—¿Tú lo sabías? —interrogó Lucas.
—Pues... sí —respondió Fátima—. Nunca me lo dijo directamente pero para mí siempre fue obvio.
Lucas se pasó las manos por el rostro, en un gesto de cansancio y frustración. Las personas caminaban de aquí a allá junto a ellos, algunas paseando por el parque, otras atravesándolo con rapidez para llegar a su destino.
—¿Por qué nunca me dijiste nada? —reprochó.
—Bueno, porque, primero, creía que no debía ser yo la que te lo dijera, sino él; y segundo, siempre pensé que era obvio —contestó Fátima con calma—. Pensé que tú ya lo sabías, que ya te habías
dado cuenta.
La chica tomó un sorbo de la bebida que sostenía en la mano. Lucas suspiró.
—No sé qué hacer —titubeó.
—Dile que no sientes lo mismo y punto —aconsejó Fátima.
—¿Por qué tienes que ser tan insensible, Fátima?
—No soy insensible —objetó—. Sabes muy bien que tienes que dejar las cosas en claro de una vez por todas.
—Pero eso lo lastimaría.
—Darle falsas esperanzas también lo haría. Él merece que le digas la verdad. También es mi amigo y no quiero que lo lastimes.
Fátima suspiró y revisó su celular. Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Es Melissa enviando chistes estúpidos que encuentra en Facebook —señaló.
Melissa era la novia de Fátima. Se habían conocido tres años atrás, y habían estado en una relación desde hacía dos. Fátima notó el gesto de desaprobación de Lucas y guardó el celular en su bolso. Miró a su amigo de arriba a abajo y suspiró.
—¿Cómo van las cosas con David?
—Para la mierda.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Lo vi con otro tipo.
—Qué hijo de puta —resopló Fátima.
Lucas la miró y enarcó una ceja. Fátima se echó a reír. Él esbozó una sonrisa cansada.
—En serio. Es un imbécil por haber hecho eso, un grandísimo hijo de puta, y si pudiera patearlo en las bolas, lo haría —recriminó Fátima, haciendo que una sonrisa sincera se dibujara en el rostro de Lucas.
—Me ha llamado como cien veces desde que eso pasó, y no para de enviarme mensajes.
—Bloquea su número —sugirió Fátima con tranquilidad.
—Eso he intentado pero no puedo hacerlo —contestó Lucas—. He intentado borrar el número o bloquearlo, pero es que simplemente no puedo. Y debería estar en el trabajo en este momento pero inventé la excusa de que estaba enfermo para no ir, solo porque sé que él intentará encontrarme ahí y no quiero verlo.
—A ver —dijo, extendiendo su mano frente a él—, dame tu celular.
—¿Para qué? —cuestionó Lucas, mientras posaba el teléfono en la palma de la mano de Fátima.
—Voy a bloquear su número.
—¡Fátima! —chilló Lucas, intentando arrebatarle el celular a su amiga.
—Estoy haciéndote un favor —vociferó Fátima mientras forcejeaba con Lucas—. Listo —exclamó con satisfacción, entregando el celular a su amigo.
—Mierda, Fátima, ¿por qué hiciste eso?
—De nada.
Lucas revisó el celular para verificar que Fátima hubiese tenido éxito en su tarea, y efectivamente lo tuvo. El número de David había sido bloqueado de su celular, impidiendo recibir llamadas o mensajes de su parte. Lucas levantó la mirada para observar a su amiga con enojo.
—Ay, no me mires así, bonito —musitó Fátima—. Es por tu bien.
—¿Por qué me dices así?
—¿Bonito?
—Sí. Me has llamado así prácticamente desde que nos conocimos, ¿por qué?
—¿Tú por qué me dices “flaca”?
Lucas la miró y enarcó una ceja, en un gesto que le indicaba que la respuesta a su pregunta era bastante obvia. Fátima soltó una risa.
—Bueno, te digo así porque eres bonito —respondió la chica—. No sé, es que eres tan inocente, casi como un ángel. Y los ángeles son bonitos, como tú. Porque sí eres bonito, no lo niegues.
Lucas negó con la cabeza, sonriendo. Fátima lo atrajo a ella en un abrazo.
—Eres como un hermano pequeño para mí —agregó—. Eres tierno, amable y honesto. Eres mi niño bonito. Y nadie lastima a mi niño bonito. Así que voy a tener una charla con ese imbécil.
—No lo hagas, por favor.
—¿Por qué no?
—Porque vas a terminar golpeándolo o algo. Te conozco.
—Bueno, es lo que se merece.
—Fátima...
—Está bien, está bien. No me entrometo.