Eternamente Efímero

XXX

Cada uno de los siete días que pasaron desde la última vez que habló con Rebeca fueron una enorme tortura. A pesar de contar con la compañía de sus padres, Fátima se sentía tremendamente sola y la amargura consumía cada parte de su alma como un huracán arrasando con todo a su paso. No había puesto un pie fuera de la casa durante toda la semana. Su madre, naturalmente, había notado que algo andaba mal y le había formulado la afamada pregunta: "¿qué te pasa?". Fátima se resignó a contarle lo ocurrido. No tenía ánimos, si quiera, de mentirle a su madre, argumentando, quizá, que "solo estaba cansada", como lo había hecho tantas veces antes. Su mamá le dio una extensa charla motivacional que a fin de cuentas resultó inútil, pero de cualquier forma Fátima había apreciado aquel intento por querer hacer que se sintiera mejor.

Estaba recostada, o más bien echada, sobre la cama. Tenía los ojos puestos en el techo blanco de su habitación. Jamás había notado las irregularidades en la pintura hasta ese momento. El sonido del timbre de la puerta retumbó en toda la casa. Sus padres estaban en el trabajo, así que ella era la única en el lugar. Se puso de pie perezosamente y bajó las escaleras desganada. Abrió los ojos como platos al percatarse de quién se encontraba del otro lado de la puerta.

—Marina —exclamó Fátima.

—Hola —respondió la chica pelirroja con timidez.

Fátima no la había visto desde el día que la conoció en el bar y terminaron juntas en su cama. Esa había sido la primera y última vez que se habían dirigido la palabra, hasta ese momento.

—Perdón por aparecer así —añadió Marina. Parecía bastante nerviosa y avergonzada—. He pensado mucho en ti desde el día que te conocí y que... bueno, todo lo que pasó. Sé que esperé mucho tiempo para hacer esto, demasiado, en realidad. Pero no sabía qué decirte o simplemente me apenaba y terminaba echándome para atrás. Sé que tal vez todo esto sea una locura porque solo nos hemos visto una vez, pero...

Un fuerte impulso se apoderó de Fátima y antes de que se diera cuenta había tomado el rostro de Marina entre sus manos para besarla con vigor. Pasó el brazo por la cintura de la pelirroja, juntando sus cuerpos aún más, y cerró la puerta con la otra mano. Se apartaron después de un rato y se quedaron inmóviles, jadeando, con la respiración entrecortada, mirándose la una a la otra con detenimiento. Sonrieron. Subieron hasta la habitación de Fátima tomadas de la mano, donde retomaron el beso que habían interrumpido en la planta baja. Acabaron en el mismo lugar en el que habían terminado la primera vez que se vieron: la cama. Al final, su segundo encuentro las había llevado al mismo desenlace que el primero, con la única diferencia de que esta vez estaban sobrias. El celular de Fátima emitió una cancioncita aguda. Ella alargó el brazo y lo tomó. Observó la pantalla, la cual le informaba que estaba recibiendo una video-llamada de Rebeca. Dejó el celular en la mesita de noche una vez más y regresó su atención a Marina. El ringtone cesó por un instante, para luego regresar de nuevo.

—¿No vas a contestar? —preguntó Marina, rompiendo el intenso beso en el que se encontraban.

—No es importante —aseguró Fátima sonriendo, para después besar a la chica otra vez y continuar lo que habían empezado.

 

***

 

Lo primero que vio al abrir los ojos fue el reloj colgado en la pared, indicándole que eran las ocho de la mañana. Giró el cuerpo y se encontró con Marina, aún dormida. De pronto, todos los recuerdos de la noche anterior aparecieron en su cabeza. Primero en forma de escenas aisladas, como pequeños retazos de tela. Después, cada parte comenzó a unirse con otra para formar un intento de historia lineal. Recordaba lo que había pasado cuando Marina tocó a la puerta, y que después de eso se habían dispuesto a ver películas toda la noche. Recordaba muy poco acerca de las conversaciones que tuvieron durante ese tiempo, si es que las tuvieron. Puso los ojos en Marina y detalló sus facciones con detenimiento. Quizás había sido por la embriaguez en la que se encontraba la primera vez que la vio, pero antes no había notado lo guapa que era en realidad. O quizá simplemente no se había percatado de ello porque no se había tomado el tiempo para examinar su apariencia física, hasta ese momento. Su atractivo constituía un tipo de belleza que no se percibe con tan solo una mirada fugaz. Hacía falta reparar en cada detalle de su rostro para darse cuenta de que en realidad era bonita… Al contrario de Rebeca. Con ella bastaba una mirada rápida, no eran necesarios más de dos segundos para notar lo atractiva que era. Apartó la mirada. Un sentimiento de culpa apretó su pecho, para comenzar a esparcirse por cada parte de su ser, hundiéndola poco a poco, como si de arena movediza se tratara.

¿Aquella escena había sido solo un intento por disipar el recuerdo de Rebeca? Sabía la respuesta, pero se negaba a decirla en voz alta dentro su cabeza. La idea de aceptar que había usado a Marina la carcomía por dentro, así que hizo un intento por engañarse a sí misma. Sin embargo, una vocecita desde el fondo de su mente conocía la respuesta con claridad, y la salmodiaba una y otra vez desde su recóndito escondite. Se pasó las manos por la cara y salió de la cama.




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