Eternamente Efímero

I

—Más le vale que sí haya hecho lo que dije porque no tengo todo el día para... —exclamó la mujer con enojo mientras bajaba las escaleras hacia el primer piso.

—Sí, mamá, hice todo lo que me pidió. Ya me tengo que ir, voy tarde —interrumpió el muchacho con desdén, mientras giraba la perilla de la puerta para luego cerrarla detrás de él.

Tomó su bicicleta, sacó un par de audífonos viejos del bolsillo de su sudadera y se dispuso a conectarlos a su celular, tanteando el orificio con los dedos en un esfuerzo por no sacar el teléfono para que no quedara a la vista de todos. No le tomó más de cinco segundos conectar los audífonos al aparato. La práctica de todos los días lo había convertido en un experto. Ubicó cada audífono en el oído correspondiente y oprimió un botón en el celular, haciendo que la música comenzara a sonar, exclusivamente para él. Se acomodó en la bicicleta y comenzó a pedalear.

Usualmente le tomaba entre veinte minutos y media hora llegar. El colegio no quedaba tan cerca de su casa, pues en los alrededores del barrio en el que vivía solo había escuelas públicas, y su padre, quien pagaba por su educación, había optado por un colegio privado de su propia elección.

En la entrada, Julián, su mejor amigo, lo saludó con una gran sonrisa.

—¿Cómo te ha ido en este lindo día? —exclamó Julián.

—Lo mismo de siempre.

—Deja esa negatividad.

—¿Qué eres ahora? ¿hippie?

—Cállate, Lucas.

—¿Cómo es que puedes estar tan feliz en las mañanas? En serio, va más allá de mi entendimiento.

—Solo no soy aguafiestas como tú.

—No, solo te trae tu mamá, muy cómodo en su carro. Es por eso.

—Es porque le veo el lado positivo a la vida.

—Ajá... —dijo, luego de haber puesto los ojos en blanco.

Ambos se quedaron en silencio, caminando por los corredores de la institución.

—¿Quedó horrenda, verdad? —preguntó Julián, toqueteando la sudadera que llevaba puesta, la cual era idéntica a la de Lucas, y la de cualquier otro estudiante que se encontrara en último año.

—Sí —afirmó Lucas, soltando una risa.

—Se veía mucho mejor en los dibujos que nos mostraron.

—Lo sé.

—Además, te juro que va a comenzar a desteñirse luego de la primera lavada. —Lucas rió y él agregó: —Palabra de profeta. Ya verás.

Lucas puso los ojos en blanco para después esbozar una sonrisa. Su amigo no tomaba nada en serio la mayoría del tiempo, pero era un respiro de alivio frente a la rutina de cada día.

—¿Sabes? No entiendo cómo puedes estar tan feliz cuando la primera clase del día es matemáticas.

—Yo solo intento subir el ánimo y tú solo tratas de arruinar el día, así no podemos lograr nada —reprochó Julián.     

—Perdón —dijo Lucas entre risas.

—Acepto tu disculpa —contestó Julián, mientras pasaba un brazo sobre los hombros de su amigo y caminaban juntos por el corredor—, solo porque te quiero.

Recorrieron juntos los pasillos, encaminándose a su salón de clases correspondiente. Hacía un mes que habían erradicado el concepto de los salones fijos para cada curso, con el objetivo de asignar un aula a cada materia, algo un tanto más norteamericano.

La profesora de matemáticas era una mujer bajita y delgada que, según la mayoría de estudiantes, solía caminar como si siempre se encontrara en un apuro. Usaba lentes de prescripción que hacían ver sus ojos inhumanamente grandes. Ese día llevaba su cabello rojizo en una cola de caballo desordenada. Hizo su entrada habitual, sosteniendo un par de libros contra su pecho mientras le daba los buenos días a la clase. Diez minutos antes de dar por terminada la lección, introdujo un taller acerca de los temas vistos hasta el momento, con el objetivo de mejorar las notas de los estudiantes, considerando el hecho de que la mayoría reprobarían si no conseguían la calificación más alta en la evaluación final. Para aligerar la carga de un trabajo tan extenso, la profesora asignó un compañero a cada estudiante para apoyarse en la realización del taller. Todos en la clase reprocharon el hecho de no poder elegir a su pareja, pero la profesora dejó claro que era una cuestión de "tómalo o déjalo". Si querían mejorar la calificación final, debían seguir sus parámetros o resignarse a reprobar.

—No puedo creer que nos haya asignado juntos, es como si no supiera que somos amigos —comentó Julián.

—Es que no lo sabe. Probablemente ni siquiera sabe que estamos en su clase.

Julián se echó a reír, y los dos caminaron hacia la puerta del salón.

 

Al terminar la jornada, Lucas se despidió de su amigo y se dispuso a buscar su bicicleta en el estacionamiento. Se acomodó y comenzó a pedalear. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que la llanta trasera estaba sin aire. La examinó y notó que algo le había hecho un orificio a la superficie, lo que había ocasionado que todo el aire se escapara. "Lo que me faltaba", murmuró para sí mismo.




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