Eternamente Efímero

XXVIII

Fátima revisó su correo electrónico con impaciencia. Después de haberse graduado del colegio, se tomó seis "meses sabáticos", como los denominó ella, para no hacer absolutamente nada y planear muy bien su próximo paso. Ahora, después de aquel descanso, se encontraba en su habitación, esperando una carta por parte de la universidad, la cual, pensó, se estaba tardando más de lo que le había informado el personal de las oficinas, y eso la preocupaba bastante. Cargó la bandeja de entrada una vez más, aunque ya estaba perdiendo la esperanza. De pronto, un correo nuevo apareció liderando la lista. Le dio click con rapidez y leyó el contenido. Pegó un grito de felicidad que hizo que su madre corriera hacia su habitación para ver qué había ocurrido.

—Me aceptaron —exclamó emocionada, dirigiéndose a su madre, quien se encontraba de pie en el umbral de la puerta.

—¿Qué? —gritó la mujer mientras se adentraba en la habitación— ¡Eso es maravilloso mi pollita! —dijo, abrazando a su hija.

—Lo sé. Me voy el año próximo —dijo sin poder contener la euforia que sentía—Se quedó callada un momento, después exclamó—: ¡Tengo que decirle a Rebeca! Se va a poner muy feliz.

Su madre sonrió. Aunque su expresión no demostró completa felicidad, sino más bien el resultado de un choque entre orgullo, alegría y nostalgia. Plantó un beso en la frente de su hija y le anunció que el almuerzo estaría listo en unos minutos. Después se alejó, dejando a Fátima sola de nuevo. La chica inició una videollamada con Rebeca, sin si quiera haberse tomado la molestia de cerrar su correo electrónico, o revisar la hora para no interrumpir el sueño de si novia, pues debido a la diferencia de horario, cuando ahí tan solo era el medio día, en Australia ya era de madrugada. Pasados unos segundos, el rostro de Rebeca apareció en la pantalla.

—Hola —saludó Fátima con efusividad, esbozando una enorme sonrisa.

—Hola —contestó una Rebeca soñolienta—. ¿A qué se debe tanta felicidad?

—Te desperté, perdóname, ni siquiera miré la hora. Si quieres llamo más tarde...

—No, no, no te preocupes por eso. ¿Qué pasó?

—Tengo que contarte algo.

Rebeca suspiró.

—De hecho, yo también tengo que contarte algo. Pero comienza tú, dime.

—Me aceptaron en una universidad.

—¿En serio? ¡Eso es estupendo! —exclamó Rebeca.

—Sí, pero eso no es todo. Adivina en dónde es.

—¿En dónde? Bueno, no sé... ¿no querías ir a algún lugar de Europa?

—¡Es en Melbourne!

—Wow... ¿Estás hablando en serio? —preguntó Rebeca. Su rostro expresaba sorpresa pero no alegría.

—¡Sí! Me voy el año que viene.

Rebeca se quedó en silencio por un instante, después habló:

—Oye... ¿esto no lo haces por mí, o sí?

—¿Qué? No, claro que no. Me encanta esa universidad, además, si me va bien podría ganarme una beca completa. El hecho de que esté en Australia es solo algo adicional.

—Está bien. Porque no quiero que tomes una decisión tan importante solo por querer verme.

—No, no es solo por eso. ¿Por qué estás actuando tan extraño? ¿No estás feliz? Cuando esté allá podremos vernos todo el tiempo y al fin vamos a...

—Fátima... —la interrumpió Rebeca con voz queda— Yo... conocí a alguien.

La efusividad de Fátima desapareció junto con su sonrisa, y un sentimiento de desasosiego la abrumó de repente. Apenas se sentía capaz de expulsar las palabras de su boca.

—¿Qué? —balbuceó.

—Se llama Lucy. Estudia aquí conmigo, en la universidad. Es muy divertida, te agradaría.

Fátima se quedó callada. Aunque estaba haciendo su mayor esfuerzo por contener el llanto, dos lágrimas la tomaron por sorpresa y se deslizaron por sus mejillas.

—Quiero intentar tener algo con ella... —agregó Rebeca. Cada palabra que pronunciaba era como una puñalada en el pecho.

—Está bien —susurró Fátima al fin.

—Perdóname —dijo Rebeca—. Por favor no me odies. No es mi intención lastimarte, sabes que nunca lo ha sido. Es solo que...

—Lo entiendo. No pasa nada —interrumpió Fátima, irguiéndose y respirando profundo—. Gracias por cumplir con la promesa que hicimos.

Un silencio incómodo se interpuso entre las dos, hasta que Rebeca habló de nuevo:

—Si en verdad quieres ir a esa universidad por favor no vayas a detenerte por todo esto.

—No lo voy a hacer. Esta es una gran oportunidad para mí y no voy a desperdiciarla, por eso no te preocupes —aseguró Fátima con un tono de voz plano y seco.

—Está bien... me alegra oír eso. —Hizo una pausa y soltó un suspiro—. Yo te quiero mucho, Fátima. Siempre lo voy a hacer y solo espero que seas feliz cada día de tu vida.




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