Eternamente Efímero

XXXII

Fátima estaba inmersa en la pantalla de su celular, revisando las publicaciones de sus amigos. De pronto, una fotografía de Rebeca con una chica de cabello negro apareció frente a sus ojos. A partir de la descripción de la foto supo que aquella muchacha junto a la rubia era Lucy. Fátima nunca se había sentido intimidada por el atractivo físico o capacidades intelectuales de otras personas, en especial de otras mujeres. Estaba segura de su belleza e inteligencia y detestaba la absurda competencia en la que la sociedad obligaba a las mujeres a inmiscuirse. Creía firmemente que en lugar de estar unas contra otras, las mujeres debían apoyarse entre sí. Sin embargo, al ver a aquella chica solo pensó: “ya entiendo por qué me dejó”. Era realmente atractiva. Fátima se sintió estúpida por compararse con ella, nunca lo había hecho antes. “Esa debería ser yo”, murmuró para sí misma mientras detallaba la fotografía. Una lágrima se deslizó por su mejilla izquierda. De pronto, la imagen de las dos muchachas fue reemplazada por una alerta de llamada. Era Marina. Fátima contestó rápidamente.

—Hola, hermosa —dijo la chica pelirroja del otro lado de la línea.

—Hola —contestó Fátima con una alegría fingida.

—¿Quieres hacer algo hoy?

—La verdad es que…

Estaba a punto de rechazar la oferta de Marina, pero entonces lo pensó mejor. Con el tiempo, ellas habían forjado un tipo de relación de “amigas con derechos”, aunque Fátima sabía que los sentimientos de Marina hacia ella eran mucho más fuertes que la simple atracción física. Ella, por su parte, sentía un inmenso afecto por Marina, pero en el fondo no la quería más allá de lo fraternal. Decidió que era hora de detener lo que había entre ellas antes de que aquella pelirroja que tanto apreciaba saliera lastimada y todo se arruinara entre las dos. Se aclaró la garganta y reformuló la respuesta:

—Está bien, sí. De hecho tengo que decirte algo.

—Está bien —vaciló Marina con un tono de confusión—. ¿Te parece si nos vemos en unos treinta minutos en el centro comercial?

—Sí, perfecto.

—Nos vemos entonces.

—Adiós.

Fátima finalizó la llamada y se puso de pie, caminando hacia el baño. Se lavó la cara y luego de secarse con una toalla levantó el rostro para ver su reflejo. Suspiró.

 

La pelirroja saludó con una sonrisa y Fátima intentó regresar el gesto con la mayor naturalidad que pudo en ese momento.

—Mary, tengo que decirte algo —dijo la castaña en un tono de voz bajo y mesurado.

—Ay, no…Cada vez que alguien dice “tengo que decirte algo” de esa forma significa que es algo malo.

—Yo…

—Solo dilo y ya.

Fátima suspiró.

—Creo que deberíamos parar con lo que sea que esté pasando entre nosotras. —Esperó que Marina hiciera un comentario, pero ella solo la observaba en silencio, así que continuó—: Es solo que… no sé lo que estamos haciendo. Te quiero, Marina, en serio lo hago, pero simplemente me gustaría tenerte como amiga.

—Entiendo —habló la pelirroja con seriedad.

—Por favor no me detestes.

—No, de verdad entiendo… —Se giró para ver a Fátima— Sé que aún quieres a Rebeca.

—No es eso, Marina, es que yo…

—Todavía la quieres, Fátima, no me mientas —Soltó un suspiro y metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta—. No pretendo hacer que te sientas mal ni nada por el estilo, solo lo estoy diciendo porque es verdad y lo sabes.

—Lo siento.

—No tienes nada por qué disculparte. Es imposible controlar lo que sentimos, no es culpa tuya y tampoco mía.

La visión de Fátima había comenzado a nublarse debido a las lágrimas.

—Nunca quise lastimarte. Es verdad cuando te digo que me importas y en este tiempo he llegado a quererte mucho.

—Lo sé. Yo también te quiero, quizá no de la forma en la que tú lo haces, pero no puedo cambiar eso.

Ambas se quedaron en silencio, caminando por los pasillos del centro comercial. Marina retomó la palabra.

—Solía pensar que con el paso del tiempo tal vez tú podrías llegar a quererme de la misma forma en la que yo te quiero, pero a medida que pasaron los días y meses comencé a darme cuenta de que eso no iba a pasar. No puedo cambiar tus sentimientos ni tú puedes cambiar los míos… Sé que lo superaré, no sé cuándo, pero lo haré. Tú, por otro lado, necesitas pasar tiempo contigo misma y organizar todos tus pensamientos y emociones. Lo necesitas, Fátima.

La chica castaña sonrió con nostalgia, sin mostrar los dientes. Bajó la mirada y después levantó el rostro para regresar la vista a la muchacha que caminaba a su lado.

—Eres increíble, en serio. No sé cómo es que eres real —Marina soltó una risita ahogada frente al comentario—. Sé que todo esto no es lindo para ti y sé que te duele, pero no te imaginas cuánto me ha tranquilizado lo que dijiste. Eres tan inteligente y comprensiva. Te juro que estaba segura de que me gritarías o me echarías un vaso de agua en la cabeza cuando te dijera todo, pero en lugar de eso reaccionaste de la manera más madura del mundo. Tengo mucha suerte de haberte encontrado y espero que podamos seguir siendo amigas porque no quiero perderte.




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