Eternamente Efímero

XI

—¿Cómo está Julián? —preguntó.

—Está bien —contestó Fátima, con las manos dentro de los bolsillos del abrigo rojo que llevaba puesto—. Hace como dos semanas conoció a un chico, y no quiero atreverme a llegar a conclusiones precipitadas ni nada por el estilo, pero parece que le gusta un poco, y creo que el chico también gusta de él.

—¿Ah, sí? —exclamó Lucas.

—Sí.

—Eso es bueno.

Fátima asintió. Estaban caminando juntos en uno de los tantos parques de la ciudad.

—Lo extraño mucho —confesó Lucas.

—Lo sé. Y él no me lo dice directamente, pero sé que también te extraña —aseguró Fátima—.Yo extraño salir juntos, pasar tiempo los tres —agregó, luego soltó un suspiro.

—Yo también.

—Espero que algún día podamos hacerlo de nuevo, y espero que sea en un futuro cercano.

Lucas suspiró y miró alrededor. El lugar estaba vacío, a excepción de una mujer sentada en una banca, alimentando a las palomas.

—Y tú, ¿cómo has estado? —dijo—. Con todo el asunto de Melissa y eso.

—Bien —respondió Fátima—. Digo, no estoy perfecta, pero creo que estoy mucho mejor de lo que estaba antes.

No estaba segura de estar diciendo la verdad, pero no quería preocupar a Lucas, y ella sabía que iba a estar bien, solo necesitaba tiempo.

—Me alegra oír eso —habló Lucas con una sonrisa.

Continuaron caminando, y Fátima compró un algodón de azúcar con un vendedor ambulante que andaba por ahí.

—¿Te puedo preguntar algo? —cuestionó ella.

—Claro.

—Es solo que... siempre me he preguntado por qué detestas tanto a tu madre —dijo la chica con algo de atrevimiento.

—No la detesto... solo... —Hizo una pausa y miró a su alrededor con calma y lentitud—. Solo digamos que no la quiero como se supone que un hijo debería querer a una madre.

—¿Eso qué significa?

—Ella no es una buena madre, Fátima. Nunca lo ha sido.

—Lo sé, ya lo has dejado claro antes. Pero, sea como sea, es tu mamá.

—No creo en eso de que alguien merezca tu cariño solo por compartir la genética contigo.

—De cualquier forma, puede que no sea una buena madre, pero te ha dado una vida digna todos estos años, ¿no?

—Solo cumple con lo necesario para que yo no muera.

—¿Y el colegio? Supongo que se ha esforzado mucho para que estudies en un colegio así y no cualquier otro lugar.

—De hecho no —replicó Lucas—. Mi papá es quien lo paga. Es lo único por lo que paga.

Ella se quedó en silencio. Caminaron sin decir ni una palabra hasta que Fátima terminó el algodón de azúcar que estaba comiendo. Entonces ella introdujo un tema diferente a la pasada conversación que implícitamente se había dado ya por terminada.

—¿Y... —dijo, y se aclaró la garganta— cuándo voy a conocer a David?

—Ya lo conoces.

—Idiota, sabes a lo que me refiero —respondió, chocando su hombro con el de Lucas en un pequeño empujón amistoso—. Es tu novio y ni siquiera me lo has presentado como se debe. Yo soy como tu madre joven y lesbiana, no es justo, merezco conocerlo.

Lucas soltó una risa. Los comentarios de su amiga, por muy estúpidos o irreverentes que pudieran llegar a ser algunas veces, siempre lograban alegrarle el día.

—Él también quiere conocerte —señaló e hizo una pausa—... y a Julián, pero ya sabes...

—Entonces lo único que se interpone entre él y yo son tus deseos absurdos de que no nos conozcamos —bromeó Fátima, intentando dejar de lado el tema de Julián, pues sabía lo mucho que afectaba a Lucas, y a fin de cuentas, a ella también.

—Bueno, no ha perdido la costumbre de visitarme todos los viernes, así que vendrá mañana y cuando llegue los presentaré "como se debe", ¿te parece bien?

—Perfecto.

Lucas reconoció el automóvil rojo tan pronto lo divisó en la distancia.

—Hola, quiero presentarte a alguien —saludó, haciendo un ademán con la mano para indicarle a su amiga que se acercara—. Ella es Fátima —dijo, señalando a la chica con la mano, pero dirigiéndose a David—. Él es David —continuó, haciendo los mismos movimientos, solo que esta vez señalando al chico frente a él y hablándole directamente a la chica.

David y Fátima se saludaron con un apretón de manos y un par de sonrisas.

—Al fin te veo de cerca —comentó David—. Eres más bonita de lo que me imaginaba cuando te veía desde el otro lado de la calle.

—Si no supiera que eres gay tomaría eso como una forma de coqueteo —indicó Fátima—. Pero gracias.

David rió. Separando sus manos de las de Fátima.




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