Eternamente Efímero

XIII

Había hablado muy poco con Fátima desde que salieron a jugar billar con David, y la notaba un poco extraña, lo cual logró preocuparlo, por lo que decidió buscar la forma de tener una conversación con ella.

Tocó el timbre un par de veces pero nadie atendió. Giró el pomo de la puerta para darse cuenta de que la cerradura no estaba puesta, así que abrió y entró a la casa. Parecía que los padres de Fátima no se encontraban en ese momento. Unos extraños sonidos provenientes del segundo piso lo incitaron a subir rápidamente. Sus oídos lo guiaron hasta la habitación de su amiga. La puerta estaba cerrada, y en aquella proximidad logró identificar los sonidos como gemidos. Gemidos de una chica, específicamente. Lucas puso los ojos en blanco y tocó la puerta, pero no obtuvo respuesta alguna. Pensó, o más bien, quiso pensar, que los incesantes gritos de placer habían impedido que oyeran su llamado. Se sentó en el suelo, junto a la puerta.

Una vez finalizó aquel concierto muy poco agradable para sus oídos, se puso de pie y tocó de nuevo. Escuchó a Fátima gritar "un momento" del otro lado de la puerta y segundos después su amiga se encontraba frente a él, usando nada más que una camiseta varías tallas más grande que la suya.

—¿Cómo entraste? —cuestionó ella con los brazos cruzados.

—Estaba abierto.

Lucas se abrió paso en contra de la voluntad de Fátima y se adentró en la habitación. Una chica pelirroja estaba recostada sobre la cama, usando una minifalda negra y enfundándose en una blusa blanca de seda; tenía el cabello en una cola de caballo. Fijó su mirada sobre él tan pronto entró al cuarto.

—¿Quién te dio permiso de entrar? —reprochó Fátima.

—¿Podemos hablar? —dijo él con seriedad, y dirigió su mirada a la chica que yacía en la cama de su amiga—. A solas.

La pelirroja alternó su mirada entre Fátima y Lucas y se retiró de la habitación sin decir ni una palabra.

—¿Qué mierda está pasando? —susurró él, con temor a que aquella chica escuchara la conversación.

—¿A qué te refieres? —preguntó Fátima, encendiendo un cigarrillo y llevándoselo a los labios.

—No contestaste mis llamadas y mensajes ayer.

—Estaba ocupada —replicó, dandole poca importancia al asunto.

—No, estabas en un bar.

—¿Si ya lo sabes entonces por qué me preguntas?

—No pregunté.

—Pero oye, ya que estamos en esto, ¿por qué lo sabías? —cuestionó en forma despectiva.

—Vi una foto en Facebook.

Ella se giró, dándole la espalda mientras miraba por la ventana.

—¿Quién es esa chica?

—La conocí anoche en el bar.

Lucas se quedó callado un momento y se pasó la mano por el rostro.

—¿Por qué estás actuando así? —preguntó.

—¿Cómo? —exclamó Fátima, volviéndose para verlo.

—Tú sabes cómo.

—Solo estoy viviendo y ya.

Él enarcó una ceja y Fátima puso los ojos en blanco para después soltar un gruñido.

—Puedo acostarme con quién se me de la gana, ¿sabes? ¿Por qué es tan difícil para los hombres entender que las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo y podemos hacer lo que queramos con él? —exclamó, abriendo los brazos a ambos lados, aún sosteniendo el cigarrillo en la mano derecha.

—¿Todo esto es por Melissa? —habló Lucas, ignorando los reproches de su amiga.

—No. No es por Melissa —mintió—. Solo quiero vivir la vida y ser feliz, punto.

—¿Y cómo te está yendo con eso?

La sonrisa de Fátima desapareció para dar paso a una mueca tosca que expresaba molestia, y se quedó en silencio. Lucas se marchó por donde había llegado.

 

Al día siguiente, Fátima no le dirigió la palabra en el colegio. Lucas empezó a temer haber perdido a sus dos mejores amigos, los únicos a los que podía confiarles todo acerca de su vida y de él mismo. Aquel día no era obligatorio usar el uniforme del colegio. Una vez al mes se les permitía llevar el atuendo que quisieran. Notó que Fátima estaba menos arreglada de lo usual. Aunque no solía usar atuendos tan organizados con demasiado esfuerzo como otras chicas, siempre se veía presentable y llevaba lápiz labial rojo o negro, al menos. Ese día solo llevaba una sudadera y unos pantalones de yoga. Tenía su cabello  peinado en un rodete y los labios estaban de su color natural. Su rostro expresaba cansancio. Lucas decidió acercarse a ella al finalizar la jornada.

La buscó en la salida del colegio. Esperó hasta que ya no quedaba ningún estudiante, y estaba seguro de que no había visto a Fátima abandonar la institución. Solo había una salida, así que era imposible que ya se hubiese ido, a menos que él hubiera bajado la guardia por un momento y no se hubiese percatado de la presencia de su amiga cruzando el umbral de la salida del colegio. Entró de nuevo y caminó por el corredor principal. Vio, por el rabillo del ojo, a una chica en el baño de mujeres. La puerta estaba abierta, por lo que la vista al interior no estaba restringida. La muchacha tenía el rostro agachado sobre el mesón en el que estaban dispuestos los lavamanos. Hizo un movimiento rápido con la cabeza y se irguió de nuevo, sorbiendo con la nariz. Fue entonces cuando Lucas la reconoció.




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