Los próximos meses versaron entre la calma y la agitación. Lucas aún no había iniciado clases en la universidad. La fecha en la que comenzaba casi había coincidido con el día en el que Rebeca viajaría a Australia; discrepaban por tan solo un día. David, por su parte, todavía no había recibido una carta de aceptación por parte de ninguna universidad. Aunque Lucas a veces dudaba de que en realidad hubiese enviado solicitudes. Los padres de Rebeca y David viajaban con mucha frecuencia, tal como lo había asegurado el segundo, así que eran pocas las veces en las que debía ocultarse de ellos. Clara también había sido un gran apoyo ayudándolos a evitar que se percataran de la presencia de Lucas en la casa. Ella se tomaba muchas molestias por el bienestar de Rebeca y David, y Lucas se atrevería a afirmar que los amaba mucho más de lo que sus propios padres lo hacían.
El cambio fue más difícil para Lucas de lo que había pensado. Creía que la opinión y rechazo de su madre no iban a afectarle con tanta intensidad; sin embargo, a veces se encontraba a sí mismo llorando en las noches. Entonces David lo consolaba hasta que se quedaba dormido en sus brazos.
El tiempo transcurrió con velocidad. Cuando Lucas se dio cuenta, se encontraban en el auto de David, camino al aeropuerto para llevar a Rebeca a su vuelo y despedirse de ella.
Sus padres estaban de viaje, como era usual, pero les aseguraron que llegarían a tiempo para decirle adiós a Rebeca y después tomarían otro vuelo a su próximo destino. Solo faltaba Fátima. Lucas había hablado con ella, intentando convencerla de que fuera al aeropuerto. Le dijo que no vería a Rebeca en persona por mucho tiempo y probablemente, en el futuro, se lamentaría el no haber ido. Pero ella no cedió. Se aferró a su posición de no querer estar ahí para ver a Rebeca partir, pues afirmaba que sería muy doloroso para ella.
Se sentaron en una de las múltiples salas de espera del aeropuerto y aguardaron la llamada al abordaje del vuelo. Esperaron durante veinte minutos, tiempo en el que olvidaron por completo la situación en la que se encontraban y simplemente charlaron como si de un día común y corriente se tratara.
Se anunció la primera llamada para el abordaje. Los padres de Rebeca y David llegaron poco antes del segundo llamado. Su padre se acercó a Rebeca y le dio un abrazo.
—No dejes pasar esta oportunidad, aprovéchala al máximo. Sé que te va a ir increíblemente bien allá.
—Gracias —musitó Rebeca.
Su padre se apartó de ella. Ahora era el turno de su madre, quien la abrazó con fuerza.
—¿En qué momento creciste tanto? —preguntó, mirando a su hija.
—Estaban tan ocupados con el trabajo que no se dieron cuenta.
La mujer se echó a llorar y abrazó a Rebeca de nuevo.
—Lo siento —murmuró en medio del llanto—. Siento mucho no haber estado ahí para ustedes cuando me necesitaban. Merecían algo mejor y espero que algún día me perdonen. Aunque yo jamás me perdonaré a mí misma por no haberles dado todo lo que merecían recibir de mi parte, no hay nada que pueda hacer para cambiar el pasado. Lo único que me queda ahora es que su padre y yo podamos darles las herramientas necesarias para que tengan la oportunidad de cumplir todas su metas. —Suspiró y tomó las manos de Rebeca entre las suyas—. Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti y siempre voy a apoyarte en lo que sea que necesites. Ve allá y cumple tus sueños, mi niña hermosa.
Esta vez fue Rebeca quien se aproximó a su madre y la acogió en un abrazo. La expresión en su rostro, a pesar de mostrar algo de nostalgia, reflejaba paz y tranquilidad, como si hubiese esperado muchos años para oír aquellas palabras. No rompieron el abrazo hasta que una voz femenina en los altavoces invadió el lugar: "Último llamado para los pasajeros del vuelo 1749 con destino a la ciudad de Nueva York. Por favor dirigirse a la puerta de abordaje".
—Tenemos que irnos, cariño. Ese es nuestro vuelo —le indicó el padre de Rebeca y David a su esposa, quien asintió y se separó de su hija, mirándola con ojos melancólicos.
Ambos padres dijeron el último "adiós" a Rebeca. La madre le dio un abrazo y un beso en la frente a David antes de marcharse, caminando detrás de su esposo, quien simplemente se despidió de su hijo con un movimiento de la cabeza. Se alejaron lentamente hasta que desaparecieron por completo del campo de visión de los tres chicos. Pocos segundos después, la voz femenina en los altavoces anunció el último llamado de abordaje para el vuelo de Rebeca. La chica suspiró y miró a David.
—Te voy a extrañar mucho —murmuró, para después lanzarse sobre él, abrazándolo—. Siempre serás mi hermano bebé, no importa cuántos años tengas.
—Lo sé. Es algo con lo que tendré que vivir por el resto de mis días.
Rebeca sonrió.
—Has crecido para ser un hombre maravilloso y solo espero que cumplas todos tus sueños y seas muy muy feliz, porque la felicidad es todo lo que te mereces.