Eternamente Efímero

XXXVII

Lucas pasó por un par de empresas luego de haberse graduado, hasta que, por cosas del destino, o tal vez simples coincidencias de la vida, llegó a una de las empresas más reconocidas en todo el país para encontrarse con uno de sus profesores de la universidad, quien tenía mucho afecto por él y siempre lo elogió por su buen rendimiento. No le tomó mucho tiempo conseguir un puesto de rango muy alto. Ganaba cantidades de dinero que jamás había creído posibles. Compró un penthouse como el que siempre había soñado, y la camioneta Range Rover que había deseado desde que tenía memoria. Aún pensaba en David cada día al despertar. ¿Qué estaba haciendo en ese momento? ¿En dónde vivía ahora? ¿Había decidido estudiar fotografía después de todo? ¿Estaba saliendo con alguien? ¿Se habría casado acaso?

Revisó el montón de papeles que le habían llegado al correo. Pasaba sobre por sobre con desánimo, prestándole poca o nula atención a lo que tenían escrito. Siempre era lo mismo: facturas, una que otra publicidad de algún almacén, cupones para restaurantes, y más facturas. De pronto, algo dentro de la manotada de papeles llamó su atención. Era un sobre blanco con unas cuantas decoraciones doradas. En el frente solo se leía su nombre en letra cursiva. Abrió el sobre y leyó el contenido rápidamente. Al finalizar tomó su celular. La línea comenzó a timbrar. En menos de cinco segundos, una voz contestó.

—¿Hola? —habló Fátima.

—¡¿Te vas a casar?! —exclamó Lucas.

—¿Ya recibiste la invitación?

—Sí. Es increíble, Fátima. ¿Cuándo pasó? ¿Quién propuso?, y ¿por qué mierda no me habías contado?

—Fue Rebeca, hace una semana. No te había contado porque, para ser honesta, quería que te enteraras por la invitación y te volvieras loco. Y bueno, eso fue exactamente lo que pasó.

—Eres una perra.

—Dime algo que no sepa.

Ambos rieron, y después Lucas habló.

—Estoy muy feliz por ti. Quién diría que acabarías casándote con Rebeca.

—Lo sé. A propósito, aún estoy infinitamente agradecida contigo por habérmela presentado.

—Cierto. Gracias a mí conociste al amor de tu vida.

—No te regodees, bonito.

Lucas sonrió. A pesar de los años, ella seguía llamándolo de la misma forma. Pasó el celular de la oreja derecha a la izquierda. La expresión en su rostro cambió abruptamente con la repentina aparición de la vívida imagen de David en sus pensamientos, la cual estaba íntimamente ligada al recuerdo de Rebeca. La apartó de su cabeza y retomó la conversación con la intención de distraerse de los recuerdos que estaban a punto de llegar.

—Pero en fin, supongo que en cinco meses visitaré Australia por primera vez —dijo.

—Sí, y vas a ser mi damito de honor.

—Eso ni siquiera existe.

—Bueno, pues ahora sí. Tú y Julián serán mis damos de honor.

—Eres una loca.

—Probablemente. Pero soy tu mejor amiga loca que se va a casar. Y tendrás el privilegio de ser mi damo de honor.

—El que lo repitas muchas veces no va a hacer que deje de sonar gracioso o comience a ser una expresión válida en la lengua española.

—Yo no te digo cómo vivir tu vida, así que no me digas cómo debo referirme a los conceptos que hacen parte de mi propia boda.

—Solo digo que no puedes inventar palabras.

—Y yo solo digo que... eres un idiota.

Fátima había sonado como una niña malcriada al decir aquella frase, lo que hizo que Lucas soltara una risa.

—Te adoro, flaca —dijo Lucas con una sonrisa en el rostro.

—Yo también. Aunque no me dejes usar mis palabras inventadas.

—Ha pasado mucho tiempo, pero tú no has cambiado nada.

—¿Eso es malo?

—No lo sé. Supongo que sí has cambiado. Tal vez es solo que nada ha cambiado entre nosotros, a pesar de la distancia y el tiempo. Cada vez que hablo contigo o con Julián siento que tengo 16 años otra vez y que somos los mismos que éramos en aquel entonces.

—Es que lo somos. Nada va a cambiar entre nosotros jamás. Siempre seremos los tres, sin importar la distancia o cuántos años pasen. Sabes que seremos abuelitos de 80 años haciendo chistes estúpidos y comiendo papas fritas con malteada.

—Eso espero.

—Qué poca fe tienes en nuestra amistad —exclamó Fátima en tono burlón, haciendo que Lucas riera. Después añadió—: Tengo que dejarte, bonito. Te llamaré más tarde, ¿está bien?

—Está bien.

—¡Adiós! Nos vemos en cinco meses.

—Adiós.

Tan pronto regresó al silencio en el que se encontraba antes de haber llamado a Fátima, los recuerdos de David se apoderaron de su mente, para juntarse con la noticia que le había dado su amiga. En un punto de su relación con David había llegado a pensar seriamente en el matrimonio y a considerarlo a él como la única opción para ello. Los recuerdos comenzaron a llegar, primero de forma lenta, y luego más rápido cada vez. De nuevo, la soledad, su oscura acompañante cotidiana, comenzó a cubrir cada parte de su alma. Se puso un abrigo y salió del penthouse.




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