Eternamente Efímero

XXIII

El timbre de la puerta principal retumbó en cada rincón de la casa. Lucas bajó las escaleras.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo, al ver quién se encontraba en la entrada.

—Quiero ayudarte a limpiar —respondió David—. Ah, y hola, estoy bien. ¿Cómo estás tú?

Lucas puso los ojos en blanco.

—¿Es en serio? —preguntó en tono sarcástico.

—Saludar hace parte de los buenos modales, Lucas.

—No me refería a eso, me refiero a lo de limpiar.

—Sí, bueno, no tengo mucho qué hacer en mi casa. Me aburro y prefiero ayudar a mi novio a limpiar.

Lucas sonrió y lo dejó pasar.

—¿Y tu mamá? —preguntó David, observando todo a su alrededor, como si estuviese buscando algo.

—Trabajando —respondió Lucas—. Los fines de semana no cuentan cuando eres cajero en un supermercado.

David no dijo nada durante un rato. Caminó por la planta baja, detallando todo a su vista.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó al fin.

—Bueno, prácticamente limpiar todo. Ah, y preparar el almuerzo.

—Me alegra que sepas cocinar —exclamó David—. Porque si dependiera de mí, el desayuno de cada día sería cereal, y con suerte el almuerzo sería un sandwich. No creo que quieras eso cuando vivamos juntos.

David se quedó callado inmediatamente. Lucas supo que la última frase se había escapado de sus labios sin que lo hubiera pensado mejor, pero no le importó en lo absoluto. Se acercó, tomando ventaja de la timidez en la que se encontraba ahora su novio.

—¿Viviremos juntos? —preguntó inocentemente.

—No sé, si tú quieres —balbuceó David—. Solo... ignora lo que dije.

—No quiero ignorarlo.

—¿Por qué disfrutas tanto avergonzándome?

—No estoy intento avergonzarte —dijo Lucas entre risas—. Me pareció tierno que hubieras dicho eso. Me parece tierno que pienses en vivir conmigo algún día.

—¿Ah, sí?

—Sí —aseveró Lucas—. Porque me encanta esa idea.

David esbozó una sonrisa y Lucas le dio un beso rápido en los labios.

—Está bien —exclamó David, tomando una escoba—. Empecemos.

Lucas apartó la mirada, buscando el recogedor. Se volvió luego de encontrar lo que estaba buscando, y la imagen que tenía frente a él hizo que una expresión de sorpresa se dibujara en su rostro.

—¿Qué estás haciendo? —gritó al notar que David se estaba retirando la camiseta.

—¿Qué? No quiero ensuciarla o algo, es mi camiseta favorita.

—Si limpiar la casa siempre implicara verte sin camisa lo haría con gusto todos los días.

David se aproximó y lo besó.

—Estás aquí para ayudarme así que deja de distraerme —dijo Lucas, terminando el beso.

Entre besos, abrazos y chistes, el tiempo pasó velozmente. Les tomó varias horas, pero la casa había quedado reluciente. Al terminar con la limpieza, Lucas se dispuso a cocinar mientras David lo observaba en silencio. Luego de un rato, todos los quehaceres habían quedado hechos al cien por ciento. Se dirigieron a la habitación de Lucas, donde pasaron el resto del día, o más bien, lo que quedaba de él.

Lucas no se percató de en qué momento había anochecido, solo estaba concentrado en los besos y caricias que David estaba dejando a lo largo de su cuerpo mientras se encontraban recostados en la cama. Lucas tomó el rostro de David entre sus manos y lo besó con intensidad.

—¿Lucas? —gritó una voz femenina desde la entrada del cuarto, haciendo que los chicos se separaran inmediatamente.

Lucas se quedó inmóvil. Había palidecido por completo.

—Mamá —murmuró estupefacto. Tragó saliva con lentitud y después le indicó a David que se fuera.

—Pero... —objetó él.

—Solo vete, por favor —demandó Lucas.

David observó la escena por un instante y salió, casi rozándose con la madre de Lucas, quien lo miró de arriba a abajo mientras cruzaba el umbral de la puerta.

—¿Ahora es maricón? —escupió la mujer.

—Siempre lo he sido —contestó Lucas, irguiéndose.

Un golpe seco que impactó su mejilla izquierda. Contuvo el impulso de poner la mano en el rostro debido al dolor. Simplemente se irguió de nuevo. Una gran furia lo acometió.

—¿Y eso por qué fue? —gritó.

—Lárguese —sentenció su madre—. Lárguese de esta casa, no quiero volver s verlo jamás. Usted ya no es mi hijo.

Lucas ni siquiera se tomó el tiempo ni el esfuerzo de objetar la demanda de su madre. Se quedó en silencio, viéndola con ojos inquisidores. Después se dio la vuelta y comenzó a empacar.

 

Afuera, David esperaba dentro del auto. Con el paso del tiempo, decidió encender el vehículo y emprender la marcha hacia su casa. Lucas no había salido en un largo rato, por lo que dedujo que la discusión se había quedado en un intercambio de palabras hirientes, pero nada más allá de la expresión verbal. Condujo un par de calles cuando lo vio por medio del espejo retrovisor. Frenó en seco y se bajó del automóvil lo más rápido que pudo. Una vez alcanzó al chico, reparó en que sus ojos estaban llenos de lágrimas, las cuales se deslizaban por sus mejillas.




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