Eternamente Efímero

XXXV

Lucas había comenzado su quinto, y último, año de universidad. David, por su parte, llevaba un largo tiempo trabajando en un call center, y aunque la insistencia de Lucas para que iniciara sus estudios universitarios no había disminuido ni siquiera un poco, su efectividad continuaba siendo nula.

Las clases del día finalizaron, y como se había vuelto costumbre desde hacía un mes, uno de los compañeros más cercanos de Lucas lo llevó hasta el apartamento en su auto. Al abrir la puerta, se encontró con un David bastante molesto.

—¿Quién es él? —preguntó.

—¿Quién?

—Ese chico que te trae todos los días.

—Es solo un amigo de la universidad.

—¿Ah, sí?

—¿Acaso estás acusándome de algo?

—He visto la manera en la que te mira.

—Ni siquiera lo conoces.

—Otro punto en su contra.

—No tengo tiempo para esto —resopló Lucas, dándose la vuelta para dirigirse a la habitación, pero David lo tomó del brazo, obligándolo a verlo de frente.

—Mírame a los ojos y dime que estás seguro de que él no siente nada por ti.

—¡¿Y qué importa si tiene sentimientos por mí o no?! Lo que importa es que yo no le correspondo.

—¿Ah, no? ¿En serio?

—Vete a la mierda, David.

—Entonces sí te gusta.

—¡¿Sabes qué?! ¡Sí! ¡Tal vez me gusta! ¿Y sabes por qué? Porque me gustan los chicos que van a la universidad y quieren hacer algo con sus vidas.

—Si crees que soy un bueno para nada, si soy una carga para ti, si querías que me fuera solo tenías que decirlo —escupió David.

Ambos se quedaron en silencio. David caminó hacia la habitación con furia. Lucas no se movió de donde estaba. Desde ahí podía escuchar los cajones y puertas del armario abriendo y cerrando. Luego de varios minutos, David salió de la habitación sosteniendo una maleta en la mano derecha.

—Adiós, Lucas —murmuró mientras giraba la perilla de la puerta.

Lucas seguía inmóvil y se quedó mirándolo sin decir nada. Las emociones lo habían abrumado tanto que el hacer cualquier movimiento o emitir algún sonido resultaba una tarea increíblemente complicada. La puerta del apartamento se cerró. David se había marchado.

 

***

 

Le tomó unos segundos sacudirse de su estado de shock y asimilar todo lo que había ocurrido. ¿David volvería? Probablemente no. La situación le parecía irreal. Esa había sido una de las peleas más estúpidas que habían tenido desde el día en que se conocieron; sin embargo, fue la que los llevó a acabar con su relación, derrumbando lo que habían construido todos esos años

Lucas se sentó en el suelo y las lágrimas pronto empaparon su rostro. Intentaba respirar profundo para calmarse, pero era inútil. Se cubrió la cara con las manos mientras la melancolía y la desolación recorrían cada parte de su mente y su alma. El llanto parecía hacerse más fuerte con cada segundo que pasaba.

No sabía cuánto tiempo había estado así, pero el ringtone de su celular lo sacudió de aquel estado pesadumbroso en el que se encontraba. Contestó sin siquiera revisar quién lo estaba llamando.

—¡Hola! —habló Fátima con entusiasmo desde el otro lado de la línea.

—Hola —respondió Lucas, incapaz de ocultar las emociones que sentía en ese momento, aunque al parecer su amiga lo había dejado pasar. "Ser poco entusiasta a veces tiene sus ventajas", pensó, "al menos es más fácil ocultar cuando te sientes mal".

—¿Adivina qué? —exclamó la chica— ¡Rebeca y yo volvimos! 

—Eso es genial. —Expulsó las palabras con dificultad. Quería demostrarle a su amiga que su noticia le había resultado muy grata, pero en ese momento no tenía ánimos para nada. Aunque de todas formas añadió—:  Estoy muy feliz por ti.

—¿Estás bien? —preguntó Fátima, quien obviamente ya se había percatado de que el tono de voz de Lucas no era el habitual.

—Sí, sí, estoy bien.

—No, no lo estás.

—Sí lo estoy.

—No lo estás. No me mientas. ¿Qué pasó?

Lucas suspiró e intentó reprimir el llanto.

—David se fue.

Un par de lágrimas salieron tan pronto finalizó la frase. Recorrieron sus mejillas, hasta llegar al mentón.

—Voy a llamar a Julián —dijo la chica.

—No tienes que...

—Voy a llamarlo, entonces él estará contigo y los tres podemos hacer videollamada toda la maldita noche si es necesario.

—Fátima...

La llamada finalizó. Lucas se pasó las manos por el rostro. Ni en el más loco de los mundos habría logrado convencer a Fátima de cambiar de idea. Probablemente ya había llamado a Julián, y ahora él iba en camino con comida, películas y la intención de hacerlo sentir mejor. Pero, a fin de cuentas, eso no le molestaba. Estaba agradecido de contar con personas que se preocuparan tanto por él. En realidad tenía mucha suerte de tenerlos.




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