamente—. Son hermosas, pero no se dejan tocar, tal vez porque no nos consideran dignos de ellas. Nos amenazan con sus pequeñas espinas y, sin embargo, no pueden hacernos más daño que unos cuantos rasguños; a lo mejor necesitan de nuestra sangre para no perder su color —Ambrose apretó fuertemente uno de sus dedos contra las espinas mientras fijaba su vista en la artista, una gota de sangre comenzó a deslizarse por su mano.
Josephine pareció inquieta, evadió con rapidez la silueta del cantante centrándose en el librero junto a ella. Sin embargo, un impulso la obligó a voltear, se levantó del asiento y caminó lentamente hacia él, tomó su mano con delicadeza y sacó su pañuelo envolviendo sus dedos.
Él la abrazó dejando caer la rosa junto a ellos.
—¡Deja que me quede un momento así! Sólo por esta vez —susurró cerrando sus ojos y rodeando con fuerza el cuerpo de la artista.
Luego tomó su abrigo y se retiró en silencio de aquel lugar, mientras Josephine lo veía alejarse desde su ventana…
***
Habían transcurrido dos semanas desde aquel encuentro, pero para Ambrose, el tiempo parecía avanzar con lentitud. No volvió a mencionar ni hablar de lo que había ocurrido, creía que lo mejor era olvidarlo y fingir que nada sucedió. De esta manera, podría protegerse y algún día, llegar a convencerse de no sentir ese afecto. Así que encerró el recuerdo en su mente, hasta el punto de transformarlo en una quimera más de sus fantasías.
El frío clima de Londres acentuaba el sentimiento de melancolía, las calles estaban vacías y las luces del teatro parecían pequeñas estrellas destellando entre la lluvia. El sonido de los truenos y las gotas golpeando violentamente los cristales, presagiaban una noche agitada, lo que resultaba perfecto para la atmosfera de la función...
Con los ojos cerrados, e incapaz de mover su cuerpo, Ambrose era seducido por misteriosas ninfas que acariciaban su cuerpo. Confundido, movía su cabeza como si aquello no estuviera pasando, como si fuese un sueño, una ilusión, que lo sumergía lentamente en un placer involuntario.
Sin embargo, su rostro lucía triste y perdido mientras pensaba en su verdadero amor.
Josephine miraba concentrada desde un extremo del escenario, supervisando cada detalle de la que sería la escena final. El público contemplaba emocionado el delirio del demonio por haber perdido a la mujer que amaba. Lágrimas espontáneas se dibujaban en sus rostros, así como un ferviente anhelo de esperanza.
Un triste violín comenzó a sonar fusionándose con el sonido de la lluvia. En ese momento, Ambrose despierta de su trance, y busca entre la oscuridad al fantasma de su amada, pero no logra encontrarla. Desesperado, ruega a la luna y canta suplicando que ilumine sus pasos.
Una dulce voz se une a su canto, lo que hace que el tenor gire su cabeza expectante.
¡Es ella! es su amada, la cual aparece entre la niebla llenando su corazón de consuelo. Josephine camina hacia él extendiendo su mano para intentar alcanzarlo, pero las sombras de la muerte lo impiden. Ambrose abre su capa envolviéndola, alejando a las sombras por breves segundos. Entonces, abraza a su amada con desolación, ya que sabe que será su despedida, y pronto, la eterna soledad inundará para siempre sus pasos.
En ese momento, canta su última promesa de amor, jurando que nunca olvidará su rostro recordándola cada noche en sus sueños. Mientras, el cuerpo de la joven comienza a desvanecerse poco a poco en sus brazos hasta finalmente desaparecer…
El tenor cae de rodillas abatido por la pérdida.
—¡Bravo! ¡Bravo! —Se escuchó exclamar entre los asistentes, conmovidos por la dramática interpretación.
Las cortinas del telón comenzaron a juntarse, seguidas de cientos de aplausos.
Ambrose permaneció inmóvil, y cerró sus ojos por un momento intentando retener el recuerdo del aroma de la artista.
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Editado: 04.10.2021