Eternamente

Capítulo cuatro

Conociéndola

 

En la actualidad

Este sitio me encanta... la tranquilidad que aquí se respira me hacía mucha falta. Después de tantos años sin tener la calma que necesitaba, al fin la tenía. Me encuentro en una isla del Mediterráneo, en una pequeña casa rodeada de vegetación y con una pequeña cala cerca. Tras estar todos estos siglos en las grandes ciudades en las que viví, esto para mí es el paraíso. Los verdes campos me recuerdan a mi Escocia, la Escocia que abandoné después del fallecimiento de mi querido amigo Alfred. Nunca lo olvidaré. Ese hombre me enseñó a vivir conmigo mismo, a adaptarme al cambio. Me enseñó a controlarme, a ser quién soy hoy en día.

Tengo que admitir que ser vampiro tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Las ventajas son la fuerza y la velocidad que poseo; estas me han ayudado en incontables ocasiones, las desventajas son más. El no poder ver nunca la luz del sol, la sed continua de sangre, el poder que poseo sobre los humanos, sé que eso puede convertirme en un demonio si me sobrepasa. En algunos momentos de mi vida he necesitado a Alfred. El poder contarle mis vivencias, mis experiencias. Cómo lo echaba y echo de menos.

Miro por la ventana, la noche es bien cerrada, desde aquí puedo ver la cala, escuchar el ir y venir de las olas me relaja. Necesito salir de aquí y despejarme un poco. Bajo a la cala por las escaleras que hay a unos pocos metros de mi casa, me descalzo y empiezo a pasear por la orilla.

—Esto es muy relajante —digo susurrando.

Levanto la vista y a lo lejos veo una figura menuda que se va internando en el agua. Por su forma de moverse parece una mujer, pero no puedo distinguirla bien desde aquí, así que decido ir acercándome poco a poco. Veo cómo se mete en el agua y cuando el agua le llega a las axilas, ella se sumerge. Me quedo aquí, de pie, esperando a que vuelva a aparecer, pasa demasiado tiempo y me empiezo a preocupar.

—Maldita sea... ¿Por qué no sale?

Debe tener algún problema, esto ya no es normal. Me quito la camisa y los pantalones, me quedo en calzoncillos y corro a zambullirme. Empiezo a nadar rápidamente hacia dónde he visto que ella desaparecía y al llegar allí, me sumerjo. No tengo problemas en aguantar la respiración, ya que no la necesito, otra ventaja de estar muerto. Buceo y buceo, voy en diferentes direcciones y cuando pienso que no la voy a encontrar, noto un pequeño roce en la planta del pie. Doy la vuelta y voy bajando un poco, hasta que mi mano roza algo, lo sujeto fuerte y tiro. Empiezo a ascender y me doy cuenta de que está inconsciente, ya que no hace ningún movimiento. Nado hacia la orilla agarrándola por el cuello para que no le entre más agua de la que ya debe tener en sus pulmones. Al llegar, la tomo en brazos y camino hasta la arena. La tumbo y compruebo su respiración. No tiene, no respira y no tiene pulso.

—¡Otra vez no, por favor! Mierda, ¡tienes que respirar, muchacha!

Empiezo con masajes cardiovasculares y voy cambiando con la respiración boca a boca. Sigo y sigo, cada vez más desesperado al ver que no hay ninguna reacción. Cuando estoy a punto de desistir, ella da una fuerte inhalación por la boca, se da la vuelta y empieza a vomitar el agua que ha entrado en sus pulmones. Tose y tose, y en el momento que parece que ya ha pasado todo, se vuelve a tumbar y empieza a respirar más relajada. La alegría que siento al ver que no está muerta es increíble. Cielos, creía que la había perdido. Le echo un vistazo y veo que va vestida con un vestido blanco, corto, el cual se transparenta a causa del agua. Tiene una figura muy bonita, delgada en los lugares que tiene que estarlo y con unas caderas y unos pechos bien formados. El pelo le debe llegar por media espalda, por lo que parece, y debe ser castaño, aunque no puedo asegurarlo, ya que está mojado y eso se lo ha oscurecido. La verdad es que es una mujer muy atractiva. Cara ovalada, labios llenos, nariz pequeña y respingona y pómulos marcados. Mientras le echo otro vistazo, no me doy cuenta de que ha abierto los ojos y de que me está mirando, así que al mirarla de nuevo, descubro unos ojos azules increíbles, un azul claro con ligeros tonos grises, que hacen que tenga una mirada espectacular. No sé qué me ha pasado, pero al mirarla mi cuerpo ha reaccionado y he notado un tirón en mi entrepierna. Madre mía, ¿¡me está afectando esta mujer!? Eso no es posible... hace más de cien años que ninguna mujer me afecta. He tenido sexo, sí, pero solo eso. La sensación que acabo de tener hace mucho que no la sentía y la cosa no salió bien. No quiero volver a pasar por eso, fue muy doloroso.

—Gracias, muchas gracias.

Qué voz, qué voz más dulce tiene.

—No hay por qué darlas, señorita. Estaba paseando y vi como entraba en el agua, al ver que no salía, me asusté y decidí ir en su ayuda. ¿Puedo saber que le ha pasado?

—Un calambre, me ha dado un calambre en la planta del pie y cuando he ido a darme la vuelta para volver, el calambre ha subido hasta mi gemelo. He tenido que sumergirme para agarrarme la pantorrilla, pero no he tenido fuerzas para volver a subir, el dolor era demasiado intenso. Siento mucho haberle causado tantos problemas.

Veo como gira la cabeza totalmente sonrojada, evitando de esta manera que pueda mirarla.

—No tiene por qué disculparse. Me alegro de haber salido a pasear, de lo contrario, ahora mismo no estaríamos manteniendo esta conversación. —Le sonrío y ella me la devuelve.




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