Eternamente Efímero

VI

Además del hecho de que los lunes eran, naturalmente, una tortura por sí mismos, ese lunes en particular le causaba dolor de estómago. Sabía que sería inevitable encontrarse con Julián, y entonces tendrían que aclarar todo de una vez por todas. Sin mencionar que era el único lugar en el que David sabía perfectamente que podía encontrarlo, y la hora exacta en la que podía hacerlo. Se obligó a sí mismo a vestirse y subir a la bicicleta. Iba a ser un día largo.

Tal y como tenía previsto, Julián fue la primera persona con la que se encontró al llegar al colegio. Sintió un apretón en el pecho tan pronto lo vio. Flaqueó por un segundo, pero caminó hacia él con una mezcla de temor y decisión.

—Hola.

—Pensé que ya no ibas a volver a hablarme —murmuró Julián.

—¿Por qué haría eso?

—Siento que arruiné todo.

—No, no, no. No te sientas así, no hiciste nada malo.

—Arruiné esto, lo que teníamos, lo arruiné —gimoteó—. Soy un estúpido.

—No es tu culpa.

—¡Claro que lo es! Si hubiera mantenido las cosas guardadas como lo había hecho todo este tiempo todo seguiría igual y esta maldita incomodidad entre los dos no existiría.

—Pero yo no sabría la verdad.

—¿Qué más da que la sepas o no? De todas formas no sientes lo mismo.

—Lo siento.

—No tienes por qué disculparte, no es culpa tuya. Además, ya lo sabía.

—Es que simplemente no puedo verte de esa forma, eres como un hermano para mí.

—Ah, la icónica frase de la zona de amigos.

—De verdad me gustaría sentir lo mismo, te juro que sí. Pero no puedo, y sé que te estoy haciendo daño y me odio por eso.

—No seas tan dramático, Lucas. Las cosas son como son. Y yo voy a estar bien.

—¿Seguro?

—Sí. La verdad, en este momento, solo tengo miedo de perderte como amigo.

—Voy a estar aquí siempre, de eso puedes estar seguro.

Una sonrisita se dibujó en los labios de Julián, y Lucas lo abrazó con fuerza. Lo que había dicho era cierto. Verdaderamente le habría gustado corresponder los sentimientos de su amigo, pero tanto el amor como el odio, y todo lo que se encuentra en medio, no puede ser controlado a nuestra voluntad.

—Oye, pero, entonces, ¿no te gusta Nicole? —intervino Lucas con genuina curiosidad.

—Sí, aunque, bueno, es difícil saber si alguien te gusta de verdad cuando no lo conoces bien. Pero sí, es linda.

Lucas se quedó mirándolo con el rostro impregnado de confusión. Julián sonrió.

—No es tan difícil comprender la bisexualidad, Lucas —aseveró, aún sonriendo.

—Pero... solo has tenido novias antes. Estaba seguro de que eras la persona más heterosexual que conocía.

Julián soltó una risa ahogada.

—No tengo que salir con un millón de chicos y chicas para que mi sexualidad sea válida. El hecho de que solo haya estado con mujeres no elimina la atracción que también siento por los hombres. 

Lucas se quedó en silencio un instante, después habló:

—Nunca me lo habías dicho.

—No creí que fuera necesario hacerlo. No me gusta darle tanta importancia y... misterio a ese tema. Solo me dije: "bueno, si alguna vez me ven con un chico lo sabrán, o me preguntarán entonces" —contestó, y Lucas asintió.

—¡Hola! Parece que mis pequeños hijos arreglaron las cosas —exclamó Fátima, pasando ambos brazos sobre los hombros de sus amigos en un intento de abrazo grupal—. Deberíamos ir a los bolos hoy.

—Es lunes —reprochó Lucas.

—¿Y qué? La vida es corta, somos jóvenes, bla, bla, bla. Solo quiero ir a los bolos.

—Yo voy —accedió Julián, recibiendo una mirada de desaprobación por parte de Lucas—. ¿Qué? no hay nada importante qué hacer para mañana y bueno, también quiero ir a los bolos.

—Cálmate, señorito perfecto —bromeó Fátima, dirigiéndose a Lucas—. No tienes que ir si no quieres... aunque deberías. De hecho, ¿sabes qué? yo pago todo. Es imposible que te niegues ahora.

Lucas puso los ojos en blanco y un suspiro se escapó de sus labios.

—La verdad es que no tengo ninguna tarea que hacer para mañana —señaló—. Así que está bien, iré.

Una enorme sonrisa hizo su aparición en el rostro de Fátima.

—Perfecto, nos veremos entonces —anunció entusiasmada—. Ahora, si me disculpan, tengo que ir a clase.

Le dio un beso en mejilla a cada uno de los dos chicos, para después despedirse con un "adiós".

—Nosotros también tenemos que ir a clase —comentó Julián.

—Sí, a menos que queramos que la profesora de inglés nos haga recitar un poema la próxima semana.




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