Su madre ni siquiera había despertado cuando él ya había terminado los quehaceres. Incluso le había dejado el desayuno servido. Se vistió y salió de la casa. La frustración y el enojo de la noche anterior aún no habían desaparecido en su totalidad. Subió a su bicicleta. El viento le impactó el rostro, logrando calmar sus emociones casi por completo. Era como si el correr del aire fresco se llevara consigo todos los problemas y aflicciones.
Revisó el reloj que llevaba en la muñeca: 10:00 am. Tocó el timbre de la puerta. Una mujer que rondaba los 40 años lo saludó con una sonrisa y le indicó que Julián estaba en su habitación. Lucas le agradeció y subió las escaleras. La puerta del cuarto estaba cerrada, así que Lucas tocó. Pasados pocos segundos, Julián apareció en el umbral de la habitación. Estaba hablando por celular, pero le hizo un ademán a Lucas con el brazo, invitándolo a que pasara. Lucas se sentó sobre la cama y reparó en que su amigo no paraba de sonreír mientras estaba al teléfono. Se preguntó con quién estaría hablando. La conversación de Julián continuó por unos cinco minutos más. No dijo nada que revelara la identidad de su interlocutor, y por lo poco que Lucas pudo escuchar, no habían discutido ningún tema que no se pudiera comentar con literalmente cualquier persona. Al terminar la llamada, Julián centro su atención en su amigo, quien ya se había recostado sobre la cama.
—¿Y qué haces aquí? —le preguntó con una gran sonrisa en el rostro, acomodándose junto a Lucas.
—Siempre te visito los domingos —contestó Lucas, mirando el techo—. Parece que ese extraño anónimo con el que estabas hablando hizo que lo olvidaras.
Julián soltó una risa.
—¿Estás celoso? —bromeó.
—Claro que no —aseveró Lucas—. ¿Quién era?
—Mi novio.
Lucas se giró para verlo. La expresión de sorpresa en su rostro le soltó una risa a Julián.
—¿Tienes novio? —exclamó Lucas, estupefacto.
—No —respondió Julián entre risas.
—Imbécil. Entonces, ¿con quién estabas hablando?
—Con nadie.
—No me vengas con eso. Vi cómo te reías. No me mientras.
—A veces eres más dramático que Fátima.
—Voy a ignorar ese comentario y solo voy a decir que exijo la verdad.
—Es solo un chico. Creo que me gusta, pero no es para tanto —dijo Julián, riendo.
—¿Es lindo?
—Sí, supongo.
Lucas alzó ambas cejas en un gesto de picardía, haciendo que su amigo se echara a reír.
—Idiota —exclamó Julián, dándole un pequeño empujón a Lucas, quien soltó una risa.
—Solo cuéntame si empiezas a salir con él. Quiero saberlo todo.
—Lo haré —aseveró Julián con una sonrisa en el rostro.
Sintió vergüenza al ver a David esperándolo del otro lado de la calle. La escena en la que aquel muchacho le había hecho desvestirse para llevarse toda la ropa que David le había comprado se repitió en su cabeza.
—No quiero ir, no quiero verlo —dijo con la vista en el suelo.
—¿Por qué no? —preguntó Fátima.
—Ya te dije lo que pasó la otra vez —respondió.
—¿Y qué con eso? —terció Julián.
—Pues que me da vergüenza decirle lo que pasó.
—¿Por qué? No fue tu culpa. No hiciste nada —objetó Fátima.
—No, pero él gastó mucho en mí y eso se fue a la mierda solo porque vivo en un lugar de mierda, y no sé, solo estoy cansado de todo esto.
—Él te quiere mucho —dijo Julián—. Créeme, se nota. No le va a importar lo que pasó. Deja de ser tan dramático, ese es el trabajo de Fátima.
Lucas soltó una risa y miró a su amiga, quien se encogió de hombros mientras movía mudamente los labios, diciendo: “es verdad". Lucas se despidió de sus dos amigos y caminó hacia el automóvil, aún indeciso. Tomó asiento y saludó a David sin mirarlo de frente.
—Ok, ¿ahora qué pasó? —preguntó David.
—Nada.
—Mírame a los ojos y dime que no pasó nada.
Lucas se giró y puso sus ojos en los de David. Sostuvo su mirada un rato sin decir nada. Después la apartó y suspiró.
—Me robaron lo que me compraste el día de la cena —murmuró al fin.
—¿Qué? ¿Cuándo? —exclamó David.
—Ese mismo día.
—¿Cómo? ¿Quién?
—Un imbécil, cuando estaba justo en frente de mi casa.
—Pero tú estás bien, ¿verdad?
—Sí, estoy bien.
David suspiró.
—Qué mierda —comentó.