Eternamente Efímero

IV

Desde su último encuentro, los dos chicos comenzaron a verse con más frecuencia, y aunque no estaban oficialmente en una relación, actuaban como tal la mayoría del tiempo.

Lucas guardó un poco de dinero para poder visitar a David al final de la jornada escolar. Ya habían pasado un poco más de dos meses desde que se habían conocido y nunca lo había ido a visitar, mientras que él lo visitaba todas las semanas. Sería menos glamuroso que ir en un automóvil deportivo, considerando el hecho de que debía tomar varios buses distintos para llegar hasta allá debido a la larga distancia que debía recorrer. Pero él esperaba que la intención fuese lo que importara.

Se sintió extraño al llegar, como una ficha que no encajaba en un rompecabezas fino y adinerado. Tomó asiento sobre la acera frente al colegio y esperó unos cinco minutos, hasta que escuchó la voz de David en la distancia, detrás de él. Se puso de pie y se dio la vuelta, pues se encontraba de espaldas a la fachada de la institución. Pero pronto su sonrisa y emoción desaparecieron por completo al ver a David con otro chico, besándose.

Sintió un enorme vacío en el pecho, seguido de un apretón. Se sintió como la persona más estúpida que había pisado el planeta. Se dio la vuelta para irse antes de que él lo viera. Pero fue demasiado tarde. David estaba llamando su nombre con insistencia detrás de él, así que se giró para encararlo.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó con una sonrisa.

—Quería visitarte —respondió Lucas en voz baja.

—¿En serio? Eso es muy lindo, gracias.

—Sí, y es aún más lindo lo que vi hace unos segundos.

—¿Qué? —exclamó David, confundido.

—Te vi con ese tipo.

—No, Lucas, —rogó, y su expresión de confusión tornó a una de preocupación y tristeza— no entiendes, él...

—No, creo que sí entiendo —interrumpió—. Me viste la cara de estúpido. Aunque debí haberlo sabido, ¿es que cómo podría yo gustarle a alguien como tú?

—Pues sí me gustas, me gustas mucho.

—Se nota.

—Por favor escúchame.

—¿Sabes lo que tuve que hacer para llegar hasta aquí? Tuve que tomar cinco buses distintos. Cinco. Pude haber ahorrado dinero y esfuerzo de haber sabido que eras un imbécil miserable.

—Puedo pagarte lo que hayas gastado viniendo hasta aquí, solo escúchame —suplicó David, sin ocultar la desesperación en su tono al hablar.

—Ya me voy.

—Lucas...

El muchacho se dio la vuelta, ignorando los múltiples llamados de David. Revisó su billetera. Ya no tenía dinero. Varias lágrimas que había estado reteniendo se deslizaron finalmente por su mejillas al darse cuenta de lo que iba a hacer. No estaba seguro si lo que sentía era tristeza, frustración o enojo. Tal vez era una mezcla de todo. Se detuvo y regresó, caminando hacia David, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Dijiste que me pagarías lo que gasté en llegar hasta aquí, ¿podrías hacerlo, por favor? —murmuró, con el tono y la expresión más neutros que pudo esbozar, mientras extendía su mano hacia David, quien se secó las lágrimas y sacó su billetera del bolsillo trasero del pantalón.

—Claro —dijo David entre suspiros, tomando varios billetes y ofreciéndoselos al chico frente a él.

Lucas tomó el dinero. Nunca se había sentido tan humillado en toda su vida. Le pidió dinero a un chico que lo había engañado, ¿acaso podía llegar más bajo?

Contó los billetes con manos temblorosas. Era más que suficiente para llegar. Mucho más.

—Es demasiado —dijo—, no puedo...

—Llévatelo —demandó David—. No importa.

—Gracias —susurró Lucas, dándose la vuelta para dar la conversación por terminada y alejarse al fin.

—¿Podrías por favor...?

—Adiós, David —sentenció, interrumpiéndolo.

Aceleró el paso y se dirigió hacia la parada de autobús, sin mirar atrás ni por un instante.

Luego de un largo recorrido, finalmente llegó a su casa. Hizo los quehaceres que debía hacer con el objetivo de distraer su mente un rato. Sin embargo, una vez terminó, los sentimientos lo abrumaron de golpe, y segundos después se encontraba sollozando en su cama. Pasadas unas horas se obligó a comer un poco, aunque había perdido el apetito.

 

Al caer la noche, llegó a la conclusión de que no tenía muchas ganas de quedarse en su casa por más tiempo, así que se dirigió a un lugar distinto. El primer lugar que vino a su cabeza, a decir verdad.

Tocó el timbre de la puerta principal y unos diez segundos después apareció aquel rostro tan familiar.

—¿Lucas? ¿Qué haces aquí? —preguntó Julián con sorpresa.




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