Fátima se miró en el espejo una vez más. No había logrado que su cabello se viera lo suficientemente decente, así que se lo había acomodado en un rodete. Se había visto mejor en otras ocasiones, pero estaba presentable, y no se le miraba fea en lo absoluto. De hecho, ella no era para nada fea. Suspiró. No estaba segura de estar lista para embarcarse en una nueva relación amorosa, pero sabía que debía darse una oportunidad. Se despidió de su madre y salió de la casa. Esperó un rato hasta que llegó el bus. El café estaba a solo dos paradas, así que el recorrido fue bastante rápido.
Entró al pequeño local y miró a su alrededor. Una chica rubia sonreía mientras ondeaba su mano desde la mesa del fondo.
—Hola —dijo Fátima al tiempo que tomaba asiento frente a Rebeca.
—Hola —contestó la chica—. ¿Ya te había dicho que me gustan tus gafas?
—No, no lo habías hecho.
—Pues me encantan, y te quedan muy bien.
—Gracias —respondió Fátima con voz nerviosa.
Una chica de cabello negro se acercó a ellas sosteniendo una pequeña libreta y un lápiz. A medida que se aproximaba, Fátima lograba identificar más rasgos de su rostro, como el color azul de sus ojos, o el lunar que tenía unos centímetros más arriba del labio superior. Era bastante atractiva, a decir verdad.
—¿Puedo tomar su orden? —habló la chica con voz ronca pero muy femenina.
—Sí, yo quiero un capuchino, por favor —dijo Rebeca.
—Yo también —habló Fátima.
—¿Algo más? —preguntó la camarera.
—No —respondieron ambas chicas al unísono.
—Está bien. Estarán listos en un minuto —dijo la chica de ojos azules, para luego darse la vuelta y caminar hacia el mostrador de la cafetería.
Rebeca y Fátima se quedaron en silencio, cada una detallando una zona diferente del local.
—Nunca había venido aquí antes —comentó Fátima—. Es muy lindo.
—Lo es. Desde que conocí este lugar vengo todo el tiempo.
A pesar de que Fátima se sentía a gusto con la compañía de Rebeca, no podía evitar mostrarse nerviosa y algo dubitativa.
—Espero que no estés incómoda —señaló Rebeca—. Lo último que quiero es eso. Si solo aceptaste para ser amable entonces creo que todo esto es un error.
—No, no. Sí quiero estar aquí, contigo. Es solo que... —Suspiró, era difícil decirlo en voz alta—. Mi ex novia me engañó, fue por eso que terminamos. Tuvimos una relación de dos años y un día me enteré de que había pasado meses viéndose con otra chica a mis espaldas. Me dolió mucho y ahora supongo que solo... temo sentir cosas otra vez y salir lastimada de nuevo.
—Lo siento —dijo Rebeca—. Está bien si quieres ir despacio o simplemente que esto no avance en lo absoluto. Te entiendo, créeme. Uno de mis ex novios me engañó. Lo encontré con otra chica el día de mi cumpleaños.
—Qué horrible —intervino Fátima.
—Lo sé. Me lastimó demasiado y pasé mucho tiempo sintiéndome miserable. De pronto, un año después, conocí a un chico. Era agradable y muy lindo conmigo. Lo quise mucho y sé que él me quiso también. Estuvimos juntos durante tres años, hasta que todo se terminó. Fue una decisión mutua. Supongo que ambos nos dimos cuenta de que esa relación ya no podía brindarnos nada más y los dos estuvimos de acuerdo en terminarla. Me sentí muy bien después de eso. Las cosas terminaron de una forma grata entre nosotros. Todavía somos buenos amigos, de hecho. Él no me hizo sentir miserable, no me causó problemas de autoestima ni confianza. Fue entonces cuando me di cuenta de lo pasajero que es todo. A veces salimos lastimados y pensamos que ese dolor jamás se irá, cuando la verdad es que todo pasa, tanto lo bueno como lo malo. Ese dolor que creíamos eterno desaparecerá a su debido tiempo, y generalmente, termina abriéndole paso a algo mucho mejor.
—Gracias.
—No tienes que agradecer nada.
—Ah, y sí... sí quiero que esto avance —añadió Fátima, haciendo que una sonrisa se dibujara en el rostro de Rebeca.