Desde aquel día en la cafetería los encuentros de Rebeca y Fátima se hicieron cada vez más frecuentes. Paseaban en parques, visitaban tiendas en centros comerciales, iban al cine, o simplemente hacían cualquier cosa que se les ocurriera en el momento. Pero el lugar más usual solía ser el pequeño café en donde habían tenido su primera cita. Habían ido en tantas ocasiones que el personal del local las reconocía de inmediato tan pronto cruzaban la puerta.
—Hola, mi chica genio —saludó Rebeca, sentándose frente a Fátima después de haberle dado un breve beso en los labios.
—¿"Chica genio"? ¿Y eso de dónde salió? —preguntó Fátima con una sonrisa en el rostro.
—Es que eres muy inteligente, así que no sé, simplemente salió.
—No soy tan inteligente.
—Sí lo eres.
—Bueno, de hecho sí. Sí lo soy.
—Me encanta esa modestia tuya, amor —exclamó Rebeca entre risas.
Fátima se estremeció al escuchar aquella palabra. Rebeca nunca antes la había llamado así. Se escuchaba tan bien viniendo de ella. Una sonrisa inconsciente se dibujó en sus labios. La voz de la chica rubia sentada frente a ella la sacudió de sus pensamientos.
—Fátima, ya han pasado tres meses desde que nos conocimos —dijo—. Y han sido unos tres meses increíbles. Eres la chica más inteligente y hermosa que he conocido y no sabes cuánto he llegado a quererte durante este tiempo. —Suspiró e hizo una pausa, detallando el rostro de Fátima. Luego de unos segundos, prosiguió—: Es por eso que quería preguntarte esto. Tengo que admitir que me asusta un poco la respuesta, aunque en el fondo sé que mis sentimientos son correspondidos... En fin, creo que estoy hablando de más. Fátima... — Tomó una de las manos de la chica castaña y le dio una suave caricia, para después terminar la frase—: ¿Quieres ser mi novia?
Una enorme sonrisa adornó el rostro de Fátima, quien se acercó a Rebeca sin previo aviso y la besó con emoción.
—¡Claro que sí! —exclamó—. Dios, te adoro, Rebeca.
La chica rubia sonrió y se quedó en silencio, contemplando a Fátima. Luego su expresión de alegría desapareció para ser sustituida por una de preocupación.
—No sé si fue egoísta haberte pedido eso —murmuró.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Fátima confundida.
—Porque... me voy a ir en unos meses. ¿No crees que es un poco estúpido e injusto contigo iniciar una relación cuando sé que voy viajar fuera del país y no voy a volver en varios años, probablemente nunca?
—Rebeca, ¿me quieres? —La rubia asintió, y antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, Fátima continuó—: Y yo te quiero, mucho. Sé que vas a irte y aunque me duela no voy a hacer absolutamente nada para detenerte, porque tanto tú como yo estamos empezando a forjar nuestro futuro, a luchar por nuestros sueños, y nadie tiene derecho a quitarnos eso. Pero si tú me quieres y yo a ti, ¿por qué no aprovecharlo? Aunque somos jóvenes y nuestro camino apenas empieza, la vida es incierta, ¿por qué no sacar provecho de lo que tenemos aquí y ahora? Quiero estar contigo, Rebeca. Aun sabiendo que te irás al otro lado del jodido mundo, quiero estar contigo. Quiero aprovechar todo el tiempo que pueda tener contigo, aprovechar cada oportunidad que tenga para besarte, abrazarte y decirte lo mucho que te quiero.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Rebeca y Fátima la limpió con el pulgar, para después darle un beso en los labios.