Eternamente

Capítulo dos

La revelación

 

Qué raro. Notaba que algo me rozaba y un frescor en la piel que lo aliviaba; no sabía qué o quién lo causaba. Noté como me levantaban la cabeza e introducían un líquido caliente que me gustaba. El sabor era extraño, no obstante, ayudaba a mejorar el dolor de estómago que sentía. Volvieron a reposar mi cabeza e intenté abrir los ojos. Me costó porque me pesaban los párpados, pero pude ver un pequeño vislumbre de dónde me encontraba. Era una habitación pequeña, estaba acostado en una especie de jergón pegado a la pared. A mi derecha había una mesa con dos sillas, y en una de ellas, había un hombre ya entrado en años. Estaba troceando algo, no pude ver con exactitud de qué se trataba. Así que, para darle a conocer que ya estaba consciente, carraspeé, el anciano levantó la vista y sonrió. Se aproximó a mí con un poco de cautela, cogió una pequeña banqueta de la esquina y se sentó a mi lado.

—Bien, muchacho, veo que al fin has despertado. ¿Cómo te encuentras?

—Cansado. La verdad es que me encuentro muy débil, señor...

—Nada de señor, joven —dijo sonriendo—, me llamo Alfred y en cuanto te encuentres con fuerzas, te voy a contar lo que te ha pasado realmente.

—No lo entiendo, Alfred. Recuerdo perfectamente qué me ha ocurrido y sé que debería estar muerto. Nadie sobrevive cuando le clavan un puñal en el corazón.

Coloqué mi mano sobre mi pecho y acaricié la zona donde me apuñaló aquella vieja loca; no había nada, ninguna señal ni marca que señalara que había sido apuñalado. Miré a Alfred y, al ver mi cara de desconcierto, negó y suspiró.

—Bien. Veo que estás sorprendido. No busques marcas que no encontrarás ninguna. Al haberte transformado, desaparecieron.

—¿Transformado? ¿De qué estás hablando?

Hice amago de incorporarme, pero Alfred empujó mis hombros, impidiéndomelo.

—Tranquilo, muchacho. Si quieres que te lo cuente todo, será mejor que te tranquilices y que te lo tomes con calma, o de lo contrario, no lo haré. No estás en condiciones de hacer nada más que comer y descansar, estás muy débil y no quiero que enfermes, aunque dudo que eso pueda suceder.

Las palabras que me dijo me dejaron un mal sabor de boca. ¿Qué quería decir con que dudara que volviera a enfermar?

—Alfred, cuéntame que está pasando, por favor. Ya no soporto esta incertidumbre, maldita sea.

Alfred me miró, tomó aire y al mismo tiempo que negó, tomó mi mano y me la apretó.

—Ya no eres humano, muchacho. —Alcé una ceja expresando mi escepticismo, en cambio, Alfred no lo tuvo en cuenta. —Llevas la marca de la oscuridad en tu cuello. A partir de ahora, no volverás a ver nunca más la luz del sol, así que ten cuidado, Kyle, porque si sales en pleno día, morirás. También vas a tener sed de sangre eternamente, muchacho, y no estoy bromeando. Veo cómo me miras y te juro por mis antepasados que no te miento. Cuando te encontré, estabas tirado en el camino, iba en dirección a mi casa y te vi, me acerqué para cerciorarme de si estabas vivo o muerto y al darte la vuelta vi esa marca en tu cuello. En ese mismo momento lo entendí todo. Supe que estabas muerto en vida, pero por tu estado, también me di cuenta de que lo que te pasó no fue elección tuya, por lo que decidí ayudarte. Te traje a mi casa, te di de beber sangre animal y poco a poco fuiste curando y recuperándote. Llevas cerca de una semana conmigo, muchacho, y quién quiera que te hizo esto, te convirtió en un vampiro.

—¿Un qué? Alfred, ¿de qué me estás hablando? ¿Qué es un vampiro? Maldita sea, no entiendo nada —negué porque no sabía de qué me hablaba ese anciano—. Además, ¿qué tontería es esa de que no volveré a ver la luz del sol? —pregunté, empezaba a dudar de la cordura de ese hombre.

—Ya, chico, ya. Deja que te lo cuente todo, ¿de acuerdo? Y escúchame bien, todo es verídico.

Suspiré y cerré los ojos. ¿Ahora iba a contarme un cuento para niños? Pues sí que iba bien la cosa.

—Hace cientos de años, no puedo remontarme exactamente a ninguna fecha en particular, hubo un hombre que se opuso a Dios, lo negó, perdió a su amada y renegó de él. No sé qué pasó con exactitud, pero la leyenda dice que se convirtió en un hijo de la noche, que estuvo cientos de años bebiendo sangre humana para poder sobrevivir y que no podía tolerar la luz del sol porque su piel ardía. Con el paso de los siglos se han ido contando historias sobre esos seres. Dicen que se han ido viendo por las noches. Se encontraban animales muertos o personas, y todos tenían una cosa en común, una marca en el cuello con dos incisiones profundas. Esas incisiones, podían causar dos cosas: la muerte o la transformación de la persona mordida en un ser de la noche, en un vampiro. Así es como llamaban a esos seres.

»Cuando vi tu marca, lo supe enseguida. Quise ayudarte por los motivos que te he contado antes, sin embargo, ya te he dicho lo que te ocurrirá si no me haces caso. Llevas mucho sin comer nada sólido. Te estás alimentando de sangre de animales desde que te encontré y eso ha ayudado a tu recuperación. Puede que no me creas, muchacho, te aseguro que no te miento. No sé quién te hizo esto ni por qué, pero te ha condenado a una vida sin luz, a una eterna oscuridad.

—Iván. Fueron Iván y una mujer —susurré—. Él y una vieja bruja fueron los que me hicieron esto. Iván, o así me dijo que se llamaba, se vengó de mí matando a mi familia y a mi prometida el día de nuestras nupcias. Me dijo que yo maté al amor de su vida hace doce años, cosa que no es cierta. Nunca mataría a una mujer; por desgracia, él no me creyó. Le expliqué lo que realmente pasó y, aun así, siguió sin creerme —suspiré y encogí mis hombros con indiferencia—. Solo recuerdo que esa bruja recitó un cántico en un extraño idioma y, al momento, me apuñaló. El resto ya lo conoces.




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